Es una historia contada por un necio, llena de ruido y
furia que nada significa (Macbeth)
Tu rostro mi Señor es un libro donde el hombre puede leer
extrañas cosas.
Para engañar al mundo toma del mundo la apariencia, pon
una bienvenida en tu mirada y en tus manos y lengua…
Procúrate el inocente aspecto de la flor, pero sé tú la
víbora que oculta (Lady Macbeth).
El talento de los elegidos, el genio de los hombres sobresalientes y la
pluma y la palabra de los que han constituido la verdad en el habla humana, son imperecederas, y pasa el tiempo,
las generaciones y las épocas y sus escritos parecen reflejar la realidad de
hoy.
Que mejor explicación de la corrupción que este
maravilloso texto de Shakespeare.
El relato es una historia que nada significa y en tu rostro el hombre puede
leer extrañas cosas, porque al tomar la apariencia con la intención de engañar
al mundo te has vestido de flor para ocultar la víbora.
Como debió ser el rostro de quien puede ser leído
extrañamente, lejos de la verdad, de la realidad, de la bondad y de la
justicia.
Pues como todo queda, nada se pierde, el comportamiento
tarde o temprano sale a la luz, tal cual es y sin tapujos, y las obras dejadas
por dicha conducta se manifiestan con claridad meridiana.
Corromper significa alterar y trastocar la forma de algo, echar a perder,
depravar o dañar, también seducir y pervertir, estragar y sobornar con dádivas.
La corrupción también es el vicio introducido en las
cosas no materiales y la utilización del poder y de los privilegios sobre todo
en cargos públicos para conseguir beneficios personales.
Cuando esta conducta se hace consuetudinaria, y se abusa habitualmente de
contrariar la ley se cae en la corruptela.
El corrupto es tanto el que corrompe y soborna, como el
que se deja corromper o sobornar.
El daño que provoca la corrupción es imposible de medir, ya que se extiende
en parámetros materiales, espirituales y psicológicos,
afectando no sólo a las personas y a las comunidades sino también a las
Instituciones.
En el plano político la corrupción mina los cimientos de la República,
socava la voluntad, actúa sobre la conducta de la gente, y provoca privilegios,
discriminación, abusos y perversiones.
¿Por qué se deja corromper el hombre?
Hemos señalado en otra oportunidad que en nuestro mundo
moderno, parece que el corazón del hombre está puesto en el dinero, la fama y
el poder.
Y estas tres condiciones son las que dan pie a que se
corrompa.
La corrupción no tiene límites y puede llegar a términos insospechados,
tanto en cantidad, como en calidad, como en roles.
Aquello que menos imaginamos, lo que creemos santo e
impoluto, puede caer víctima de la corrupción cuando el hombre pretende
corromper o se deja corromper.
Cuando se enquista está en medio de nosotros y tiñe las
acciones, las decisiones, los ideales, los proyectos y hasta los grupos que
conforman una sociedad.
Como parece una flor, su vestido de apariencia, no lo
detectamos hasta que está muy adentrada del sistema, y cuando ya ha tomado un
vuelo tan importante que es muy difícil revertir.
Muchos quedan ligados a dicha apariencia, algunos de
buena fe y otros por conveniencia ya esa económica, social, política o de otro
orden.
Entonces la sociedad se ve con un prisma de varias caras,
según desde donde se la mire, y para algunos la apariencia se justifica por las
formas sociales, otras para emprender otras conquistas, y la realidad a veces
se ve tal cual es y a veces no.
No hay otra forma de terminar con la corrupción que la virtud, la virtud
personal y la virtud ciudadana.
El apego a la verdad, a la justicia, a lo que nos
corresponde y a lo que no nos corresponde.
La solidaridad y la entrega para el otro, la humildad en
la conducta y en la vida y la sobriedad y la templanza.
No son necesarios más que un lugar donde vivir, el
alimento diario, la vestimenta que se puede usar y lo indispensable para
nuestro trabajo.
Lo demás es superfluo, es soberbia, lujo, despropósito,
vanidad, como expresa la Escritura el apego a lo que el moho y el orín
corrompe.
Elías D. Galati
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