"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

jueves, 5 de julio de 2018

Poesía para sentir la vida...


Enrique R. Momigliano

“Si vas patinando por el hielo delgado no te sorprendas si una grieta te conduce abajo, abajo, abajo” cantaba Pink Floyd en The Wall.
A mis veinte y con la perspectiva que dan tres décadas, pienso que yo no solo patinaba sobre el hielo delgado sino que disfrutaba de zapatear sobre él.
Y así me fui por la grieta abajo, bien abajo.
Recuerdo que entre el insomnio y los calmantes era habitual que me quedara dormido con la cabeza apoyada en el escritorio que ocupaba- nunca agradeceré lo suficiente la paciencia que mis empleadores me tuvieron en esa etapa oscura.
Cuando despertaba con la mejilla contra el frío vidrio y lograba abrir los ojos me quedaba un rato contemplando la madera antes de, con un supremo esfuerzo, retornar a la labor.
Para ayudarme en el intento se me ocurrió un día fotocopiar parte de los “Siete sonetos medicinales” de Almafuerte, acerca de quien nada sabía y colocarlos debajo del vidrio a efectos que en ese trágico momento de abrir los ojos y darme cuenta que me había quedado dormido en mi lugar de trabajo, 
lo primero que viera fueran las letras de este sublime poeta instalándome las fuerzas que no podía encontrar en ninguna fibra de mí, para seguir cargando mi solitaria cruz.
Y como con los amigos que te acompañan en los peores momentos, de ahí en más nos hicimos inseparables.

Muchos años después aprendí que los siete sonetos los escribió para un amigo, Don Félix J Tettamanti que estaba preso, a fin de impedir que perdiera la esperanza y que la prisión dañara su espíritu.
Por eso cada vez que la vida, con o sin mi permiso y pese que ya no patino en el hielo delgado, me hunde en una grieta, como hizo hace poco – de ahí mi ausencia- vuelvo a la misma medicina y retomo las armas y vuelvo a pelear.

Almafuerte es un alma en estado puro, intransigente con la hipocresía del sistema y de la gente, amante de su patria y religioso al extremo puede decirse de él que vivió como pensó.
Y esa coherencia es una rara, rarísima virtud en “este estrado donde todo es fingido” como él decía.
Para poder vivir esa virtud una sola cosa es imprescindible: animarse a pagar el precio.
Y él lo pagó.
Vivió una vida de soledad y austeridad extremas que no le impidieron llevar adelante su vocación de maestro de la infancia.
Él nunca quiso ser un fabricante de “ladrillos en la pared” (vuelvo a Pink) sino un maestro de vida y por eso abundó en una formación de tipo más espiritual que enciclopedista.

La juventud revolucionaria de fines del siglo 19 lo amó y lo popularizó, pero el también desdeñó el cargo público y la fama y ejerciendo una verdadera opción por los abandonados se concentró en enseñar en una escuelita rural y en adoptar cinco niños.

Profundamente nacionalista en el buen sentido de amante de su patria y profundamente religioso no escapó ni de las contradicciones propias, ni de las polémicas ajenas.
Y por supuesto fue víctima de persecución política que hasta lo privó de su cargo de maestro rural, condenndolo aún más a la pobreza.
En esa condición dejó este mundo pues ni siquiera llegó a cobrar una pensión que como tardío reconocimiento le otorgó el gobierno provincial.

Pero nos legó unas letras inolvidables que en el fondo y en privado nos hacen sonrojar a nosotros, todos los buenos actores que seguimos fingiendo para sobrevivir acá.

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