Por Alejandro
Fargosi
El reciente
fallo de la Cámara del Crimen porteña tiene tres aspectos.
Probablemente
el menos importante es el procesal, porque el CELS no tiene derecho a
intervenir en el amparo promovido por Usina de Justicia, y por eso se rechaza
su presentación.
Otro
aspecto es el relacionado con la acordada 5/2020 que afortunadamente sigue
inconstitucional, como de hecho considero lo es, tanto por violar la independencia judicial como por violar el derecho
constitucional a la seguridad que tenemos los habitantes de la Argentina.
Pero
quizás lo más trascendental a mediano y largo plazo es que por primera vez en 30 años un tribunal se atreve a decirle “no”
a una organización de derechos humanos.
Esta
cuestión, que tuvo una lógica y una justificación inocultable en las décadas
del 70 y del 80, se ha convertido en una herramienta para hacer política, a
grado tal que fue Néstor Kirchner quien que pese a no haberse preocupado jamás
por los derechos humanos cuando eran violados, con su picardía política innegable identificó derechos humanos con
izquierda y lanzó su famosa conclusión de que “la izquierda da fueros”.
No
tiene sentido hacer memoria aquí de los múltiples casos en los que quedó
demostrado que los auto titulados defensores de los derechos humanos lograban
trato preferencial de la Justicia.
Pero
sí vale la pena recordar que fue el actual Secretario de Derechos Humanos quien
invocando su cargo intercedió por presos condenados por delitos comunes.
El
argumento -que, para peor, convalidó
el Presidente de la Nación- fue que la materia de derechos humanos
estaba afectada por la situación de esos detenidos y la pandemia que nos asola.
Lo
que no se dice es que como el derecho, las
leyes y la Constitución son normas de, por y para seres humanos, cada vez
que existe un conflicto jurídico podría argumentarse que hay un derecho humano
violado y por ende convalidarse que aparezcan en escena judicial la Secretaría
de Derechos Humanos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y cualquier
organización que los incluya en su objeto social.
Es evidente que
esto sería un absurdo y una exageración de algo tan trascendental como es
proteger los derechos humanos, que aún hoy son violados en algunos países del
mundo.
El
problema es que este abuso ya ocurre en la Argentina y desnaturaliza una lucha
que fue admirable pero que desgraciadamente se ha convertido en algo que
quienes la iniciaron o, mejor dicho, algunos de quienes la iniciaron jamás
quisieron.
Ojalá el fallo
valiente de los doctores Ignacio Rodríguez Varela, Juan Cicciaro y Alberto
Seijas,
que se han atrevido a cortar con esa corrección política más cercana al miedo que a lo correcto, se convierta en un
punto de inflexión donde no se mezclen derechos humanos con intereses
partidarios...
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