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martes, 4 de septiembre de 2018

"Manual Duhalde" para tomar el poder tras perder elecciones


Por Gabriel Conte

Nada es casualidad...
La falta de referentes opositores coincide justamente con la instigación a micro caos que se suman a un gobierno desorientado y amenazan con hacerlo caer.
No hay repudios del peronismo a los hechos de violencia que constituyen delitos.
Solo se concentran en hablar del "agotamiento" antes del final de su mandato, del presidente Mauricio Macri.

Un manual que es un best seller de Eduardo Duhalde, que perdió las elecciones (1999) pero terminó siendo presidente tras conseguir la renuncia de quien le había ganado y pactar con sectores poderosos.

Nos quedamos con la idea ochentista de que un presidente era la expresión principal de un partido político que, a la vez, representaba un núcleo de ideas básicas en torno a las cuales se solían reunir personas afines a ellas.
Algunos, los más comprometidos, se volvían militantes.
Aunque los más exaltados respondían al término con una actitud que confundía el origen del término:
Del latín "militare", defender una idea política, al origen en "militaris", concerniente a la guerra.
Por lo tanto, se vuelven seres al servicio de quien da las órdenes en lugar de personas capaces de pensar y ayudar a pensar soluciones a los problemas de un lugar, tal el concepto primigenio de un espacio político.

Luego vino el concepto de "aparato":
El asunto por el que se reunían resultó ser ganar elecciones para conquistar el control del poder político y, desde allí, negociar, confrontar o sumirse a otros poderes fácticos.
El concepto triunfó y ya dentro de los partidos políticos no piensan lo mismo, sino que responden a instrumentos electorales que en un momento hace que sean afines y en otros, esos mismos afines resulten feroces adversarios.
Esto hace que lo que antes era considerado "el pueblo", se transformara en medio de una democracia activa y en formación en "ciudadanía" y ahora, muy probablemente en consumidores de política o en espectadores de la arena en donde suceden cosas de las que pocos se sienten parte.
Alguna vez, inclusive, se habló de "primeras y segundas marcas" en la política argentina al alcance de un electorado que, de acuerdo a su percepción de las cosas el mismísimo día en que tiene que ir a votar.

Pero ahora, definitivamente, está claro que hay que pensar en un nuevo salto que nos hace hacer zoom ya no en "la política" sino en cada político:
¿Para quién trabajan?
Entendidos como lobbistas de otros sectores, podríamos concluir en que son ejecutores de proyectos ajenos y no de la sociedad, ciudadanía, sus consumidores o "el pueblo".
Un mandato no popular sino de élite.
Y entonces, habría que identificar para cuál trabajan.

En estos días agitados por la indefinición económica del Gobierno, en donde la oposición no parece ofrecer siquiera una "segunda marca", si hay algo que falta es grandeza política y sobran candidatos a lobbistas.
No solo ni siquiera parecen conocer para beneficiar a quién trabajan sino que lo hacen para agradar a un posible futuro controlador de su imagen, acciones y grupito que pueda aportar a esta, digamos, "causa".

El ex presidente interino Eduardo Duhalde, ya entrado en años, es el más fiel exponente de esta nueva clasificación de algo tan viejo como las mañas de la actividad política, pero con disfraz moderno.
Llegó a la presidencia por ser el senador más viejo en un Senado a cuyos integrantes la sociedad ya les había pedido "que se vayan todos".
Reunió mañosos de otras fuerzas y empujaron para que terminara antes de tiempo -sangre de por medio- el gobierno errante aunque legítimo de Fernando de la Rúa y prefirieron el caos a la grandeza.
Pocos recuerdan que todo el movimiento de gente hacia los supermercados fue motorizado políticamente y que el fin era entronizar a Carlos Ruckauf, por entonces popular. Pero su propia estrategia se lo llevó puesto en un movimiento táctico para que quien asumiera la presidencia resultara el ex vicepresidente de Carlos Menem, que corporarivizó a los sectores más oscuros de la provincia de Buenos Aires hasta el punto de que todavía hoy cuesta ponerla de pie.
Su cría dirigencial es la que aun juega en múltiples fórmulas para diversos patrones.

Pero no se sabe para quién juega él hoy...

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