NICOLÁS LUCCA
Hace
unos años, cuando en un allanamiento le encontraron casi cinco palos verdes a
Florencia Kirchner, escribí unas líneas al respecto. Hoy las leo y siento que
merecen ser replicadas y ampliadas. ¿Por qué?
Tuvo
que criarse con el padre laburando full time en la política.
Y
si bien, cuando ella nació, su madre ya era diputada provincial, cuando el
retoño contaba con cinco años aprendió a lidiar con el detalle de tener a la
vieja a más de 2.500 kilómetros de distancia por haber ganado un escaño en el
Congreso de la Nación.
La
secundaria fue aún peor.
Tenía
a sus padres con ella viviendo todos bajo el mismo techo, la tranquilidad de
los pagos propios se vio reemplazada por el enorme campus del La Salle de
Florida.
Terminó
por quedar libre en quinto año.
Le
echó la culpa al conflicto con el campo.
Algo
iba aprendiendo de los viejos.
Hubo cosas de su
generación que le fueron vedadas.
Todas
sus compañeras tenían un perfil en Fotolog, luego Facebook, más tarde Twitter.
A
ella le sacaron la posibilidad de ser una adolescente flogger más por orden
presidencial.
Justo
en la edad en la que el humano forja su personalidad adulta ante la mirada de
los demás, invisibilizaron a Florkey y crearon por imposición a Florencia.
Cuando llegó la edad en la que la mayoría de sus compañeras de buen pasar
económico aprendían a manejar, tuvo que conformarse con las calles internas de
la Quinta de Olivos.
Mamá
la compensó, obviamente, y no tuvo mayor problema en contar con el Tango 10 de
la flota aérea presidencial, a su disposición para salir a pasear con las
amigas.
Más
tarde venció toda resistencia al abrirse un perfil de Facebook con un nombre
falso (Helena Baudelaire), pero todo termina por filtrarse.
Decidida
a disfrutar a pesar de todo, salía de joda con las amigas…
Y
seis custodios que luego reportaban a los padres qué hizo, cuánto tomó, quién
se acercó a bailar con ella.
Total
normalidad como para lograr que algún pibe se acerque a chamuyar, para disfrutar
de la vida en el último momento en el que vivirás sin mayores preocupaciones
que las emocionales.
Harta
de no ser nada se fue a probar suerte con eso de ser normal a uno
de los pocos lugares en los que un marciano podría circular sin llamar la
atención: Nueva York.
La
excusa fue ir a estudiar cine, pero todos sabemos que podemos llegar a mentir
fuerte a nuestros padres con tal de generarles cierta tranquilidad que nos
garantice la libertad.
La
repentina muerte de su padre la hizo volver al planeta Tierra.
De
pronto, la misma adolescente a quien su madre le prohibía exponerse en una red
social como cualquier chica de su edad, fue
expuesta junto a su madre ante los medios del mundo.
Horas
parada al lado del féretro de su padre, exhibiendo su dolor ante las cámaras
cuidadosamente dirigidas por una productora televisiva para aprovechar hasta la
desgracia.
Eterna
concatenación de minutos que se sucedían mientras miles de extraños se
despedían de su padre, varias decenas de extraños acólitos del viejo sobreactuaban
su dolor y todos, absolutamente todos, le contaban cuánto les afectaba la
muerte de su progenitor.
Como
si ella, su hija, necesitara explicaciones.
Para
terminar de embarrarla, su madre, Presidente de la Nación, se la llevó a pasear
el luto por el mundo, cual primera dama, cumpliendo
con la tradición menemista de colocar a los hijos en roles propios de sus
progenitores.
Por
si todo esto no alcanzara para llenar el cupo de “hijos ocupando lugares que no
les corresponden”, tuvo que ser ella la que le pusiera la banda presidencial a
su mamá.
Porque
mamá estaba peleada con el vicepresidente saliente.
Porque
a mamá no le gusta que nadie le diga lo que tiene que hacer.
