El progreso hacia a la nada
Por
Carlos Daniel Lasa *
El
filósofo francés Michel Onfray es bastante conocido dentro del mundo de habla
hispana.
Muchas
de sus obras han sido traducidas.
Incluso
ha sido referenciado frecuentemente por el progresismo vernáculo.
Como siempre,
sus obras despiertan admiración y repudio a la vez.
Quizás,
esta última a la que me voy a referir, se trate del segundo caso.
En efecto, Onfray publicó, el pasado año, su `Théorie de la dictature précédé de Orwell et l`Empire maastrichien' (París, Editions Robert Laffont). En este escrito afirma que hoy, en los países democráticos, se ha establecido una nueva dictadura.
Esta dictadura a la que hace referencia se caracteriza por los aspectos que siguen.
Ellos
son: destruir la libertad, empobrecer la
lengua, abolir la verdad, suprimir la historia para poder reescribirla a
voluntad, negar la naturaleza y propagar el odio.
El común denominador de este nuevo mundo progresista es su fuerte componente nihilista.
Refiere
el autor, conocido por su confesado ateísmo: "El progresismo se ha transformado en la religión de una época
privada de experiencias de lo sacro, se ha convertido en la esperanza de estos
tiempos desesperados, de una civilización sin fe".
¿Cómo se ha llegado a esta situación de barbarie cultural?
El pensador francés expresa que, luego de 1969 (cuando De Gaulle deja la presidencia), el poder político francés se parte en dos.
Por
un lado, los seguidores de De Gaulle; por el otro, los simpatizantes de los
comunistas.
Los primeros se quedan con la economía y las competencias estatales; los segundos (obviamente) con la cultura. Estos últimos conquistan el monopolio cultural a la par que empiezan a crear un relato.
Poniendo en
sordina su colaboración con el régimen nazi durante la ocupación, inventan que
fueron fusilados 75.000 hombres del partido.
Estos
serían, de acuerdo a la nueva historia, los verdaderos héroes antinazis.
Como nota pintoresca, Onfray refiere que este mismo partido comunista era contrario al aborto y a la contra-concepción en virtud de no querer que la mujer comunista fuera conducida a transitar la vida disoluta de los burgueses.
Sin
embargo, este poder político-cultural durará poco tiempo.
Después
de 1968, las filosofías estructuralista y deconstructivista comienzan a hacerse
hegemónicas.
IDEA VS. REALIDAD
Para el estructuralismo, refiere Onfray, la idea es más verdadera que la realidad.
Esta
desnaturalización opera en el lenguaje con Barthes, en la antropología con
Levi-Strauss, en psicología con Lacan, en la historia con Althusser, en la
sexualidad con Foucault, en la racionalidad con Deleuze, en el ámbito de la
verdad con Derrida.
El
nihilismo deconstructivista, pues, reemplaza al materialismo dialéctico.
Ahora bien: el principal enemigo de esta dictadura cultural es el pensamiento.
El
que pretenda pensar de modo diferente se convierte en un sospechado.
¿Cuándo
sucede esto?
Cuando
alguien pretende pensar por sí mismo y comienza a ver la realidad de las cosas.
Cuando
se decide a dar el nombre justo a esas cosas.
Cuando
afirma que las verdades serán siempre verdades.
Como podrá advertirse, solo el poder dictatorial progresista puede determinar qué es y qué no es verdad.
La nueva dictadura reprime a través del aparato jurídico, dictando leyes favorables al nuevo absolutismo.
Al
propio tiempo, lleva a cabo una revolución cultural.
Esta
última se hace efectiva instrumentalizando a los medios de comunicación,
empobreciendo la lengua y reescribiendo la historia.
Será
necesario, a tal efecto, crear una nueva lengua con el objetivo de reducir la
gama de pensamientos.
MODERNIZACION'
De este modo, el pensar peligroso morirá porque carecerá de palabras para expresarse.
Esta
nueva lengua, bajo el imperativo de la "modernización", hará
imposible que el hombre pueda acceder al pensamiento clásico.
Al destruir la posibilidad de la memoria se podrá inventar un nuevo sistema simbólico acorde a la dictadura progresista. Este ataque a la lengua, nos dice Onfray, comienza en la escuela.
La
propia escuela procedió a destruir un método de lectura que había probado su
eficacia a través de muchas generaciones.
Luego,
lo reemplazó por sistemas sacados de las ciencias de la educación: métodos
dañinos para los alumnos puesto que rompen los mecanismos de leer, escribir,
contar y pensar.
A
su vez, se desalentó completamente la memoria.
El
objetivo, para el filósofo francés es claro: "construir seres adultos vacíos y chatos, estériles y privados de
profundidad, totalmente compatibles con el proyecto post-humano".
Onfray califica a este régimen progresista de "descerebrado".
Crece
el analfabetismo, incluso en aquellos que han superado la enseñanza superior.
Los
profesores leen menos y se encuentran incapacitados para entender textos de
cierta complejidad.
Por
esta razón refiere: "Esta aversión
en relación al libro y a lo escrito, en relación al autor, a la ortografía, al
estilo, a la gramática, a la sintaxis, a la literatura, a las obras maestras, a
los clásicos, pero también el vocabulario, ha permitido formar una cadena de
gente ignorante y sin instrucción, gente analfabeta y atrasada.
Es
bueno buscar entre esos militantes de la ignorancia a los pedagogos de los
niños de hoy y de los adultos del mañana.
¿Qué cosa hay de
mejor en la carrera de un solo imbécil en la instrucción pública para construir
una, dos, directamente tres generaciones de imbéciles?".
La historia no queda indemne.
Esta
ya no se construye gracias a las obras de estudiosos que trabajan sobre
archivos, documentos y testimonios.
Los
nuevos "historiadores" creen que la verdad ya ha sido
pre-confeccionada por algunas personas avaladas por la dictadura progresista.
Las
cuestiones de género o del sexo no se ponen más en términos de naturaleza sino
de cultura.
Y
afirma sin ambages: "Que la
naturaleza se oponga a la cultura es la primera estupidez que impide
pensar".
"Nuestra
época es la época del odio", dice.
Es
contraria a la tolerancia.
La
tolerancia solo debe tenerse en cuenta para con los progresistas, o sea, para
con aquellos que piensan del mismo modo.
El alma de estos
progresistas ha convertido al vicio en virtud.
MONEDA DE INTERCAMBIO
Gracias a la desaparición de la moral tradicional, el odio pasa a ser la moneda de intercambio.
Usando
el descrédito de las personas, se cancelan discusiones, se oblitera el intercambio
de ideas, se tapona toda posibilidad de diálogo.
Refiere
Onfray: "En el ámbito de la cultura postmoderna, el odio es reservado a
quien no se arrodilla delante de las verdades reveladas de la religión que se
autoproclama progresista".
Como cierre de este lúcido y valiente escrito, concluye: "No estoy tan seguro de querer ser progresista.
Y creo que ni
siquiera el burro Benjamín de `Rebelión en la granja' lo hubiese querido
ser".
* Doctor en Filosofía de la Universidad Católica de Córdoba.
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