Adrián
Ravier
Economista.
Profesor de la Universidad Francisco Marroquín, Guatemala.
Ha
publicado en el libro "Soluciones de Políticas Públicas para un País en
Crisis", Fundación Atlas para una Sociedad Libre, 2003.
El
mundo está sufriendo pánico, al que se puede definir en una de sus acepciones
como un miedo muy intenso y manifiesto, especialmente el que sobrecoge
repentinamente a un colectivo en situación de peligro.
Se
lo observa en el vacío de las calles de todo el planeta, en el tráfico de
información en las redes, en las bajas en los mercados bursátiles, en las
proyecciones de las caídas que tendrá la producción en este 2020, y en
particular en el segundo trimestre.
Los
gobiernos han elaborado estrategias que atienden el corto plazo.
Escuchan
a los expertos en sanidad y reclaman un toque de queda.
En
algunos lugares se apunta a un cambio cultural pero voluntario.
En
otros se empiezan a practicar penas económicas y de prisión.
En
algunos países surge violencia ante la falta de solidaridad por no comprender
los riesgos del contexto.
El
aislamiento tiene consecuencias directas e inmediatas.
Si
bien reduce el número de contagios en el corto plazo (enfoque sanitario),
también es cierto que reduce las libertades individuales (enfoque político y
social) y complica los negocios de quienes buscan su sustento (enfoque
económico).
La
estrategia actual pondera el enfoque sanitario muy por encima del enfoque
político, social y económico, y esto abre o debería abrir una serie de
preguntas:
¿Es
correcto hacer esto?
¿Es
correcto moralmente?
¿Se
puede desde el gobierno o cualquier colectivo imponerle a los individuos
valores propios que atentan contra sus libertades y sus negocios?
¿Estamos
al menos seguros de que la estrategia será exitosa en reducir el número de
contagios y muertes?
Y
no me refiero aquí a las mediciones comparadas de las primeras semanas, sino
una vez que se conozca el desenlace de la historia.
Desde el enfoque
sanitario la respuesta es que sí, que si “aplanamos la curva” de
infectados, el sistema nacional de sanidad podrá estar más cerca de atender al
total de necesitados.
Incluso
en otras experiencias similares, ha quedado claro que la cuarentena ayudó a
reducir el número de muertes. Esto justifica quizás el parate hasta el 31 de
marzo.
Incluso
puede extenderse la medida hacia mediados de abril.
Pero
la pregunta que necesitamos hacernos es cómo seguirá el proceso.
De
poco habrá servido esta estrategia si el 1 de abril se abandona y se vuelve a
las calles.
El
éxito de esta estrategia radica en sostenerla al menos durante 40 días, y
quizás, ya en el extremo del enfoque “sanitario”, hasta el 21 de septiembre,
cuando ya la primavera eleve las temperaturas y quede atrás el clima frío que
es un excelente complemento para un virus que se expande.
El costo
político, social y económico de extender la cuarentena
¿Cuál
es el efecto político, social y económico de interrumpir las libertades
individuales y parar la economía hasta la primavera?
¿Es
viable, es posible?
Claro
que puede parar el fútbol, los teatros, los cines y los espectáculos artísticos
de toda clase.
Claro
que muchos pueden trabajar desde casa en un cambio estructural que lleva
décadas, pero que ahora se acelera. Por supuesto que el teletrabajo y la
educación en línea ganarán espacio en estos tiempos.
Ese
es un cambio cultural que ocurrirá de todos modos, y que incluso puede
incrementar la productividad y ayudar a la economía.
Pero
una cosa es un cambio espontáneo, productos de decisiones individuales, y otra es un cambio impuesto y coactivo.
¿Se
ha pensado en la posibilidad de que el sostenimiento en el tiempo de esta
estrategia generará un daño mayor que el propio virus?
Incluso
el lema de los médicos dicta que “lo primero es no hacer daño”.
¿Se han evaluado
los costos y beneficios de mantener por meses la estrategia en curso?
¿No
se ve que el beneficio es dudoso, mientras que el daño es manifiesto?
Mi
respeto por las libertades individuales y la economía de cada persona me
impiden imponer el toque de queda a todas las personas.
Quizás
la situación amerite esta política extrema por un plazo corto de tiempo para
que cada uno se tome el tiempo de reflexionar cuán posible es continuar
trabajando o estudiando desde su casa, ahorrando a la sociedad un costo externo
elevado.
Pero el foco en
lo sanitario parece olvidar por completo el foco económico.
Parecen
olvidar que la economía son personas, somos nosotros, somos todos, y detenerla puede
generar costos más elevados aunque el coronavirus.
El
gobierno no puede ir apagando incendios.
Se
necesita un estadista que vea un poco más allá de lo que está ocurriendo,
planificando la estrategia que sigue tras el 31 de marzo.
En EE.UU. se ha
proyectado para el segundo trimestre una caída del PIB del 50% y un desempleo
del 30%.
¿Qué
proyecciones podemos construir para Argentina?
¿Podemos
ponderar este efecto “económico” como menos nocivo que el efecto “sanitario”
del virus?
Mi
opinión es que la cuarentena no puede extenderse de forma obligada tras 30 ó 40
días, y que a partir de ahí habría que apuntar a un cambio cultural, donde sea
cada individuo el que elija qué hacer con su vida, evaluando los costos y
beneficios de sus acciones.
No
sólo eso.
Es
importante también hacer un llamado a cada individuo para que haga un esfuerzo
por preservar su libertad individual, su libertad de expresión, sus libertades
políticas, porque es en estos momentos
de caos y emergencia donde los gobiernos reducen la libertad de las personas,
y avanzan con medidas que en otros escenarios serían inaceptables.
Quizás
es tiempo de recordar las palabras de un clásico como Frédéric Bastiat en un
escrito de 1850 titulado “Lo que se ve y lo que no se ve”.
Allí
escribía: “Yo, lo confieso, soy de los que piensan que la capacidad de elección y
el impulso deben venir de abajo, no de arriba, y de los ciudadanos, no del
legislador.
La
doctrina contraria me parece que conduce al aniquilamiento de la libertad y de
la dignidad humanas”.
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