Los
temas irresueltos son los responsables de nuestras acciones intempestivas.
La
niña no volvió nunca más a Estados Unidos.
Su
ciudad en el mundo se convirtió en la capital del imperio y, para calmar las
ganas de obtener lo que la vida le había quitado, empezó a militar.
Curiosidades
del kirchnerismo: en una juventud en la que había más generales que soldados,
en la que todos militaban desde el poder y en la que la totalidad de su
dirigencia ocupaba un carguito en el Estado, cayó la hija de la Jefa.
Algo
así como la Navidad del camporista.
Repitió la
historia de su vieja.
Se
juntó con un joven militante, abandonó los estudios, no se calentó en buscar
laburo y trajo una niña a este mundo a 2.500 kilómetros de su casa natal.
Pero
el padre de su hija no era su propio padre.
Quien
escribe estas líneas tuvo la posibilidad de charlar con el muchacho en cuestión
y se encontró con un joven afable, de gestos amables, mirada sincera, con un
apellido que pesa pero que si no se lo menciona, nadie diría que es hijo de la
revolución armada.
La
relación duró lo que el poder de mamá tardó en desvanecerse.
Pudiendo
vivir como cualquier otro con un poder adquisitivo similar, decidió instalarse
en un departamento a cuadras de la plaza más peligrosa de la Capital Federal,
donde los laburantes y la marginalidad se mezclan con el logo de La Corpo de
fondo.
La
plata parece dolerle.
Durante
un tiempo, sus intervenciones mediáticas tuvieron dos vías:
Un
micro que se emitía en una radio del barrio de Constitución y cartitas que su
madre le atribuye a ella y las publicaba en Facebook, allí donde Florkey no
podía ser ella pero donde la madre la
expuso sin frenar medio segundo a pensar en la contradicción.
La
primera carta vez fue cuando La Nación dijo que Florencia había vivido en Nueva
York en un departamento de lujo.
Lo
desmintió a medias, golpeó bajo metiendo que una vez tuvo que volver porque
falleció su papá y, de paso cañazo, le pegó a la prensa entera con una
metodología que ya teníamos vista de algún lado: “Tampoco tuve ni tengo ningún
auto Mini Cooper, ni de ninguna otra marca.
¿Saben
por qué?
Por
una razón muy sencilla: no sé manejar.
Ya
sé, mañana titulan ¿Vieron? Florencia K no sabe manejar”.
Sinceramente,
el ghostwriting es un sello cristinista.
Con
la marcha aniversario de #NiUnaMenos, mamá Cristina publicó un texto de Florkey
en el que el retoño criticaba al patriarcado que, entre otras cosas, “es la mano derecha del capitalismo más
salvaje”.
Luego
de criticar a quienes buscan utilizar la consigna “Ni una menos” con fines
políticos, afirmó que Milagro Sala está presa por ser mujer.
Y
uno que pensaba que estaba porque no le quedó delito por cometer.
No
sería la última vez que Cristina mostrara los dibujitos de la hija y, un par de
semanas después, publicó otra carta en la cual Florencia escribió como
Cristina, se quejó a lo Cristina, y compartió “letras de molde” a lo Cristina.
Lo
que es la genética:
Junto
a un titular de Infobae en el que daba cuenta de las reformas que Macri realizó
en la Quinta de Olivos, escribió que “casualmente esta nota sale un día después
de la sesión sobre la ley anti despidos, y digo casualmente porque intento no
pensar mal de nadie”.
¿Le
suena el estilo?
Copiado
tan exacto que un distraído podría suponer que la tarea la hizo mamá.
También
le atribuyeron a Florencia la autoría de un escrito en el que pide a la
Justicia que “acabe con el show mediático y abra sus cajas de seguridad”.
No
sé qué habrá pensado la defensa de la familia, pero por lo visto no la
calcularon bien:
El
juez federal le dio el gusto, que parece que no fue tan gusto, y la defensa se
negó a facilitar la llave para abrir la caja de seguridad que habían pedido que
se abra. [Nota personal: Si tiene que
volver a leer estas líneas para entenderlo, imagine lo que fue pasarlo en limpio].
