Por
Carlos Berro Madero
Fuente:
Tribuna de Periodistas
El
biógrafo inglés Robert Burdette solía recordar (y esto es muy válido para
algunos dirigentes de países en vías de desarrollo) que el mundo no nos debe
nada en especial, porque ya existía como tal mucho antes de haber nacido
nosotros.
Cuando vemos que
nuestro país reinicia sus besamanos con los líderes del mundo desarrollado para
“pasar la gorra” una vez más, sentimos una sensación de “dejà vu”
que nos deja un sabor agrio en la boca.
En efecto,
tratando de convencer a nuestros acreedores de que no podemos pagarles sus
acreencias, solemos invocar unas ideas que provocan pasmo a cualquier persona
medianamente inteligente.
La
peor de ellas consiste en decirles que estamos “temporalmente quebrados” y necesitamos su ayuda para enderezar
nuestra economía doméstica, cuando en realidad de lo que se trata es que somos
un país pobre “y” quebrado, por no haber sabido organizarnos
adecuadamente como sociedad productiva.
Porque
lo que pedimos no es para desarrollarnos, sino para financiar nuestro
sempiterno “cuesta abajo”.
Pretendemos
ignorar de tal modo, que la riqueza de una nación se basa en dos aspectos
fundamentales:
La naturaleza de
la tierra y el clima, por un lado, y la aplicación e idoneidad de sus
habitantes por otro.
Es
decir, la decisión unánime de todos ellos para aprovechar al máximo las dos
primeras tesoneramente.
Lo
que no venimos haciendo desde hace años.
Ya
hemos señalado antes de ahora, que estas cuestiones constituyen el nudo neurálgico
de padecimientos asistidos por despilfarros de talento y de moneda que hemos
ofrecido en el altar de “la buena vida”.
¿Con
qué?
Pues,
no importa.
“Ya
se verá”, decimos, “porque Dios es argentino”.
Esa
frase humorística pero muy estúpida que se ha hecho carne en las masas
populares, que están convencidas que no hay necesidad de recibir consejos de
nadie, sino al contrario, de juzgar, de sentenciar, de decidir, marchando por
la vida ciegos y sordos tratando de imponer sus propias opiniones.
Hasta
que las mismas chocan con la realidad y recomenzamos –en el cuerpo de los dirigentes de turno-, nuestras giras pedigüeñas
de sonrisas y besamanos.
¿De qué puede
servir el relativo éxito de los actuales viajes de Guzmán y Alberto F. si
seguimos invadidos por el credo fascista de movimientos políticos que en vez de
hablar de “acumulación” hablan de “redistribución”?
Esa
palabra engañosa que precedida por el “re” parecería indicar que “antes” no
habíamos acertado con el método adecuado para hacerla y “ahora” está
considerada como trascendental.
Dice
Ortega que “el reconocimiento de un error es por sí mismo una nueva verdad y como
una luz que dentro de éste se enciende”.
Para
los argentinos - y nuestros políticos en especial-, esto no parece formar parte
del libro de bitácora en ninguno de estos viajes “emotivos” por el resto del
mundo.
Debemos
confesar que los mini discursos de las “hormiguitas viajeras” G. y F. en ningún momento parecen aportar ideas
diferentes de otros periplos celebrados por otros protagonistas en otros
tiempos, porque esa frase manida: “para poder pagar debemos poder crecer”,
solo termina generando un alzamiento de hombros de nuestros acreedores que
piensan seguramente “¿y eso a mí qué?”, aflojando un poco el cincho en que nos
hallamos apretados a la espera de una próxima oportunidad.
Porque
las cuestiones que solemos invocar se basan siempre sobre supuestos derechos
“subjetivos”, que a quienes viven en el mundo de los derechos “objetivos”, no
tendrían por qué importarles.
Alguna
vez, esta historia de los besamanos llegará a su fin (no es necesario ser
adivino para presagiarlo, aunque no se sepa bien si será o no en forma
explosiva), porque hace años que gracias a ellos venimos barranca abajo,
fabricando pobres como hormigas, mientras nos levantamos cada mañana para leer
las últimas novedades de la vida de Pampita, Xipolitakis y Marcelo Tinelli.
Desde
aquí deseamos que G. y F. puedan refinanciar lo que debemos, por supuesto.
Esto
responde al más elemental sentido de supervivencia.
Pero,
al mismo tiempo, nos preguntamos intrigados:
¿Y
después qué? ¿Cambiaremos de letanía?
Los
franceses suelen remarcar que “avant l´heure, c´est ne pas l´heure; après
l´heure c´est ne plus l´heure: l´heure c´est l´heure” (antes de la hora no es
la hora; después de la hora ya no es más la hora: la hora, es la hora).
Para
la Argentina parece ser que ya no es más la hora.
¿Guzmán
y Alberto Fernández llevarán en sus valijas algún programa que tenga en cuenta
este supuesto?
Y
si fuera así:
¿Tendrán
posibilidades cuando regresen de convencer a sus correligionarios de que
“suficiente es suficiente”?
A
buen entendedor pocas palabras...
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