“El mal no lo hacen todos, pero acusa a
todos”.
Antonio Porchia
Tal como era previsible, aún en medio de su
absoluta soledad gremial y política, la convocatoria de Hugo Moyano tuvo el
miércoles éxito en materia de público; si bien es cierto que, como siempre,
muchos de los concurrentes fueron arreados y transportados como ganado, también
lo es que la disciplinada izquierda prestó asistencia perfecta y lo mismo
hicieron La Cámpora y el trotskismo, así como gran parte de ambas CTA y los
movimientos sociales, algunos con fuerte respaldo papal.
De cara a la sociedad en su conjunto, el
Gobierno no pudo pedir nada más:
Ver, juntos y por televisión, a los
personajes más repudiados de su historia, fue el premio final de un día
agitado. Roberto Baradel, Máximo Kirchner, Anímal Fernández, Hebe de Bonafini,
Raúl Zaffaroni, Pablo Moyano, Hugo Yatski y varios más fueron la frutilla de
ese postre.
Me llamó la atención lo breve del acto y la rapidez de la
desconcentración…
Atribuí ambos hechos al pánico a que los
bárbaros de siempre se desmadraran, ya que hubiera sido el propio Moyano quien
hubiera debido afrontar la factura, al menos la política.
Agradezco, entonces, que haya sido así y que
fueran los mismos camioneros quienes ejercieron un férreo control sobre los
miles de personas que allí se encontraron.
Pero la alianza que se pretendió formar en la
calle estaba sólo unida por el visceral rechazo a la gestión de Mauricio Macri
y por el espanto que genera en el artífice de la marcha la alta probabilidad de
terminar preso, conjuntamente con su actual mujer y los hijos que cada uno
engendrara.
Tanto fue así, que Moyano llevó al escenario
a su abogado defensor –el ex Juez Daniel LLermanos- y la arenga del camionero
sólo se refirió a sus problemas judiciales y al blindaje que pretendía obtener
ese día contra el avance de los jueces y de la AFIP.
Y, como no podía ser menos, ello condujo a un
final anunciado:
El mismo jueves, el día después de la
embarazosa concepción, la izquierda tomó la píldora abortiva y el imaginado
feto dejó de existir.
Rápidamente, salió a criticar la postura del
jefe sindical y a desmarcarse del atribuido rol de barrera humana en defensa de
un ladrón.
El propio Moyano tiró la toalla y, con su elaborado estilo, pidió que el Presidente lo
recibiera, pero la Casa Rosada rechazó cualquier tentativa al respecto.
Por su parte, contribuyó mucho a ahondar las
diferencias entre los participantes de la marcha la contemporánea difusión de
nuevos y más complicados audios de conversaciones de Cristina Elisabet
Fernández con su ex Secretario General, Oscar Pelotudo Parrilli.
A partir de ellas, resultará harto difícil,
por no decir imposible, construir la
unidad con la que soñaban Víctor Santamaría, Alberto Fernández, Daniel Filmus,
Agustín Rossi, Felipe Solá, Daniel Arroyo y Fernando Chino Navarro y algunos
intendentes kirchneristas del Conurbano.
Es que, sin dejar dudas acerca de su
pensamiento más profundo, la “noble viuda” –la piedra basal
sobre la cual pretendían erigir esa nueva “iglesia” cívica, por ser la única
capaz de reunir un caudal de votos significativo en todo ese universo- expresó en ellos su más absoluto
desprecio por el Justicialismo y todo lo que significa en el imaginario popular.
¿Qué dirán ahora aquéllos que, hace sólo
veinte días, exhibían la absurda fotografía de tantos peronismos diferentes
como un trofeo?
También es cierto que, a medida en que crezca
la certeza de tener que transitar cuatro años más por el desierto, es decir, si
Mauricio Macri fuera reelecto en 2019, el PJ seguramente intentará hacer de las
suyas, como lo hizo en 1989 y en 2001, para no remontarme más atrás en el
tiempo.
Y en esas “suyas” el rol de Moyano volverá a
ser protagónico (si no está tras las rejas para entonces), ya que con sus
camiones puede complicar la vida a todos los ciudadanos y, por ende, al propio
Gobierno.
Porque, recordemos, Cambiemos no tiene, ni
tendrá hasta entonces, mayoría en ninguna de las cámaras del Congreso y, aún
así y en medio de la tempestad económica que le legó la criminal y corrupta
gestión kirchnerista, contra todos los pronósticos conserva firmemente el timón
en sus manos.
Si el Presidente renovara su mandato, ese
triunfo sería acompañado con una gran cantidad de nuevos legisladores propios,
que facilitarán su gestión.
Si, para
entonces, Macri hubiera conseguido
encausar a la Justicia en una senda de seriedad, independencia y celeridad,
los inversores propios y foráneos estarán más que dispuestos a traer sus
capitales a la Argentina y, con ellos, el crecimiento se fortalecerá y la
incidencia de la deuda externa, medida como porcentaje del PBI se reducirá en
forma notable.
Como no podía ser menos, el título de esta
nota también alude al revivido debate acerca de la legalización del aborto, que
será reclamado por muchas energúmenas el 8 de marzo próximo.
Serán las mismas que atacan con pintadas y excrementos
los templos católicos, incluyendo la Catedral de Buenos Aires, cada vez que se
reúnen.
Nicolás Márquez publicó en Infobae esta
semana una medular nota, en la que destrozó literalmente las cifras de abortos
ilegales y de muertes que se esgrimen para justificar el disparate.
Cambiemos ha dejado en manos de la conciencia de sus
legisladores el voto de cada uno cuando el proyecto nuevamente –hoy supe que la primera vez fue en 1902- sea tratado en
el Congreso.
Será este año otro tema que ocupará muchísimas
páginas en los medios de comunicación; por mi parte, adelanto que estoy en
contra de su aprobación, porque se trataría, lisa y
llanamente, de legalizar el
asesinato.
Por último, me referiré a las enormes
críticas que recibe la gestión económica del Gobierno desde su propio costado
ideológico, es decir, fuego amigo.
Ayer, mi querido José Luis Espert hizo, en
una magnífica nota publicada en La Nación, una certera vivisección de la
situación caótica en que se encuentran hoy todos los indicadores y enfatizó que
el principal problema, del cual
derivan casi todos los demás, es la enorme magnitud del gasto público y
la creciente presión impositiva destinada a solventarlo parcialmente.
Coincido, pero no encuentro en ninguno de los
economistas que recomiendan posturas más rígidas y menos gradualistas una
receta política y socialmente viable para acelerar el cronograma que proponen
Mario Quintana, Gustavo Lopetegui, Nicolás Dujovne y Federico Sturzenegger.
Más del ochenta por ciento del gasto se va en salarios de
la administración pública que, como todos
sabemos, fue colonizada durante el kirchnerismo con un millón de nuevos
empleados, amén de encarnar una burocracia innecesaria, ineficiente y, en
muchos casos, corrupta.
Pero, ¿cómo solucionarlo de un solo tajo?;
¿debemos mandar ya mismo a todos ellos a la
calle, para engrosar la lista de los desocupados?;
¿quién podría conservar la gobernabilidad con
una medida de ese tipo?
Sobre todo, ¿estaría la sociedad que
conformamos, siempre tan hipócrita y enferma de populismo, dispuesta a
soportarla?
Bs.As., 24 Feb 18
Enrique Guillermo Avogadro
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