Por Enrique G. Avogadro
"Desde 1989 el peronismo dejó de ser un
partido o un movimiento para convertirse, más sencillamente, en la herramienta
política de un conjunto de gobernantes que, cada uno en su nivel, construyen su
poder con recursos del Estado. Esa notable máquina política, engrosada con no
pocos tránsfugas, sólo se preocupa por la caja y el poder". Luis Alberto Romero
El Gobierno está pagando, en la calle, el
precio de una notable ingenuidad:
Haber silenciado, al comienzo de su gestión,
la homérica crisis que heredó del kirchnerismo, tan eficiente a la hora de
quemar todas las naves disponibles y el país entero con tal de impedir que
explotaran antes del 10 de diciembre de 2015 los miles de minas con las que
había sembrado el terreno económico y social.
Nada dijo, cuando debió hacerlo, de las cajas
estatales vaciadas para robar con obras públicas y hoteleras,
de los millones de jubilados sin aporte
alguno al sistema,
de los departamentos y campos por todo el
país,
de las cajas fuertes llenas de billetes, de
las financieras rosadas,
de los aviones y autos de lujo, de los
robados subsidios a los trenes y colectivos,
de las cuentas en Seychelles, de la
apropiación de empresas y actividades enteras,
de la pérdida del autoabastecimiento
energético, …
La razón presunta de tal torpeza también fue
de una inocencia grave:
Evitar que los inversores se espantaran ante
la magnitud del desastre encontrado…
Con eso, mostró ignorar que éstos siempre saben todo
acerca del país en el cual planean aumentar su presencia o ingresar.
Las obvias contrapartidas de ese ocultamiento
inicial fueron la falta de percepción de la ciudadanía sobre la realidad y la
consecuente intolerancia social hacia las amargas pero indispensables medidas
que, pese al lógico gradualismo, hubo que adoptar de inmediato.
Otra costosa falta de cintura política fue
dejar que los jueces federales intuyeran que la Casa Rosada prefería a Cristina
Elisabet Fernández en libertad, para utilizarla como permanente sparring
electoral y agente disolvente de cualquier tentativa de reunificación del
peronismo, para poder negociar con fracciones de éste y no tener enfrente a una
oposición unida y blindada…
El jueves, en torno a sus fieles, volvieron a reunirse
muchos de los perdedores del PJ.
También pecó el Gobierno al confiar en los pactos
que firmara con los gobernadores, por los cuales estos se comprometieron a
obtener de sus diputados una posición favorable a las leyes que el oficialismo
–en realidad, la República- necesita con urgencia, al igual que en los acuerdos
con los líderes gremiales, a los que aflojó vanamente la bolsa de recursos.
Olvidó así el consejo de un viejo militante
del PJ, con la piel curtida en trenzas políticas:
“a nosotros se nos debe cobrar al contado y
pagar en cuotas”.
Y quizás la peor fue no informar con claridad
y transparencia a toda la sociedad en qué consistía el proyecto de reforma
previsional, lo cual habilitó al kirchnerismo, a la izquierda y a los
oportunistas de siempre a montarse sobre la natural inquietud de los jubilados
a los cuales, convengamos, cualquier alteración de sus magros emolumentos
preocupa, y mucho.
Pero, más allá de la ingenuidad, de la
torpeza y de la mala comunicación, lo que Argentina está viviendo en las calles
desde que Mauricio Macri asumiera, y también en el sur del país con el
terrorismo mapuche, es literalmente un
golpe de Estado.
Ese golpe no se da solamente en la calle,
donde confluyen piqueteros de todos los colores y nacionalidades (la enorme
mayoría de los heridos del jueves son extranjeros) –pero un único bolsillo- con
los grupos tradicionalmente terroristas de la izquierda radicalizada.
Dentro del recinto de la Cámara de Diputados,
el escenario fue mucho peor:
Se juntaron para ejercer la violencia y el
patoterismo e impedir el funcionamiento de la democracia, a través de los
representantes electos hace sólo dos meses, los delincuentes preocupados por su libertad,
los ladrones de toda laya, los energúmenos representantes
de esa izquierda petardista
y los peores tránsfugas del escenario político:
Allí estaban Máximo Kirchner, Agustín Rossi, Leopoldo Moreau, Axel Kiciloff, Andrés Larroque, Nicolás del Caño, Victoria Donda y las grandes figuras del massismo.
