Levanten la mano
los que creen que no hay mal que dure cien años ni país que lo resista.
La
necesidad de una agenda para la Argentina que viene.
Osvaldo
Bazán
Ya
está.
A
llorar a la llorería.
No es bueno para el alma.
Lamer
las heridas, mirar fijo a los traidores, maldecir a los prepotentes, ya está.
Hay
demasiado cerdo para seguir revolcándose en la basura.
Allá ellos con
sus pactos iraníes, sus loas a torturadores venezolanos, sus bloqueos prepotentes
que hablan en nombre de trabajadores a los que usan como carnada desechable.
Allá
ellos con sus qunitas fraudulentas, sus marchitas islas de Marchi y su hambre
de prohibir todo lo que no les cuadre en sus cabezas cuadradas y su visión así
chiquita.
Allá ellos con
esas verdades pre cocidas, con esa rancia demagogia con olor a pan dulce
regalado y facturado por casi un siglo, con esas fábulas militares de un país
siempre en sepia.
A
limpiarse de tanta pasión puesta en la muerte, tanta sangre derramada y
negociada en dólares de Bunge y Born o en impuestos solidarios para ellos.
Ya
no podemos seguir dándole vueltas a esos slogans apolillados.
Ya
sabemos que lo que nace donde hay una necesidad no es un derecho, es un curro.
Ya
nadie cree que no se peleen y sólo se están multiplicando: se pelean y se
multiplican con dos objetivos claros:
La
impunidad y la guita.
Tu
guita, esa de la que dicen que se apropian porque “hacen” y en realidad lo
único que “hacen” es quedarse con tu guita, repartiendo algunas migajas para
poder seguir “haciendo”.
Allá
ellos con los billetes pesados y mojados, los testigos ahorcados y torturados,
los fiascos fiscales, los Canicoima Cobrar, los
presos en mansiones robadas de mal gusto y baja estofa.
Cuando
éramos chicos decían que Discépolo tenía razón, que los inmorales nos han
igualado.
Ya
fue.
Ya nos igualaron
y ya nos ganaron.
Ahí
los ves, sentados dando órdenes, aplaudidos hasta el paroxismo babeante por
jaurías de snobs sobre informados con disforia de clase…
Ahí
los ves, vanidosos que hablan como pobres pero no les sale ser pobres y odian a
los ricos que vienen a ser ellos mismos aunque en peor envase, en esos
departamentos de mal gusto de Puerto Madero, apoltronados en las mansiones de
Nordelta con sala de proyección, sillones de eco cuero, varios metegoles y
ninguna biblioteca.
Hablando
de caballos de raza (de sus caballos de raza) en el Club House mientras gritan
por el Iphone con el puntero de Villa Sorete para quedarse con dos mangos de
una cañería que nunca será tal, un pavimento hecho con viruta y plasticola.
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