Lo
cierto es que, mientras el cerrajero laburaba, un aroma particular empezó a
invadir las fosas nasales de los presentes…
Ese
perfume que te recuerda que hay una vida mucho mejor que la que tenés, sólo que
no vas a poder pagarla nunca en tu vida.
Y
ahí, señores, para el estupor del pobre cerrajero que cuenta las monedas para
cargar la SUBE pero al que el kirchnerismo le devolvió la dignidad, aparecieron
4,66 millones de dólares repartidos en fajos, algunos con el gancho del Banco
Galicia, y unos cuantos termo sellados, envasados en su lugar de origen para
conservar todos sus nutrientes.
Cómo no van a
calificar de amarrete al jubilado marplatense que quería comprar diez dólares
para regalarle al nieto.
Muchos
supusieron –con cierta lógica– que Cristina tenía razón, ya que había declarado
ante la Justicia que, entre sus ahorros, existía esa suma de dinero en una caja
a nombre de Florencia.
Asimismo,
la ex presi aseguró que ese dinero había sido recientemente convertido a
dólares “para cuidarse de la economía”.
Una
pena: los números de serie del
empaquetado datan de 2009.
Otra
pena: si la guita era de su hija, por qué la convirtió.
Tercera
pena: si la guita es la herencia de su hija, ¿para qué la declaró como propia?
Unas
horas después de la joda loca, Cristina publicó otra carta a nombre de
Florencia en la cual la hermana de Máximo afirmaba que “desde hace meses se intensificó la persecución a su familia con una
saña nunca antes vista”, y mezcló todo al decir que ellos “no son los
únicos”, dado que también está en riesgo la libertad de expresión.
Esta
preocupación duró hasta el punto seguido y cargó contra “la tele que te dice
que estás contento”.
Luego
de recordar que la policía “bajó a un hombre del tren Mitre por llevar un
cartel contra Mauricio Macri”,
La
Cristina Blue preguntó: “¿Se imaginan la cantidad de policías que el
anterior gobierno hubiera tenido que usar el 8N con tanto cartel que decía
Yegua? Igual, no se preocupen que aquel día de 2012 la policía estuvo
cumpliendo las funciones que debía y los opositores pudieron caminar tranquilos
por las calles con sus irrespetuosos carteles”.
Son
tan parecidas las formas de expresarse por escrito de Cristina y de Florencia
que daban ganas de pedirle que cambie de community manager.
La
Cristina Blue dijo que la prensa no defiende los intereses del pueblo al
manejar la información respecto de las novedades judiciales de su familia, que
los medios tapaban la investigación de los Panamá Papers –denunciado por los
medios–, no hablaban de las cuentas offshore –denunciadas por los medios–, ni
de los aumentos de tarifas –que es practicamente de lo único que se hablaba en
los medios–, ni del cacerolazo que, tras un excepcional acto de coherencia
histórica, rebautizaron como “ruidazo”.
Y
que también fue cubierto por todos los
medios.
Yendo
a lo concreto, recordó que le duele hablar de los millones de dólares que le
dejó el padre.
Florencia,
que no es Cristina, demostró todo lo que aprendió de Cristina, que no es
Florencia:
“Podrán
querer dañar mi persona y a todos los miembros de mi familia. Pero el que no la
debe no la teme
[NdelA:
una frase muy de moda entre los jóvenes… de 1930].
¿Cuando
ya no queden lugares qué van a hacer?
¿Inventar
una bóveda bajo la cuna de Helena?
¿Entrar
a allanar a mi casa a las tres de la mañana por una denuncia anónima?
¿Los
70? ¿El 55?”.
Reformulo.
Que
se note que tiene plata le duele.
Vivirla,
no.
Y
una investigación por choreo es golpismo y proscripción.
Aunque
no estén en el Gobierno.
Aunque
se hayan ido tras perder elecciones.
