Por Christian Sanz
Nada
es lo que parece (*)
Natalio
Alberto Nisman era un tipo muy particular.
Tan
obstinado como ambicioso, sabía caracterizarse por su tozudez extrema.
Poco
afecto a delegar tareas, el desaparecido fiscal especial de la causa AMIA es descripto por quienes lo han frecuentado
como alguien obsesionado en su trabajo.
A
niveles de casi insania.
También
era alguien encaprichado respecto de su propia persona.
Solía
leer todo lo que se publicaba sobre él —guardaba incluso algunos recortes— y
llegaba a cuestionar a los periodistas que lo criticaban.
Por lo que fuera.
No
obstante, a Nisman no le gustaba dar entrevistas, ni tampoco frecuentar lugares
donde hubiera gran concurrencia de personas.
Su nivel de
reserva era superlativo.
Acaso por esa
pulsión de salir por las noches con jóvenes modelos, algunas de ellas a su vez
vinculadas con la profesión más antigua del mundo.
Nada
que objetar, apenas una descripción periodística.
En
lo personal, me tocó frecuentarlo solo dos veces, siempre en el marco de mi
investigación del atentado a la AMIA.
Era
el año 2005 y Nisman acababa de ser designado al frente de la fiscalía especial
ad hoc.
A
su vez, yo avanzaba en la redacción de un libro sobre el mismo hecho, junto
al siempre brillante colega Fernando Paolella.
A
Nisman le preocupaba la manera en que lo mencionaríamos en esa obra.
¿Sería
de manera elogiosa o crítica?
¿Aparecería
como un héroe o como un villano?
En
Tribuna de Periodistas, el portal que fundé y que dirijo desde el año 2003, se
acumulaban los artículos críticos hacia la gestión del fiscal, por lo cual la
duda que lo asolaba era pertinente.
Más
aún: esas notas estaban escritas alternativamente por mí, por Fernando y/o por
ambos.
Nuestra
valoración sobre Nisman era paupérrima.
El
choque era inevitable:
El
fiscal estaba furioso con nuestro trabajo periodístico y no estaba dispuesto a
que su nombre fuera manchado en ningún libro de investigación.
Ya
les dije: era una persona obsesiva acerca de su propia imagen.
Pero
la discusión no tenía que ver con las apariencias de Nisman, sino con su
trabajo.
Le
cuestionábamos que insistiera en avanzar en una trama que se había demostrado
falsa respecto de la causa AMIA.
Sin
embargo, la palabra “autocrítica” no aparecía en su diccionario personal.
El fiscal
intentaba convencernos sobre la participación de iraníes en el atentado
ocurrido a las 9:53 del lunes 18 de julio de 1994.
Pero
no había una sola prueba, y él lo
sabía.
Le
explicamos lo obvio: que los autores reales de ese hecho eran sirios.
“Hay
evidencia de sobra en el expediente”, le recordamos.
Pero
no hubo caso.
Su
enojo pudo más que su raciocinio.
Nisman
insistía en hablar sobre Irán, la Trafic y la discusión entre árabes y judíos.
Justo
los tres puntos que se demostraron falsos en la indagación judicial.
Porque:
1) No fueron iraníes, sino sirios;
2)
Nunca hubo Trafic alguna, tal cual atestiguan 200 testigos;
3)
Ningún enfrentamiento entre árabes y judíos, sino una venganza personal contra
Carlos Menem.
Los
detalles del desafío contra Nisman se publicaron en TDP en el año 2007, con la
copia del fax que le enviamos al propio fiscal, donde lo invitamos a debatir
públicamente al respecto.
Jamás aceptó.
Pronto
supimos que no se trataba de una cuestión de desconocimiento, sino todo lo contrario.
¿Quién
podría estar más informado que él, que estuvo secundando desde siempre a Eamon
Mullen y José Barbaccia, fiscales a cargo de la investigación AMIA?
Nisman
no era un neófito sobre el caso.
Ergo,
todo lo que hizo fue interesado.
Pero
no fue el único:
Detrás de la
“desinvestigación” hubo toda una maquinaria que incluyó a lo más granado de la
política y los servicios de Inteligencia, locales y foráneos.
Amén
de los millonarios negocios que estaban en riesgo si se daba a conocer la
verdad de la trama, aparecía un hecho crucial que obligaba a barrer la basura
bajo la alfombra:
Los
acuerdos de paz en Medio Oriente, firmados un año antes de lo sucedido en AMIA.
