De
Lorena Pronsky
Me
gusta porque no se le nota que está rota.
Me
contagia esa idea de que se puede ser feliz a pesar de tener un corazón
despedazado.
Yo
sé que así lo tiene.
Le
falta una pieza de ésas que nunca más va a encontrar.
Ella
va a vivir sin una parte para siempre.
Con
un corazón desarmado que nunca va a armarse de nuevo.
Pero
la piba se para igual.
Se
para y no se le nota que renguea.
Sigue.
Sigue
jugando con esas piezas que le quedan, sabiendo que nunca más va a volver a
tener el rompecabezas armado arriba de la mesa.
Ella
sigue caminando con ese vacío incrustado en el pecho.
Sigue
jugando con lo que le queda.
Guarda
el dolor de la pieza que le falta para otro momento.
Ella
se sigue parando.
No
está sanada.
No
va a sanar.
Lo
sabe.
Pero
se para con esa fortaleza del que sabe que así es la vida.
Ella
ya entendió todo.
Sabe
que perdió la batalla.
Lo
sabe.
Pero
se ríe.
Y
a veces disfruta.
Contagia
la idea de que se puede.
Que,
aún rota, se puede si se quiere.
Ella
perdió justo lo que no tenía que perder.
De
todas las cosas posibles justo ésa no tenía que perder.
Y
la perdió.
Y
le duele en el pecho y en la garganta.
Extraña.
No
se agarra de nada que la distraiga de la verdad de saber que no está y que no
va a volver.
Pero
ella sigue.
A
veces tropieza, pero ella cree que tropezar mirando al cielo siempre compensa.
Y
sigue. No tiembla.
Y
entonces a mí, me gusta esa sonrisa en su cara.
Me
hace pensar que se puede.
Me
gusta ver que sigue con lo que tiene.
Que
no busca reemplazos.
Me
gusta verla porque me planta una evidencia que me cuesta asumir.
Sí.
La
gente rota puede seguir su curso.
Pueden
ser felices.
Ella
es feliz.
Las
sonrisas no mienten.
La
mirada tampoco.
Ella
es feliz.
Y
está hecha pelota.
No
es careta.
No
es valiente.
Es
simplemente una piba que, rota, “camina igual."
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