En
1872 la joven fue asesinada.
En
el lugar hicieron una iglesia donde, dicen, se aparece la víctima.
Dicen
que aparece de blanco.
Que
carga con lo que queda de un viejo vestido de época.
Otros
dicen que no: que en realidad es una túnica mortuoria, más acorde con sus
desgracias.
La
ven llorar.
Felicitas
Guerrero de Alzaga fue viuda joven, rica y hermosa.
Pero
una maldición hizo que jamás descansara en paz.
Hoy
muchos creen que es el fantasma más famoso de la Ciudad.
Cuentan
que empezó a aparecerse en los años 30.
Y
que cada 30 de enero vuelve a pasearse sin remordimientos por la iglesia que
lleva su nombre y que desde siempre carga con su leyenda y su espanto.
Un
templo con muchas historias, en donde nadie quiere casarse.
El
fantasma, como todos los fantasmas, tiene una origen trágico, reconstruido una
y otra vez, durante años.
Felicitas
Guerrero era preciosa aunque desgraciada:
A
los 15 se casó con Martín de Alzaga, que le doblaba la edad, y con él tuvo dos
hijos.
Uno
murió a los seis años y otro nació sin vida.
A
los 26, ella ya había enviudado.
La
leyenda narra que a pesar de su belleza quedó rodeada de muerte, pero también
de una fortuna incalculable.
Los
galanes de la alta sociedad no tardaron en festejarla.
Comentan
que ella eligió a uno entre tantos y que, desesperado, otro de sus
pretendientes la asesinó.
“Te
daré una y mil veces la muerte”, le prometió.
Una
sola bala resultó suficiente.
La
historia siguió así:
Sus
padres, dolidos por el horror, construyeron un templo para recordarla en Isabel
La Católica 520, justo detrás de la casona donde murió y en donde hoy está la
plaza Colombia, en el corazón de Barracas.
Fue
abierto a fines de enero de 1876 –a cuatro años del crimen–, bajo el nombre de
Santa Felicitas, una mártir del siglo II.
Se
trata de la única iglesia propiedad del Gobierno porteño, la única de estilo
neogótico alemán que quedó en pie en todo el mundo y la única con estatuas de
figuras terrenales.
Sin
embargo, es una leyenda lo que la destaca por sobre todas las demás:
Aseguran
que la maldición del pretendiente aún le impide descansar en paz, que el
fantasma de Felicitas vive ahí y que incluso a veces la oyen llorar.
El
mito hace enojar a Dante Galeazzi, el sacerdote que cuida la iglesia desde hace
14 años.
“Lo
del fantasma es mentira.
Y
todo lo que se hace alrededor es una estafa, sólo confunden a la gente”,
dispara.
No
obstante, hay muchos que trabajan en torno a Felicitas a pesar de su disgusto.
Una
de ellas, la arquitecta Ellen Hendi, coordinadora general de las visitas al
Complejo Histórico Santa Felicitas, asegura que hay quienes juran escuchar
campanas que se agitan solas o haber sido testigos de tragedias y amores rotos,
y que varias parejas evitan dar el sí en ese lugar, que actualmente custodian
tenazmente decenas de gatos. Otros relatan que hubo novios y novias que se
arrojaron desde su torre.
Todas
leyendas.
Hendi
está juntando testimonios para saber qué pasaba realmente en ese espacio
durante las décadas del 30, 40 y 50.
“Pero
es cierto, muchos opinan que su historia trágica espanta a cada pareja que
quiere contraer matrimonio”, apunta la arquitecta.
“El
mito –agrega– indica que nadie desea casarse acá porque trae mala suerte”.
Galeazzi
prefiere darlo por terminado.
Abrupto,
sostiene que en Santa Felicitas “no hay ni hubo casamientos” sencillamente
porque “la iglesia no tiene autorización ni libros para ese sacramento”.
Verdad
irrefutable, o no, en el barrio prefieren mantener viva la leyenda.
Algunos
aventuran que el cuerpo de Felicitas busca descanso eterno en el cementerio de
Recoleta.
Otros
sostienen que está enterrado en la iglesia que, además, le da lugar al mito.
Lo
cierto es que cada 30 de enero, los más desdichados siguen dejando pañuelos o
cintas blancas atados en sus rejas, como ofrendas de amor.
No
les importa lo demás: si aparecen mojados, con lágrimas de Felicitas, habrá
deseos cumplidos y el amor por fin llegará.
Y,
según dicen, será para siempre...
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