Allí Siria fue
un actor primordial.
Ergo,
no podía aparecer a los ojos de la comunidad internacional como parte de un
acto contra la colectividad judía.
Ello
motorizó la maquinaria que impulso a la corporación mediática nacional a acusar
a Irán.
Muchos
lo hicieron “operados” por puntuales informantes; otros a sabiendas de que
mentían.
Tales
los casos de Daniel Santoro, Raúl Kollmann, Román Lejtman y otros.
Como se sabe, el
dinero todo lo puede.
No
obstante, hubo voces discordantes ante el coro insensato, como la de James
Neilson:
“Pues bien: si
los autores del atentado contra la AMIA –o contra la embajada de Israel-
respondían a las órdenes de un gobierno extranjero, al país no le quedaría otra
alternativa que romper las relaciones diplomáticas y prepararse para tomar las
represalias indicadas. Sin embargo, aunque hay evidencias de que Hezbollah y
otros grupos parecidos sí disfrutan del apoyo del régimen iraní y que bien
pueden recibir instrucciones de Teherán, no es posible afirmar con seguridad
absoluta que operativos como los concretados en Buenos Aires sean
responsabilidad de los ayatollahs”, según se desprende de la edición
especial de revista Noticias del 19 de julio de 1994.
Como
publiqué en mi libro AMIA, la gran mentira oficial, tanto Washington como Tel Aviv juraron que existía evidencia plena de
que ambos ataques tenían al régimen teocrático iraní como denominador común.
William
Bill Clinton y el primer ministro Yitzhak Rabin dedicaron ingentes recursos
para que sus respectivas usinas de inteligencia inventaran evidencias que
zanjaran la necesaria culpabilidad iraní y liquidaran de un plumazo todo signo
que implicara a Damasco.
Así,
tanto Haffez Al Assad —entonces presidente de Siria— como su ministro sin
cartera, el narcoterrorista Monzer Al
Kassar, pudieron respirar tranquilos, ya que gracias a los buenos
oficios de sus aliados no fueron víctimas de ningún “ataque preventivo”.
Esa
trama, que escribimos con dedicación junto al mencionado Paolella en varias
notas a partir del año 2003, provocó la furia de Nisman, quien no dudó en amenazarnos con
juicios y represalias jamás especificadas con precisión.
Ello
dio inicio al desafío mencionado más arriba:
“Con
una sola prueba que nos aporte sobre la responsabilidad de Irán, será
suficiente”
“Nos
rectificaremos de inmediato”, le dijimos a coro.
Su
respuesta nos dejó helados:
“¡La
evidencia existe, pero yo no la tengo, la guardan en su poder la CIA y el
Mossad!”.
Lo
que dijo después ni siquiera vale la pena ser mencionado.
¿Cómo
el fiscal más importante de la Argentina podía decir algo semejante?
¿Desde
cuándo un funcionario judicial confiaba en pruebas que jamás vio o tuvo en su poder?
Así
era Nisman, un hombre que podía
atreverse a decir cualquier cosa sin que nadie le pidiera explicaciones por
ello.
Por
eso, en enero de 2015, cuando le pidieron que fuera al Congreso Nacional a
aportar evidencia concreta respecto de su denuncia contra Cristina Kirchner, el
fiscal quedó totalmente descolocado.
Nunca
antes le había ocurrido.
Pero
aún no llegamos a ese punto.
Estamos
apenas en 2005, cuando Nisman recién acaba de ser nombrado a cargo de la
fiscalía especial AMIA.
Allí
solo hará lo mejor que sabe hacer: nada.
Durante
los 10 años que estuvo a cargo de la investigación, el expediente no avanzó un
ápice.
Por
caso, Diana Wassner, viuda de una de las víctimas del atentado e integrante de
Memoria Activa, se animó a decir oportunamente lo que todos pensaban: "Nisman no realizó ningún trabajo, no
hizo nada en la causa.
En
sus manos, la causa en diez años no avanzó nada.
“Hizo
un montón de negocios personales, paseó por el mundo con el dinero que tenía
para investigar la causa AMIA".
A
esta altura, es preciso mencionar que no se trata de opiniones o valoraciones
de tal o cual persona, sino de lo que aparece en el propio expediente judicial.
