¿Quién
es Tedros Adhanom, actual presidente de la OMS (Organización Mundial de la
Salud)?
Para
empezar, este señor no es un médico (es la primera vez que la OMS es presidida
por alguien que no lo es), sino un político y ex funcionario del régimen
dictatorial comunista de Etiopía, de donde ha sido ministro de salud y de
asuntos exteriores, además de miembro
destacado del Frente de Liberación Popular de Tigray, un partido socialista
marxista de corte étnico.
Este
señor llegó en 2017 a la presidencia de la OMS aupado por China pese a haber
sido acusado de enmascarar tres mortíferas epidemias de cólera bajo la
denominación de “diarreas agudas por agua”.
Mientras se
votaba su elección en Ginebra, grupos etíopes se manifestaban frente a la sede
de la ONU para denunciar su complicidad con el régimen etíope, aliado de Venezuela,
Cuba y China
y que tiene en su haber innumerables y espantosas violaciones de derechos
humanos, genocidios de minorías, masacres de manifestantes, torturas a
disidentes y encarcelamientos políticos.
Este
señor llegó al poder en la OMS gracias al voto de los miembros de la Unión
Africana, la mayoría de cuyos países o son violentas dictaduras o cercenan
derechos y libertades, además de vivir en una corrupción endémica y
estructural. Además, a este señor le
hizo presidente de la OMS el lobby del régimen comunista chino, cuyo
apoyo fue absolutamente explícito.
Lo
primero que hizo este señor al llegar a la presidencia de la OMS fue nombrar a
Robert Mugabe como embajador de buena voluntad de la OMS en el mundo.
Sí:
han leído bien:
Robert Mugabe: uno de los más
crueles, sanguinarios y corruptos dictadores africanos, que además de promover
la limpieza étnica tribal y practicar la tortura y el crimen, fue un
incondicional hombre de China y un eficaz introductor de la voracidad de Pekín
por las materias primas de África (un saqueo de que el continente no se
recuperará).
Este
señor, antes ministro de exteriores de Etiopía y ahora Presidente de la OMS, es
una pieza más del régimen comunista de Pekín en el tablero mundial, como en su
día lo fue Mugabe.
China es el
principal socio comercial de Etiopía, y ha llevado a cabo además una
multimillonaria inversión en infraestructuras en ese país, que pasará a
convertirse en parte esencial de la nueva ruta de la seda.
Este
señor, entre otros servicios prestados a sus amigos de Pekin, ha vetado a Taiwan -el enemigo
íntimo de la China comunista- en las sesiones de la OMS.
Y
mientras Taiwan advertía en enero del peligro de contagio en China, la OMS
reclamaba no restringir los vuelos ni los intercambios comerciales con sus
aliados de Pekín.
No
solo eso.
La
OMS, este señor, se negó a declarar la pandemia hasta el 10 de marzo, pese a
que ya se había extendido muy significativamente a países europeos.
Italia
ya estaba colapsada.
España estaba en
plena expansión viral, y el Covid-19 se estaba asentando con fuerza en Francia,
Alemania y Reino Unido.
Asia
llevaba más de un mes infectada y comenzaba a detectarse en el continente
americano.
Nadie
entendió, por eso, esta tardanza de la OMS, salvo que la misma tuviera que ver
no con la guerra contra el virus sino con la guerra de la propaganda, en la que
los comunistas son unos peligrosos expertos.
Taiwan no esperó
a la OMS y detuvo el virus a tiempo.
China
ocultó al mundo los inicios del brote y ha falseado las cifras de infectados y
de muertos, pero ha ganado la batalla de la propaganda porque la OMS, es decir,
su Presidente, ha elogiado ante el mundo su transparencia y eficacia.
La puesta al
servicio de China de la OMS ha posibilitado infinidad de muertes e infecciones
en el resto del mundo, y ya se ha convertido en una de las razones de la brutal
crisis económica que se acaba de desatar.
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