Allí estaban Máximo Kirchner, Agustín Rossi, Leopoldo Moreau, Axel Kiciloff, Andrés Larroque, Nicolás del Caño, Victoria Donda y las grandes figuras del massismo.
Todos ellos, con una cara más dura que el
cemento, no hesitaron en interrumpir una sesión legislativa, convocada para
tratar la reforma previsional, invocando el imposible respeto al 82% móvil, esa
meta que, cuando fue alcanzada por ley durante el reinado absoluto de Cristina,
ella vetó sin contemplaciones, mientras falsificaba las estadísticas nacionales
para ocultar la inflación galopante que legó a su sucesor.
Ver a esa facción canalla, que convirtió por
más de una década el Congreso entero en un recinto donde sólo se levantaba la
mano para aprobar sin discusión todos los disparates que sus jefes imaginaban,
hablar de la “dictadura” de Cambiemos, que no tiene mayoría en ninguna de las
cámaras, no hace más que confirmar los peores pronósticos.
Y más repulsivo fue verlos salir luego,
exultantes y a carcajadas, por haber impuesto su voluntad por la fuerza y haber
ganado una baza para el destituyente “club del helicóptero”.
Es eso lo que pretenden, que Macri se vaya, y lo conseguirán sin duda si tanto el
Gobierno cuanto los ciudadanos de a pie no lo impedimos, con toda la fuerza de
la Constitución y de la ley.
Todos debemos cambiar nuestra forma de pensar
respecto a la seguridad, en especial las jóvenes generaciones a las cuales el
kirchnerismo lavó la cabeza durante toda su gestión.
No podemos permitir un minuto más que los
violentos se apoderen de nuestro país y de nuestras calles, y reprimir con toda
severidad y firmeza a quienes, una vez más, quieren arrebatarnos el futuro para
continuar con el latrocinio miserable que nos trajo hasta aquí.
El Juez Marcelo Martínez de Giorgi archivó,
sin siquiera investigarlas, las denuncias que formuláramos el Dr. Eduardo San
Emeterio y yo contra Hebe de Bonafini, Estela de Carlotto y las organizaciones
de pseudo derechos humanos por la reivindicación de la guerrilla que expresaran
en la Plaza de Mayo el 24 de marzo último, mientras convocaban a echar a Macri
de la Presidencia…
Sostuvo que pretendíamos limitar la libertad
de expresión.
Si, a esta altura estuvieran procesados, tal
vez otro ya sería el cantar.
Aplaudo, sin restricción alguna, a la
Ministro de Seguridad, Patricia Bullrich, por la forma en que conduce y
respalda a las fuerzas bajo su mando, y al Presidente Macri por sostenerla
contra todas las críticas.
Lilita Carrió, a quien mucho respeto, cometió
una mayúscula estupidez el jueves cuando criticó por excesivo el aparato de
disuasión montado en torno al Congreso.
Porque eso fue, un anillo de seguridad para
evitar que las hordas de encapuchados, armados con hondas, palos, piedras y
bombas molotov pudieran llegar al edificio legislativo, mientras los efectivos
que lo conformaron sufrían todo tipo de agresiones; si estos mismos terroristas
intentaran acciones similares en Cuba, Venezuela, Bolivia, Rusia o Irán,
recibirían algo mucho más definitivo que balas de goma y gas pimienta.
Diciembre es, tradicionalmente, un mes de
protestas y piquetes, pero ahora estamos presenciando una gimnasia subversiva y
destituyente que, como siempre, busca obtener muertos para usarlos como ariete
contra la República. Raúl Sendic, fundador de los Tupamaros, sostenía que había
que golpear sin descanso a la democracia burguesa hasta que ésta se hartara y
reprimiera, mostrando así al enano fascista que todas llevan dentro.
Eso, nos guste o no, es lo que tenemos
servido en la mesa de fin de año…
Espero que sepamos lidiar con ello.
Bs.As., 16 Dic 17
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