Arturo
Pérez-Reverte
Reconozco
que esta vez me han pateado la bisectriz.
Después
de muchos años comentando lo que estaba por venir en Cataluña –menester para el
que tampoco era necesario el don de la profecía– y encajando el escepticismo de
cantamañanas que me llamaban exagerado y pesimista, decidí no volver a tocar el
asunto en esta página.
Tras
permitir entre todos que se desbordara el asunto mediante las adecuadas dosis
de pasividad, oportunismo y cobardía, ahora nos toca disfrutarlo, me dije. Así
que desde ahora, por mi parte, punto en boca y a otra cosa, mariposa.
Tal
era la idea, como digo.
Mantenerme
lejos de toda esa basura.
Al fin y al cabo
no soy un periodista con obligaciones informativas o de opinión, sino un fulano
que escribe novelas y utiliza esta página para hablar de lo que le apetece.
Y
en cuanto a opiniones, ahora que quienes antes callaban como putas cantan en
plan orfeón –lanzada a moro muerto, se llama la figura–, mi aporte es
innecesario.
Sin
embargo, como digo, acaban de tocarme el asunto.
Lo
ha hecho
Oriol Junqueras
ha mencionado a Sócrates, Séneca y Cicerón para decir que, como ellos, él tuvo
la oportunidad de huir y no lo hizo.
Oriol
Junqueras, protomártir del Procés, que ha mencionado a Sócrates, Séneca y
Cicerón para decir que, como ellos,
él tuvo la oportunidad de huir y no lo hizo, afrontando con coraje su destino.
Y,
bueno.
Como
esta página la escribo con dos semanas de antelación, no sé qué más habrá dicho
en ese juicio que, cuando esto se publique, estará en todo lo suyo.
Pero
en cualquier caso no tengo más remedio que negarle las referencias.
Dejando
aparte a Séneca y un error histórico sobre Cicerón –que sí huyó, pero lo pillaron y
le dieron matarile–, me molesta mucho, incluso me ofende, que Junqueras
haya puesto sus manos, sucias o limpias, sobre Sócrates, cuyo busto de palmo y
medio ocupa lugar de honor en mi biblioteca.
El
filósofo griego tuvo oportunidad de huir, es verdad.
Pudo
incluso pedir clemencia, pasteleando con el tribunal que lo sentenció a muerte.
Pero Sócrates
bebió la cicuta precisamente por obedecer las leyes.
Para
demostrar que, cuando la ley es justa y democrática, en toda circunstancia está
por encima del individuo; e incluso, y
ahí está el detalle importante,
por
encima de la voluntad de cualquier masa vociferante de individuos que dice
hablar o actuar en nombre del pueblo.
Para
entender en su profundidad moral el proceso de Sócrates y su acatamiento de la
sentencia hay que remontarse a la batalla naval de las islas Arginusas, cuando
los generales griegos se vieron enfrentados a un proceso, tras un temporal en
el que murió gran parte de su gente.
Fue
un juicio muy contaminado por la política, y Sócrates, miembro de la asamblea,
habló en defensa de los acusados.
Pero
cuando, con las leyes vigentes en la mano, todo parecía favorable a la
absolución de éstos, sus enemigos
políticos agitaron a la asamblea y al pueblo contra ellos.
Menudearon
manifestaciones, escraches, testigos falsos, llorosas familias de los náufragos
pidiendo justicia y otros recursos.
No
faltaron sino tuiteros y tertulianos de televisión.
Era nada menos
que el demos, el supuesto pueblo que allí se manifestaba, poniéndose por encima
de la legalidad.
Exigiendo
estarlo.
Pero
Sócrates, que era un tío de una pieza, se negó a tragar.
Denunció
aquello, dijo que la ley estaba por
encima del populismo oportunista y, por supuesto, se quedó solo.
Acojonados,
los miembros de la asamblea votaron lo que el pueblo pedía, y los generales
fueron ejecutados.
Sócrates
jamás lo olvidó, y Atenas, por supuesto, no se lo perdonó nunca:
Los
demagogos, porque se había opuesto defendiendo la ley…
Los cobardes,
porque los había puesto en evidencia.
Y
ahí está la explicación de lo que ocurrió más tarde.
Porque
cuando Sócrates se enfrentó a su propio proceso y fue sentenciado a muerte,
pese al ofrecimiento de sus amigos de facilitarle la fuga, él se negó a salvar
su vida huyendo.
Al
contrario: consciente de que –incluso quienes lo habían condenado– toda Atenas esperaba su fuga con alivio,
resolvió quedarse en la cárcel y beber la cicuta, aceptando sin protestar la
muerte que el Estado, en el uso de sus leyes, le infligía.
Dando ejemplo,
él sí, de ciudadanía y de coraje, y pagando con la muerte esa coherencia.
Así
que no me toquen a Sócrates, por favor…
Sócrates murió
por respetar las leyes, no por pasárselas por el forro de los huevos, como
Oriol Junqueras y el resto de la peña.
Murió
precisamente por respetar las leyes, no por pasárselas por el forro de los
huevos, como hicieron, y siguen haciendo, Oriol Junqueras y el resto de la
peña. No se escuden en él para salpicarlo también con la podredumbre política,
social y moral propia de este país inculto, insolidario, infame, desorientado y
en demolición.
Que por sus
propios tristes méritos, como la Atenas de Sócrates, tiene a menudo, o casi siempre,
lo que merece tener.
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