Por María Zaldívar
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kirchnerismo,
La derrota
del kirchnerismo en 2015 causó a buena parte de la sociedad argentina un
atendible alivio que pronto se transformó en euforia.
Habían sido muchos años de desquicio,
de maltrato por parte del estado (mayor al habitual) y de deterioro general.
El alejamiento
de los vándalos era motivo suficiente para el festejo.
Sin embargo,
a diferencia de lo que el PRO había instalado, el recambio en sí mismo no
determinó un florecimiento espontáneo e instantáneo.
Para cambiar
los efectos hay que cambiar los incentivos y, si bien el discurso viró casi de
inmediato de manera sustancial, en los hechos había que desmantelar un aparato
perverso que ahoga y esquilma.
A juzgar por
las reacciones, esa parte práctica parece no haberse alterado, o no con la
velocidad esperada.
El gobierno
no introdujo grandes modificaciones a la estructura del estado elefantiásico,
no suprimió regulaciones que mantienen atadas muchas transacciones económicas
ni propuso reformas profundas en plano alguno. El aparato kirchnerista seguía en pie.
El
empresariado nacional y (el extranjero en particular), que llena de elogios a
la nueva administración, tampoco varió demasiado su postura en términos de
apuesta al mediano plazo.
Para decirlo
en criollo, nadie abrió la billetera.
Dos años
después, Mauricio Macri fortalece su perfil político tras batir a Cristina
Kirchner en las elecciones de medio término, esas que servían de excusa a sus
seguidores para explicar por qué se demoraba en arrancar con las reformas de
fondo.
Ahora ya no quedan motivos para dilatar
más las transformaciones.
Y no se
trata solamente del tamaño del estado.
El déficit
fiscal, la acumulación de deuda externa, la inflación, el crecimiento
exponencial de los empleados públicos, la falta de independencia de los poderes
y la corrupción, son males endémicos de
la sociedad argentina que responden a una cultura que es preciso erradicar.
Pero también
existe una falla en el sistema político que no ha podido sanarse aún tras la
debacle peronista y la aparición de este nuevo espacio político llamado PRO.
La reciente
convocatoria cursada a todos los sectores para escuchar un monólogo
presidencial en un recinto tan imponente como innombrable, fue más de lo mismo.
No se trató,
aunque los explicadores se esfuercen por contorsionar las palabras, de un
gobierno que finalmente se abre a la discusión de los grandes temas.
Fue una
administración que convocó a acompañarla, que es muy distinto. El diálogo no es un preferido del macrismo.
Los
argentinos necesitamos aprender a darle más importancia a los hechos que a las
palabras porque el inmenso éxito de los sucesivos relatos responde a ese
fallido.
El PRO dice.
Pero es
preciso mirar lo que hace.
Los
memoriosos recuerdan la manera poco elegante con la que Mauricio Macri se
deshizo de Ricardo López Murphy cuando el macrismo era apenas una intención y
Recrear, una estructura política en pie.
Con la
inestimable colaboración de su flamante senador electo Esteban Bullrich, se
quedó con el partido y con sus glóbulos rojos:
Las miles de
fichas de afiliación con las que robusteció su, hasta entonces, humilde armado.
Con Lopez
Murphy fuera de la cancha (los fiscales de entonces recuerdan a Jorge Macri
recomendando cortar boleta y descartar las del “bull dog” senador) anduvo
tranquilo hasta el surgimiento de Martín Lousteau y de Sergio Massa.
Desde dos
orígenes distintos, ambos disputan un electorado muy preciso: anti K-no
macrista, casualmente el mismo segmento del que se nutre Cambiemos.
El
ex-ministro de economía de Cristina Kirchner le hizo pegar un buen susto cuando
su caudal de votos se acercó peligrosamente al de su pollo, Horacio Rodríguez
Larreta.
Tal fue el
impacto que pergeñaron neutralizarlo distinguiéndolo con la, luego
supimos, inmerecida confianza de representarnos ante el gobierno
norteamericano.
Más tarde,
cuando lo rechazaron para integrar la alianza “Cambiemos” nos enteramos de que
era apto para ser nuestra voz frente en el país más importante del planeta pero
no para disputar una interna en las filas del oficialismo.
En el clima
que plantó el kirchnerismo en donde si no sos mi amigo, sos mi enemigo (y que
Cambiemos no alteró ni un poquito) Lousteau quedó del otro lado del Jordán.
No alcanzó
las mieles del bautismo macrista.
Así
devaluado y sumados los buenos oficios de Elisa Carrió destratando verbalmente
a quien fuera su candidato en la elección anterior, Lousteau vio mermadas sus posibilidades electorales.
El otro
adversario incómodo es Sergio Massa, del que bastó recordar y recordar su
pertenencia al kirchnerismo para descalificarlo.
Aunque fuera
el que se le paró de manos a la propia Cristina en pleno auge K, allá por 2013
y truncó el sueño reeleccionista de la entonces Presidente. A Massa se le
reclamó que criticara a un gobierno que estaba tratando de enderezar los
dislates heredados y su independencia indignó a la dirigencia cambista…
La misma que
se negó a que el massismo se integrara a una alianza amplia como sugería
Gerardo Morales.
O sea, el macrismo que puso a Massa en la vereda
de enfrente…
Se indignaba
cuando Massa hablaba, desde la vereda de enfrente.
La grieta,
intacta, mientras tanto hizo el resto fidelizando votos para los dos
antagónicos y no dejando espacio a los grises.
Así llegó la Argentina a las
elecciones legislativas de 2017.
De un lado,
los representantes del peor gobierno de la historia, inmorales, mendaces,
corruptos hasta la paranoia y del otro, Cambiemos, una mezcla de macristas sin
tradición política, radicales, peronistas menemistas, peronistas ex massistas y
hasta un nutrido lote de peronistas ex kirchneristas diseminados entre el
gobierno nacional, local y provincial.
El día después, medio país festeja el
retroceso del kirchnerismo cuya pérdida de poder aleja sus posibilidades de
volver.
La otra
mitad está fragmentada y algo desorientada pero es la mitad del país y quien
conduce el barco no puede seguir alentando esa dispersión para su particular
beneficio.
El sistema
político argentino cruje porque tiene memoria emotiva de los efectos adversos
para la sociedad de la figura de partido dominante (no lo digo yo, lo explica
magistralmente Giovanni Sartori).
¿Qué quiere
el PRO en materia política?
Cambiemos se
convirtió, en poco tiempo, en una aspiradora.
Pero es
iluso pensar que la diáspora de los que no son absorbidos va a mantenerse
inactiva.
Si el plan
es “los sanos se vienen con nosotros” van a dejar a la sociedad sin opciones.
El
post-kirchnerismo tiene que ser más que el anti-kirchnerismo amontonado: Carrió
más Cariglino más Ritondo más Angelici más Ocaña más Santili más Suarez Lastra.
“El líder tiene que
decirle al público la verdad” recomienda Rudolph Giuliani.
Mucho antes,
Maquiavelo concluyó que las crisis democráticas tienen dos orígenes:
El
sectarismo extremo y las desigualdades extremas.
“Las
demandas de los fanáticos empujan a dividir a la gente en dos bandos enemigos.
Quienes
creen que así se puede unir la República” dice Maquiavelo, “están muy engañados”.
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