Carlos
Mira
Casi
al mismo tiempo que a Kicillof se le hacía agua a la boca hablando sobre los
empleos perdidos en EEUU -con un dejo de sonrisa que dejaba entrever
su regocijo- el premarket norteamericano explotaba más de 600 puntos
por la noticia de que la economía había
recuperado más de 2.5 millones de puestos de trabajo.
El
contraste de las realidades de la economía libre con las bajezas envidiosas del
fascismo son casi una pincelada cómica, o quizás, más apropiadamente, trágica.
Resulta
tan triste ver un gobierno aldeano, aislado del mundo y desconociendo
completamente lo que ocurre en él, poniéndose feliz por las supuestas
desgracias de los que odia -sin percibir la miseria a la que dirige al país que
gobierna- que uno no sabe si sentir furia o lástima.
No
es la primera vez que Kicillof queda patinando en el barro de su propio
resentimiento.
Verborrágico
al divino botón, mal orador, pendenciero barato en horas en donde la gente
precisa calma, cultivador de la insidia cuando todos necesitamos un poco de
sentido común, el gobernador de
Buenos Aires hace gala de todo lo que no hay que hacer.
No
es la primera vez que busca pelea con Horacio Rodríguez Larreta haciendo
referencia a números engañosos de la Ciudad de Buenos Aires, con el jefe de
gobierno sentado a dos metros de él.
Uno
se pregunta por qué el cristianismo más rancio está cortado por la misma tijera
de sarcasmos desubicados, insidias a destiempo y bajezas rastreras que, encima,
carecen de sustento.
Mientras
el ridículo dirigismo económico está llevando al país a una destrucción casi
completa de su aparato productivo, con una olla a presión sobre el mercado
laboral y con caídas estrepitosas en casi todas las variables económicas, las economías más libres dan nuevas
muestras de vigor, aunque para ello hayan debido enfrentar al enemigo
silencioso del Covid-19 con las agallas de la valentía antes que con la
pusilanimidad de los débiles.
Hoy
el país, víctima de la que ya es, por lejos, la cuarentena más larga del mundo, no puede abrir su
producción por temor a que los contagios desborden su sistema de salud.
Ese sistema de
salud también fue el fruto del encierro mental y de una economía que solo
produjo pobreza.
Difícil
de sostener el “progresismo” peronista cuando se verifica que, pese a que fue el partido que gobernó el 80%
del último tiempo democrático de la Argentina, no aumentó ni mejoró el
sistema público de medicina, ya que tanto alaba todo lo que proviene del
Estado.
Resulta
muy triste ver un conjunto de dirigentes tan anclados en el pasado, ignorantes
de lo que es el mundo de hoy y condenando a la Argentina a vivir un ostracismo
y una antigüedad que no es la que luego padecen ellos en lo personal.
Porque esa es
otra de las injusticias a las que nos condena este fascismo resentido:
Los
aldeanos gobernantes que lo propugnan, luego no sufren ellos en lo personal las
consecuencias de ese atraso: e
Ellos seguirán viajando, ellos seguirán vistiéndose y comiendo bien, en los mejores lugares, mientras el pueblo, aislado, quedará condenado a tomar mate en la vereda.
Ellos seguirán viajando, ellos seguirán vistiéndose y comiendo bien, en los mejores lugares, mientras el pueblo, aislado, quedará condenado a tomar mate en la vereda.
Esa
imagen pueblerina de la Argentina, desconectada del mundo, ajena a lo que
ocurre más allá de sus fronteras, ignorante de cómo el mundo avanza en base a
ideas muy diferentes a las que le venden a ella, da pena.
Ver
cómo un país con las potencialidades del nuestro ha caído preso de una conjunto
de vivos que le han vendido un verso monumental y que, quizás siguiendo un
resentimiento y una envidia inexplicables, buena parte de la sociedad lo ha
creído, debería hacernos reflexionar acerca de cómo hicimos las cosas.
Ver hoy a este
altanero pero pequeño gobernador multiplicar un mensaje lesivo y encima
mentiroso,
que esconde la verdad de lo que ocurre en el mundo para seguir profundizando el
mismo tipo de ideas que sirvieron para encumbrarlo a él pero para hundir al
pueblo, también causa una enorme pena.
Y
ver a una porción importante de la sociedad creerle y apoyarlo causa más
tristeza aún.
Se
trata de gente que vive un ostensible encierro mental; personas a las que le han
acercado durante toda su vida ideas falsas y que hoy reacciona en base a esa
formación torcida y envenenada por la mentira y la claustrofobia.
En
ese escenario, a aquellos a los que nos gusta la libertad, que creemos en la
apertura y en la interconexión con el mundo, nos complace -no podemos negarlo- que un representante tan ominoso del
fascismo quede tan expuesto en su envidia cómo quedó Kicillof ayer.
Ver
que la libertad se sobrepone, que, no obstante las dificultades, sigue dando
ejemplos de superioridad táctica, de eficiencia y de obtención de resultados
concretos para beneficio de la gente, nos llena de satisfacción.
El
contraste de la cara de regocijo del pequeño marxista (por lo que él creía era
un fracaso de la libertad) con la que
debe tener hoy al enterarse de que su anatema recuperó más de dos millones y
medio de empleos, es, no lo niego, un motivo de alegría.
Eso
en el mejor de los casos que su encierro aldeano le haya permitido enterarse de
lo que ocurre en el mundo y no lo haya mantenido recalcitrado hirviéndose en su
propio caldo de rencor.
Ojalá Dios
ilumine a la Argentina para salir de este cono de sombras producido por la
envidia y la ceguera.
Ojalá
pueda ver que mientras su resentimiento la ha condenado a la pobreza y a la
antigüedad del encierro, otros países superan sus crisis confiando en la
libertad, en la apertura (sobre todo mental) y en la creencia de que solo el
intercambio aumenta la riqueza de todos.
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