La
raíz de los problemas experimentados por las sociedades occidentales, y que
dañan a personas e instituciones, es la desvinculación.
Joseph
Miró, filósofo español (La Sociedad de la Desvinculación)
*
* *
La
marihuana se ha convertido ya en el “aperitivo inicial” y es, a la vez, una
suerte de ritual iniciático en el mundo de las drogas.
El
“postre” -en avance raudo- es la cocaína.
Desde
mi perspectiva profesional, me detengo en lo que he visto en las guardias de
emergencia.
Oportunidad
en la que viene a mi recuerdo lo explicitado por el filósofo español Miró en
relación a los seres desvinculados, estrictamente
ligados a un estupefaciente.
Acaso
sea terapéutico para el profesional, el detenerse a pensar sobre los episodios
de las guardias, en donde la muerte física convive con la locura: el poder
devolverle un sentido a sus vidas -a aquellos que eventualmente se convertirán
en pacientes- es altamente satisfactorio.
En
rigor, todos ellos se dirigen a las guardias de hospitales y clínicas de
emergencias en adicciones -algunos, exaltados; otros, casi dormidos mientras el
dolor se convierte, de a poco, en reclamo;
la
abstinencia, en impotencia; y cuando el síntoma parece consignar una venganza
contra uno mismo o, imaginariamente, contra terceros.
A
diario, trato con ellos en nuestra comunidad terapéutica GRADIVA.
Algunos
se proponen matar a sus padres -a partir de querellas familiares administradas
con sustancias y dosis de violencia, aunque lo cierto es que se matan unos a
otros.
En
otros casos, habrá quien despotrica o llora contra una mujer infiel.
En
definitiva, son distintas caras de una confesa impotencia a la hora de conducir
la propia vida sin recurrir al abuso de sustancias.
Drogas,
cocaína,
Se
ha desmoronado la palabra; la
omnipotencia se ha alzado con la victoria.
Así
es el mundo de la cocaína, que hoy parece exhibirse como la “droga estrella”,
conforme promete aquello que la Biblia pone en boca de la serpiente: 'Seréis
como dioses'.
El
contacto nasal inicial deposita al individuo en un plano de omnipotencia y
grandiosidad…
Ellos
suelen llamarle 'Paraíso'.
El
consumidor, a la postre, es un 'semidiós'.
Así,
construye su propio altar, allí donde se adorará a sí mismo.
Lenta
o rápidamente, se acercará a su 'Infierno' personal.
Muestras
de lo que puede uno testificar tras asistir a una jornada de guardia, un jueves
por la tarde.
En
esa locación -la guardia-, la vida se transforma en urgencia.
Las
demandas se vuelven imperiosas, mientras el 'nosotros mismos' parece haber
perdido por goleada.
No
en vano, la Biblia sugería tomarse un día para el descanso o la meditación.
Para
encontrarse con el otro, o para -simplemente- contemplar.
Lo que se ha
declarado en ausencia hoy es el encuentro.
Las drogas y el
grotesco
No
obstante lo anterior, la cocaína se presenta como la caricatura de estos
tiempos presurosos -agregando incluso más 'gasolina' al presente instante
cultural: más velocidad hacia la nada que es el vacío.
Para
el consumidor, huír pareciera ser la clave; a contramano del verdadero
'aprender a vivir', que suele coincidir con la necesidad de detenerse.
Ya
lo enseñaba Antonio Machado (1875-1939):
'Ni
el trabajo por el trabajo; ni el juego por el juego; ni la lucha por la lucha
misma: la gracia está en pararse... a contemplar, a meditar'.
Todos
pelean por el plato lleno de cocaína porque -al decir de no pocos nuevos
pacientes-, ya no es la bolsa lo buscado, sino el plato repleto de
estimulantes.
Quizás
acompañado de un respetable vino blanco, de una cerveza, de un vaso de whisky
escocés... o además Viagra.
El
dealer es más buscado que nunca antes, habida cuenta de que es el titular y
verdadero dueño de la receta para la huída.
Es,
el vendedor de drogas, casi un personaje central en los relatos sobre vacío y
posterior remordimiento que solemos cifrar en éste espacio.
Y
todo vale: el exceso intenta llenar el vacío que preside numerosas existencias.
La
huída es el boleto proporcionado por la sustancia:
El
placer conseguido es, a lo mucho, un goce que precisa de técnicas sexuales, o
acaso de múltiples parejas, de la indistinción de sexos, o incluso ejercicios
de pederastia.