Quien
crea realmente que el fiscal hizo un gran trabajo allí, solo debe analizar la
causa judicial.
Se
sorprenderá al ver que, no solo hizo “la plancha”, sino que además se esforzó
por demás en tapar la pista siria.
Ello,
como se dijo, por la presión de intereses foráneos, principalmente
norteamericanos.
Se
insiste: no se trata de ninguna especulación.
Las
pruebas de sus relaciones con EEUU aparecieron en su momento en los cables de
Wikileaks, donde se demostraba que ese país lo “orientaba” en la investigación
del atentado a la AMIA.
En esos
documentos, quedó al descubierto que el fiscal visitó asiduamente la embajada
de ese país en la Argentina para discutir con diplomáticos norteamericanos la
orientación de la investigación del mismo.
“Los
oficiales (norteamericanos) de nuestra Oficina Legal le han recomendado al
fiscal Alberto Nisman que se concentre en los que perpetraron el atentado y no
en quienes desviaron la investigación”, señaló un cable del 22 de mayo de 2008,
revelado por Wikileaks.
Por
entonces, la embajada de Estados Unidos estaba molesta por la decisión del
fiscal de pedir el procesamiento del ex presidente Carlos Menem, el ex juez
federal Juan José Galeano, el ex jefe de la SIDE Hugo Anzorreguy, el ex
comisario Jorge “Fino” Palacios y el ex titular de la DAIA Rubén Beraja, entre
otros.
Según
el cable, “Nisman nuevamente se disculpó
(por no haber avisado a la embajada previamente su decisión) y se ofreció a
sentarse con el Embajador (Earl Anthony Wayne) para discutir los próximos
pasos”.
“Los detalles de
los cargos criminales contra Menem y los otros sospechosos fueron una sorpresa
(…) que hasta ahora tenía una relación excelente y fluida con Nisman”, detalló la
Embajada.
De
esta manera, otro cable, fechado cinco días después, el 27 de mayo, aseguró que
“Alberto Nisman llamó al embajador el 23 de mayo para pedir disculpas por no
dar el preaviso” y que “no creía que la visita de (a la Argentina por esos días
del subdirector del FBI, John) Pistole iba a coincidir con su anuncio”.
“Señaló que lo
sentía mucho y que aprecia sinceramente a todos la ayuda y el apoyo del
gobierno de Estados Unidos y de ninguna manera la intención de socavar eso”, dijo el
embajador que le expresó el fiscal federal, según un cable de la embajada de Estados
Unidos, firmado por el propio Wayne y develado por Wikileaks.
Por
esos días, según afirmó la sede diplomática, el fiscal “quería hacer el anuncio antes del aniversario de julio del ataque y
que el momento no tenía la intención de coincidir con la visita de Pistole”.
“El
anuncio de Nisman fue impulsado más por la política nacional que nuevos avances
significativos en el caso”, detalló la embajada de Estados Unidos, que fue
categórica: “Aunque es demasiado pronto
para decir qué Nisman eligió para hacer el anuncio hoy, en el pasado nos ha
dicho en privado que él aspira a un juez federal”.
Por
su parte, en el cable del 28 de mayo, Wayne afirmó:
“Un
último dato ofrecido por (el informante de la embajada de Estados Unidos y ex
mano derecha del procesado Ruben Beraja, Alfredo) Neuburger (que la Embajada
aún no puede confirmar) es que la Argentina Fiscalía General Esteban Righi se retirará pronto y que
Alberto Nisman supuestamente es el principal candidato para el puesto”.
“Cuando
la oficina de Legales (en verdad, el FBI) le hizo notar a Nisman que su anuncio
podía llevar, otra vez, a que el gobierno iraní cuestionase la credibilidad o
imparcialidad de la investigación, Nisman dijo que no debería, aunque luego
concedió que no había considerado las implicancias que el pedido de detención
podría tener en la investigación internacional”, aseguró el cable del 22 de
mayo.
Allí
aparece un dato revelador:
Había
otra cuestión que también molestaba al embajador y era que los medios
consideraban a Kanoore Edul como la punta de la llamada “pista siria”.
Pero
esa, es otra historia, que se contará más adelante en este libro.
(*)
Segundo anticipo del libro "Nisman, el hombre que debía morir", de
próxima aparición.
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