Aunque
Florencia nunca haya ocupado ningún cargo.
Aunque
no era Florencia quien escribía.
Pobre
Florencia.
Tanta
guita y pobre Florencia.
Porque
una cosa es pasarla bomba con la plata de los viejos, total, así te criaron.
Pero qué triste
papel que tu vieja te use para defenderse.
Hay
cosas que nunca dejarán de sorprenderme.
Una
es que, ante la presencia de tanta guita injustificable, todos recuerden lo
feos que son los hijos de Cristina.
Como
si ninguno de nosotros tuviera un muerto en el placard al que ni siquiera le
pedimos el saldo de cuenta.
Como
si ninguno de nosotros haya sido alguna vez el dueño de ese teléfono que suena
recién a las cinco de la mañana.
Tampoco dejará
de sorprenderme jamás cómo estos ñatos han naturalizado el choreo al punto de
transmitirles a sus hijos que todo es normal, que se lo merecen porque sí,
porque así lo quiso Dios, por haber sido tan altruistas con el pueblo, cuando
sólo estaban satisfaciendo sus propias carencias emocionales. Como todos, sólo
que en vez de ahogarse en un kilo de helado berreta comido del pote de pie al
lado de la heladera, o ahogados en una montaña de merca mientras putean a
propios y extraños, estos lloran abrazados a sus montañas de dólares.
Porque,
si bien es cierto que Florkey tenía doce añitos al momento de convertirse en la
hija del Presidente y a los 25 ya era
multimillonaria sin haber hecho otra cosa que respirar, también es
cierto que los padres le cagaron la vida desde antes de nacer.
Tan
cierto como que todos hemos pasado cosas peores, pero cagados de hambre.
Nosotros
no tenemos tiempo para preocuparnos por cambios de paradigmas, ni para analizar
la nueva coyuntura social internacional, o lo que sea de lo que se trate el
delirio de moda.
Básicamente,
porque estamos demasiado ocupados en producir para comer.
No
hay forma de que analicemos el rol de los medios o si Florencia es una prueba
de que Cristina predicaba con el ejemplo a la hora de redistribuir la riqueza
ajena en favor de los que tienen menos recursos para sobrevivir.
Porque
si hay algo que sí queda claro en todo este embrollo es que, sin la plata que amasaron los viejos,
Florencia
es tan sólo una madre soltera, desempleada y sin estudios.
Hoy,
a tres años de aquel texto que retoqué por estas horas, algunas cosas cambiaron
y otras siguen igual.
Flor
prefiere Cuba antes que Estados Unidos, aunque diera la sensación de que prefiere
cualquier lugar bien lejos de la familia.
En
los últimos meses hemos sido testigos de un desfile de padres que pasan por
tribunales a hacerse cargo de las cuentas bancarias que no pueden explicar sus
hijos.
Incluso
Franco Macri, con la pública y notoria relación de mierda que tuvo con su
primogénito, declaró poco antes de morir
que todo lo que podía rozar a Mauricio era
de él.
Puede
ser cierto, puede que no, pero ver a padres cuidar a sus hijos sin importar la
edad es, cuanto menos, esperable.
Cristina
podría haber hecho lo mismo y solucionarle la vida a Florencia.
Mejor
aún, podría haber hecho lo mismo sin pagar ninguna consecuencia gracias a sus
fueros.
No
es muy difícil: “Hola, señor Juez, todo en lo que aparece Florencia fue una truchada
mía, tal como explica el traidor de mi ex contador”.
Y
a otra cosa, mariposa.
Pero
los años pasan y los daños no, sólo amplían sus víctimas.
Cristina
hace malabares para ir a ver a Florencia a Cuba que se no pareciera estar peor
de salud física de lo que puede llegar a estarlo de salud emocional.
Hoy
se encuentra en Buenos Aires una niña cuidada por su padre a 6.895 kilómetros
de su madre.
Las
traumas irresueltos no se repiten en la generación siguiente: sólo empeoran.
Pobre
Florencia.
Pobres
nosotros…
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