Por Elias D. Galati
En
los países de Latinoamérica, como en casi todo el mundo, es común la conmoción
social, provocada por diferencias entre los grupos sociales, desavenencias con
la forma de gobierno y en especial con el manejo de la economía en cada Nación.
Estas
conmociones son casi siempre violentas, generan muertes y daños cuantiosos y
agrietan la armonía social.
El
fenómeno de la violencia, no sólo presente en estas conmociones, pareciera ser
una constante en la historia del hombre, y lo ha acompañado desde que se tiene
registro histórico, y aún antes.
En
mi libro “La violencia” sostengo dos tesis de trabajo sobre la misma, la
primera es:
“Un
niño feliz y que se siente amado, nunca será violento” y la segunda:
“La miseria y la
injusticia, son el origen de la violencia”.
Es
posible que debiera agregarse una tercera tesis que es el Poder, y el apetito
incontrolado de poder de muchas personas, y grupos en todos los rincones del
mundo.
No
hay una cultura del amor y de la paz, ni se priorizan socialmente esos valores
en los niños desde su infancia
Las
sociedades se manejan con decisiones políticas, que son tomadas a veces por los
representantes elegidos, otras por grupos de poder político, económico,
sindical, educativo y en muy poca medida culturales.
Estas
decisiones tienen fundamentos ideológicos, que van desde concepciones
liberales, conservadoras, a
socialistas, comunistas, radicales y hasta anarquistas.
Los
modelos armados en este contexto, de un lado y del otro, antes conocidos como
la izquierda y la derecha, y el centro como moderador, han sido infructuosos e
incapaces de generar una sociedad sólida, equilibrada, armónica y justa.
En
todos los contextos hay pobres y ricos, poderosos y menesterosos, privilegiados
y desestimados, y no se ve una salida en las concepciones políticas para que la
sociedad dé las mismas oportunidades a todos sus miembros, y que las brechas en
todo sentido, económica, social, cultural y existencial, no sean tan amplias.
No
se cumple ninguno de los propósitos; en la desigualdad, en las diferencias
notorias habrá injusticia y se generará la miseria.
Los grupos
privilegiados crearán un poder, de tipo absoluto, sobre el resto de la
comunidad.
Sucede
aun en sistemas que predican y privilegian la igualdad, los derechos de los
necesitados y la promoción de la clase obrera.
En esta parte
del mundo además se cuenta con una falencia mayor, que es no haber
conseguido un sistema, salvo en muy determinados períodos de ciertos países
latinoamericanos, que tienda a generar igualdad, justicia, desarrollo y
progreso, como sucedió en algunos lugares con los sistemas social demócratas
europeos.
La conmoción
seguirá emergiendo cada tanto, mientras haya miseria, injusticia, y ansia
irrefrenable de poder.
¿Cómo
armar una sociedad que permita a todos sus habitantes una vida digna, libre,
justa, desarrollada, sin desigualdades ni privilegios.?
Desde
hace muchos años he escrito y cuando he podido llegar a quienes detentan el
poder, hacerles saber que todo ser humano tiene derecho a una vivienda digna y
a un trabajo digno.
Y
que como derecho, no tiene que ganárselo, hay que proveérselo.
Es
deber de la sociedad para todos sus
miembros.
Recuerdo
las lecturas de mi infancia, y los comentarios sobre las primeras comunidades
cristianas en el siglo I y II de nuestra era.
La
diferencia, la condición, era el amor.
La
gente decía, mira cómo se aman, son cristianos.
Vivían en una comunidad
de amor, de respeto y dignidad entre todos, absolutamente todos, sus miembros.
La
segunda condición era la comunidad de trabajo y de bienes.
Todos
tenían trabajo y todos tenían bienes, y cuando había falencias, el resto de sus
hermanos los ayudaban para que salieran de esa situación y volvieran a vivir
como debe vivir dignamente un hombre.
Los
sistemas políticos de toda idiosincrasia, las doctrinas y formas de gobierno,
no han podido establecer una manera de vida similar, que equilibre las
sociedades y las naciones.
Sería
oportuno pensar en armar un esquema a partir de la premisa que todos los
hombres se amen entre sí como verdaderos hermanos…
Elias
D. Galati
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