La cocaína inhibe -solo por un momento- culpa y responsabilidad.
Pero
habrá que decirlo:
Ambas
retornarán luego, en forma de culpas y enfermedades asociadas (hipertensión,
procesos cancerosos, y un largo listado de etcéteras).
En
opinión de quien esto escribe, la guardia hospitalaria se presenta como la
pintura caricaturesca de los estilos de vida de actualidad.
Estos
espacios físicos remiten al escalafón final de un profundo y extendido
desencuentro de la civilización actual, que tiene en grandes filósofos como
Zygmunt Bauman (1925-2017) a uno de sus intérpretes centrales.
Bauman
nos recuerda, en sus Lecturas sobre Este Tiempo:
“Hoy,
no hay solidez ni peñasco; solo hay arena y viento”
Por
su parte, el maestro de origen francés Edgard Morin (1921) enseñaba que, al
cobrar masividad la problemática de las drogas, la profundidad del problema se
vuelve política, entendiendo por 'político' al eterno dilema de la polis
griega: las ciudades.
Es
que los núcleos urbanos se exhiben hoy saturados de inconvenientes relacionados
con las drogas.
Desde
el adolescente hasta el jubilado, desde el empresario hasta el ama de casa.
Las
sustancias se presentan como el complemento mortífero que la notable ensayista
gala François Dolto (1908–1988) supo llamar:
“la
dificultad de vivir…”
El desmoronamiento
de un mundo
Se
ha precipitado el mundo vertical; emerge el mundo actual, de una naturaleza
bastante más frágil, caracterizado por la inexistencia de vínculos -o bien la
supervivencia de algunos, en franca debilidad.
Asistimos
a una contemporaneidad respaldada por la tecnología y los aparatos, la imagen,
el dinero y la publicidad.
El
eje parece cohesionarse a partir de una ética relativista en donde el bien ha
dejado ya de ser un atributo colectivo basado en un 'deber ser', rematando como
fruto de una mera preferencia personal.
Han
caído en desgracia los transmisores de la cultura, como supieron serlo
familias, barrio, instituciones vinculadas a la espiritualidad o la política.
Todo parece emparentarse -directa o indirectamente- con los negocios, alejado
todo foco del proverbial bien común.
Y
no se atisba salida alguna de momento, pues pareciera ser que somos
protagonistas de un interregno -así lo plantearía Bauman, en medio de un
reinado de la incertidumbre.
-¿Dónde
están los padres? -consulto en la Guardia.
Muchos
me comparten una mirada, como preguntándome qué será eso.
Si
los encuentros se han extraviado en algún precipicio, ¿qué será la vida sin
ellos?
¿Qué
será la existencia, sin transmisión de cultura y de la palabra?
De
esta manera, se arriba a un escenario en donde las drogas se exponen como el
complemento secreto de la autodestrucción.
Las
sustancias parecen suplantar al amante; convirtiéndose en un par siniestro que,
en rigor, es sinónimo cabal de dominación.
A
la postre, la crisis a la hora de construir personas -o, lo que es lo mismo, de
seres libres en contacto empático y solidario con el medio humano- conduce, de
manera inenarrable, a otro andarivel:
La multiplicación
en serie de seres anónimos y manipulables.
Aldous
Huxley, pionero a la hora de describir escenario futuros, así lo predijo en su
libro Un Mundo Feliz.
En
sus páginas, el lector asiste a un mundo caracterizado por la generación de
seres anónimos bajo auspicios de la ingeniería genética, coloreado ello con la
licuación del vínculo humano: '(...)
Cien
repeticiones, tres noches por semana, durante cuatro años y setenta y dos
cuatrocientas repeticiones, crean una Verdad'.
En
la obra de Huxley, la hipnosis social o encantamiento colectivo recibe el
nombre de Hipnopedia.
La
cual no es otra cosa que una cáscara sin intimidad.
Antes
persona, el ser humano muta ahora en un autómata carente de encuentro.
Como
profesionales, no hemos de permitir que esta dinámica nos convierta en meros
técnicos que certifiquen la sepultura social.
Tampoco hemos de
aceptar que nuestro rol quede relegado al de toxicólogos dedicados simplemente
a “lavar” a pacientes moribundos.
Si
no trabajamos con el norte de la brújula centrado en devolver un sentido a la
vida de los pacientes, nuestra profesión se fusionará con el grotesco actual.
Al
menos para quien esto escribe, éste deviene en un mandamiento ético en estos
tiempos.
J.A.
Yaria
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