“Una especie
condenada a desaparecer y cuyos últimos ejemplares tiritaban de frío bajo la
vieja bandera de todas las batallas”.
Dolores Soler-Espiauba
El
jueves concurrí a la marcha que pretendía concentrar, frente al Palacio de los
Tribunales de la ciudad de Buenos Aires, a toda una ciudadanía harta de
soportar el duro peso de un Poder Judicial que la ha abandonado, y que se ha transformado en la más
desprestigiada de nuestras instituciones.
Y eso
no es casual, ya que sin Justicia no hay república posible.
Si bien
fue numerosa, no respondió a las expectativas, que aspiraban a reunir allí al
menos a un millón de personas, una esperanza que se justificaba en la intensa
actividad que se percibía en las redes sociales de quejosos y periodistas de
investigación.
Atribuyo
la menor asistencia a la apatía y a la hipocresía de nuestra sociedad, cultora
del famoso “animémonos y vayan”.
Si se
hubiera logrado alcanzar o, por lo menos, acercarse a esa cifra, otro hubiera
sido el resultado.
Una
multitud de ese tamaño hubiera sido imposible de ignorar para quienes son los
máximos responsables del infinito daño que se sigue haciendo desde hace
veintiocho años a la Constitución, el contrato social que nos permite vivir en
comunidad sin matarnos.
Daniel
Sabsay, el único orador, enumeró algunos de los puntos claves que deben ser
tomados en cuenta para salir del lodo en el que nuestros jueces –y, con ellos,
todos nosotros- nos debatimos.
Para no
ser reiterativo, sólo citaré a los artífices de la construcción de esta inmunda
ciénaga:
El Congreso, la Corte Suprema y el Consejo de
la Magistratura.
El primero, por haber habilitado, a instancias de
Cristina Elisabet Fernández, la reforma del organismo encargado de la selección
y de la remoción de los magistrados, para dar en él un sideral peso a la
política en su peor expresión; además, al permitir que integren el Consejo
legisladores en ejercicio, vulneró el
principio elemental de la separación de poderes.
Y por
estar en deuda con la sociedad al no sancionar leyes esenciales para mejorar el
servicio de justicia y permitir avanzar en las causas más rutilantes, como la
extinción de dominio de corruptos y narcotraficantes.
La segunda, por
transformar a la Justicia en mero intérprete de los deseos del Ejecutivo,
como cuando, sin ponerse colorado, su actual Presidente explicó que los
trillados pseudo derechos humanos del gobierno kirchnerista, en especial su aplicación tuerta en los
amañados juicios de venganza a los militares que combatieron la subversión
terrorista, era una política de Estado, consensuada con los otros dos
poderes de éste…
En este
campo se ha llegado al bochornoso extremo de poner como jueces a cargo de los
procesos de “lesa humanidad” a ex guerrilleros y a manifiestos militantes de la
izquierda insurreccional.
Si como
muestra basta un botón, no debemos olvidar que formó parte de este máximo
Tribunal del país un tipo como Raúl Zaffaroni, protector irredento de los delincuentes, evasor de impuestos
y hasta dueño de inmuebles donde se ejercía la prostitución.
Y el tercero, por permitir
la desvirtuación obscena de sus objetivos constitucionales, por su
fracaso en mejorar la transparencia de los concursos judiciales y, sobre todo, por transformarse en un
ignominioso antro donde se trafican influencias políticas y protecciones a los
magistrados que se doblan sin romperse, mientras son incapaces de explicar el
origen de sus llamativas fortunas personales.
Todo
esa panoplia de vicios no hace más que revolcar en el barro la honra y el
prestigio de todos los jueces, la enorme mayoría de los cuales son dignos,
independientes y preparados; pero, lamentablemente, de cara a la sociedad están
representados por los doce (hoy, sólo once) jueces federales y los camaristas
en lo penal de la capital, inquilinos de Comodoro Py.
Se ha
cuestionado fuertemente la aceptación de las renuncias de algunos de los más
notorios, como Norberto Oyarbide, ya que les permite acceder a una jubilación
privilegiada y cuantiosa.
Sin
embargo, parte de esas preocupaciones han comenzado a diluirse ante a la apertura
de una causa en su contra por enriquecimiento ilícito, que pretendió disimular
haciendo rico a su novio gimnasta;
Eduardo
Freiler deberá sufrir una similar investigación, y seguramente los seguirán
otros jueces, todavía en sus cargos, dueños de mansiones, campos, automóviles
de lujo y aras de caballos de carrera.
Todo lo
que sucede aquí resulta un reflejo de lo que está pasando en la Cumbre reunida
en estos momentos en Lima.
Los
presidentes se han mostrado incapaces de condenar al gobierno de Nicolás
Maduro, que está cometiendo un verdadero genocidio contra el pueblo venezolano.
Es
cierto que países como Bolivia, Cuba, Nicaragua y otras naciones menores del
Caribe se oponen férreamente a cualquier crítica al chavismo, pero eso ya era
sabido y se hubiera podido gestar un frente unido para exponer ante el mundo su
feroz criminalidad; en cambio, se ha generado un ámbito de discusión ridículo
que expone cuán divididos estamos los americanos.
En la
Venezuela “rojo-rojilla” se está
jugando el futuro de nuestro continente.
Para
Cuba y otros países, la sobrevivencia del régimen significa ni más ni menos que
el cordón umbilical que les permite seguir respirando.
Maduro
y compañía, aún en medio de la terrible crisis humanitaria que afecta a su
propia población, y la diáspora es sólo un signo de ella, continúan subsidiando
con petróleo barato a esas naciones a las cuales el populismo ha convertido en
inviables y atrasadas.
Siendo
así, veo como imposible que se logre una solución pacífica ya que los afectados
no son, precisamente, niños de pecho que le escapen a la violencia cuando se
trata de defender sus posiciones y, menos aún, cuando está en juego su propia
vida.
Así,
cualquier tentativa de intervención militar, aún bajo el manto de alguna forma
de bandera continental, encontrará una furiosa resistencia de parte del
gigantesco aparato de defensa que allí se ha montado, con numerosísimos
“asesores” cubanos y con el apoyo de Rusia e Irán.
Por lo
demás, el narcotráfico y la corrupción desaforada disponen de los recursos
económicos suficientes para permitirla y financiarla.
Es por eso que soy seriamente pesimista
respecto a una definición razonable del problema, aun cuando resulta fácil percibir que las
fuerzas armadas venezolanas están divididas entre nacionalistas chavistas,
activos narcotraficantes y procubanos.
Para
nada estúpido, Diosdado Cabello ha puesto a cargo de los ministerios y empresas
públicas más importantes a generales en actividad extremadamente leales, y
dispone de la potencia represiva más eficaz para controlar eventuales conatos
de rebelión, como los que se han suscitado recientemente, llevando a la cárcel
a quienes osan criticar públicamente la gestión gubernamental.
Bs.As.,
14 Abr 18
Enrique Guillermo Avogadro
No hay comentarios:
Publicar un comentario