Por
Darío Lopérfido
La crisis del
Covid-19 va dejando al desnudo la mediocridad alarmante en la que navega la
política argentina
y, en especial, el oficialismo.
A
las reacciones fascistas y autoritarias, que han sido la característica
dominante del kirchnerismo, hay que sumarle un nivel de gestión grotesco donde
se llega a situaciones de ridículo.
Varios de
nosotros hicimos notar el disparate que significaba que el Congreso no
funcionara.
CFK
mostró que tiene muy poco interés en el funcionamiento de las instituciones, ya
que prefiere un Senado inactivo e hizo perder el tiempo con absurdas presentaciones
ante la Corte.
Esta semana la
presidencia de la Cámara de Diputados presentó un estrafalario y carísimo
sistema para sesionar por teleconferencia que, por supuesto, fracasó al primer
intento de uso.
El oficialismo
argentino se convierte siempre en el hazmerreír internacional.
En
todo el mundo (y en algunos lugares de Argentina también) los legislativos
funcionan sin problemas de manera presencial.
El
sistema argentino que quisieron implementar no se utilizó en ningún lugar del
mundo, ni siquiera en los países con tecnología de avanzada.
El
fracaso en el primer intento de uso, marca algo verdaderamente distintivo del
kirchnerismo:
El malgasto y la
mala praxis.
Es
la estupidez en su máximo esplendor.
Mientras
tanto, el Congreso sigue sin funcionar.
Cada
vez más se hace evidente que Alberto Fernández gestiona algunas áreas y se
ocupa del Covid-19, y que CFK y sus
acólitos manejan una agenda propia que lo deja afuera.
La
crisis por la liberación de presos peligrosos, alentada por los alfiles de CFK,
lo dejó muy claro.
El
Presidente, mientras tanto, se enamoró de su precaria dicotomía -salud o economía- y lleva a esta última a una destrucción que no tiene precedentes.
La
cantidad de nuevos pobres que habrá después de esta cuarentena generará más
daño que el virus.
La idea de que
el mundo cambiará después de esta crisis y que eso beneficiará a la Argentina
es una idea sin ningún asidero.
El
escritor francés Michel Houellebecq escribió esta semana una fantástica carta
pública, cuyo último párrafo proclama:
“No
nos despertaremos, después del encierro, a un mundo nuevo; será lo mismo, sólo un poco
peor”.
Creo
que sucederá precisamente eso.
El
mundo saldrá más pobre de esto, pero
Argentina será uno de los lugares donde más se sufrirá.
La
catástrofe del Estado argentino inútil y carísimo pasará una factura enorme.
La
credibilidad internacional argentina está bajo mínimos.
Para los que
creen en los milagros que pregonan los populistas, les advierto desde ahora que
el golpe será enorme.
Los
países que saldrán mejor parados serán, naturalmente, aquellos que hacen bien
las cosas y los que despiertan confianza en el mundo.
Argentina
no se encuentra en ninguno de los dos grupos.
A
no ser que la política argentina entienda, de una vez por todas, la necesidad
imperiosa de hacer reformas estructurales, desterrar las mafias de dentro del
Estado y disminuir la presión fiscal a quienes trabajan, las cosas irán de mal
en peor.
Países
como Alemania han tomado medidas de alivio fiscal de todo orden.
La
diferencia con Argentina no es simplemente que sea un país más rico….
La
diferencia esencial en el mundo hoy se da dramáticamente entre los que hacen
las cosas bien y los que las hacen mal.
Prueba
de esto es que países como Paraguay, Perú o Chile (entre otros) están colocando
deuda en el mercado a tasas muy bajas (entre el 2,5 y el 4%) para paliar los
efectos de la crisis.
Argentina no
puede ni soñar en eso y sólo imprime dinero haciendo presagiar un futuro de
inflación altísima.
Uruguay creó un
fondo de 400 millones de dólares con un recorte del 20% de los sueldos del
presidente, ministros, legisladores, directores de entes autónomos, entre otros
y prepara un proyecto de ley para reformar el Estado y mejorar la seguridad.
Hay
miembros del gobierno uruguayo que están impactados con la extraordinaria
cantidad de consultas de empresas que quieren cambiar su radicación a Uruguay.
La
reacción destemplada del presidente Fernández cuando un periodista
internacional le mencionó el tema de la emisión monetaria desatada es señal de
una situación por demás patética.
Frente
a estos ejemplos, la única idea de la política en Argentina es que no se puede
trabajar.
No
se les cae una idea respecto del día después de la cuarentena.
También
están los fiscales, políticos y militantes que amenazan a los que protestan
pacíficamente o se manifiestan por la urgencia económica.
Ese es el
peronismo en su esplendor: mala praxis y fascismo.
La
indigencia intelectual de los periodistas, actores y militantes oficialistas se
traduce en ataque a todo el que se expresa con algo distinto al discurso bobo y
monocorde del oficialismo.
¡Hasta
amenazan con demandas penales al que piensa distinto!
Se
pondrán cada vez más violentos porque la caída será fortísima.
Muchos
lo avisamos: el momento Galtieri y el
embelesamiento por encuestas desopilantes era por un rato.
Navegan
tranquilos y no se dan cuenta del inmenso iceberg que yace delante.
Es muy
impactante el nivel de tontería y de engaño que despliega el Presidente en sus
desopilantes comparaciones con el exterior.
Las
características de los distintos países y la manera de cada uno de enfrentar
los problemas son distintas y varían.
Hacer
una comparación lineal no está bien visto nunca en términos de análisis de
situaciones.
Fernández
ya había hecho un papelón en una comparación desafortunada con Chile, que llevó
a que los chilenos le explicaran, con mucha clase, que había dicho una idiotez (Chile
realiza muchísimos más tests que Argentina).
Como
siempre se puede ir más lejos en el ridículo, el Presidente dijo:
“Si abrimos la
economía vamos a terminar como Suecia”.
Se
refirió así al modelo que usó ese país para enfrentar la crisis (sin cuarentena
“dura”).
Quiso
criticar y formuló mal la frase.
Fuera
del Covid-19, Suecia se encuentra
siempre entre los primeros países en términos de libertad económica.
Argentina,
entre los peores.
Sería
extraordinario que Argentina tuviera una economía abierta y sin mafias como la
sueca.
Fernández
quiso decir que estaba manejando la crisis mejor que Suecia.
En
la época de CFK presidente teníamos menos pobres que Alemania y ahora le
podemos dar clases a los suecos acerca de cómo manejar la salud pública. Esa es la
megalomanía de la estupidez tan distintiva del peronismo.
A
raíz de la comparación poco feliz del actual Presidente, decidí estudiar un
poco más el caso de Suecia y su manejo de la crisis a fin de contrastarlo con
el caso argentino.
Fijé
mi atención en varios datos de los últimos días y encontré grandes diferencias
con el accionar del gobierno argentino: durante la pandemia no hubo ningún caso
de sobreprecios en alimentos, barbijos o alcohol en gel.
Además,
no se excarcelaron a violadores ni asesinos.
Tampoco
mataron a ningún hombre humilde, ex futbolista, para robarle una bicicleta como
pasó en Argentina en un episodio más de inseguridad.
La
estupidez y el fascismo son peores que el virus…
No hay comentarios:
Publicar un comentario