Por
Fabián Bergenfeld
El
ataque de furia protagonizado por un taxista contra un automovilista,
constituye un hecho que sobrepasa los límites de lo habitual por tratarse de un
sujeto con sus facultades mentales alteradas.
Pero
no por eso puede resultar ajeno al ámbito de responsabilidad del Estado, ya que
el otorgamiento del registro de conducir y de la licencia para circular con un
taxímetro, deben estar condicionados al resultado de los tests psicológicos y a
la existencia o no de antecedentes penales.
Mi
afirmación sobre el estado de demencia del taxista, proviene de que fui víctima
de un hecho similar protagonizado por el mismo sujeto el día 13/2/2019,
alrededor de las 21hs., mientras circulaba tranquilamente por Av. Costanera
rumbo a un festejo de cumpleaños en un restaurante.
El
mismo personaje, comenzó a arrojar el taxímetro contra mi automóvil
argumentando falsamente que yo “lo había arrojado contra un colectivo”.
Al
comprender que se trataba de un alienado, aceleré no obstante lo cual este
demente logró rebasarme cruzando el taxímetro, - obligándome a detenerme-, para
impedirme el paso, mientras los automovilistas que circulaban hacían sonar sus
bocinas.
Bajó
entonces del automóvil con intenciones de atacar, sin que yo pudiera visualizar
si portaba o no armas, ante lo cual logré arrancar raudamente esquivando al
taxista y a su vehículo atravesado en la Av. Costanera.
Inmediatamente
me comuniqué con el 911 e informé lo sucedido, pero sin poder proporcionar la
patente por lo cual opté por no realizar una denuncia que, a la luz de lo
ocurrido hace pocos días y que sorprende a la opinión pública, la realizaré en
el día de hoy.
Debo
admitir que, de haber contado con un arma, al
menos en modo persuasivo la habría utilizado lo cual me lleva a la
conclusión de que, a la luz del estado de violencia en el que se encuentra
inmersa la sociedad, y la falta de controles suficientes por parte del Estado a
pesar de que ha tomado conciencia de que la inseguridad no es una “sensación “,
-conforme postulado del gobierno anterior-, debemos los ciudadanos recurrir en
modo consciente a herramientas para nuestra legítima defensa, ante hechos
vandálicos protagonizados en la vía pública por toda clase de sujetos.
Además,
cabe reflexionar sobre la necesidad de ampliar los alcances del instituto de la
legítima defensa y de la causa de justificación que impone el estado de emoción
violenta, ya que los ciudadanos nos
encontramos expuestos permanentemente a hechos sorprendentes que atentan contra
el derecho a la vida.
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