Alberto Fernández giró para volver a la cuarentena, después de una fuerte presión de Kicillof; le aconsejaron extender más el encierro, pero prefirió esperar; las charlas clave con Larreta
Martín
Rodríguez Yebra
LA
NACION
Alberto Fernández pasó de descartar el regreso a la Fase 1 a decretar un confinamiento total en apenas 48 horas; el miedo unificó a la dirigencia política.
Empieza a ser un rasgo distintivo de su personalidad como líder: Alberto Fernández se destaca por expresar en público lo que piensa justo antes de decidir lo contrario.
Ese
ejercicio involuntario de transparencia expone a menudo las internas del Frente
de Todos, cierta improvisación administrativa y las dudas razonables que
atormentan a un gobernante.
“Fase 1 no. La gente no lo resiste”, dijo Fernández el martes.
Dos
días después le anunció al país el regreso al confinamiento más férreo.
Entre
una y otra afirmación escuchó proyecciones apocalípticas y reclamos encendidos
del sector más poderoso de su coalición.
Y
pudo corroborar que el miedo al desastre sanitario era generalizado cuando el
jueves por la mañana habló por teléfono con Horacio Rodríguez Larreta y le
anticipó lo que estaba pensando decretar.
Aquello de que “la gente no lo resiste” ejercía un fuerte contrapeso en la balanza de las dudas presidenciales.
La
sugerencia de los médicos que convocó el miércoles era “cerrar todo” por al
menos tres semanas.
Quedó
en resaltador eso de “al menos”.
Horas
después escuchó a los gobernadores del Norte.
Escuchó
relatos angustiantes de la explosión de contagios y riesgo de desborde en
Salta, Catamarca, Santiago del Estero.
La
Formosa de Gildo Insfrán, que se vanagloriaba de controlar el virus con mano de
hierro, se confesó en emergencia.
“El miércoles fue un baño de realidad terrible”, relata un funcionario que participó de las conversaciones para definir cómo enfrentar el tsunami de la segunda ola del coronavirus. Para entonces la medida más extrema en análisis era el confinamiento de fin de semana, para no afectar tanto la economía.
Axel Kicillof se sintió reivindicado. “No podemos demorar más un cierre de verdad”, insistía en diálogos telefónicos. Fernández lo recibió en la Casa Rosada a solas para escuchar su visión.
La
presión se hizo sentir.
Cristina
Kirchner sumó su opinión: estaba de acuerdo con el gobernador bonaerense.
Fernández
constató que volver a la cuarentena no solo aportaba a los equilibrios
internos, sino que esta vez los gobernadores estaban dispuestos a poner el
cuerpo.
Le
faltaba constatar que Larreta no fuera a desmarcarse.
Resulta muy improbable que de acá al próximo fin de semana puedan notarse los efectos de esta nueva cuarentena en el número de infectados, la ocupación de camas y las muertes
Los jefes de Gabinete, Santiago Cafiero y Felipe Miguel, habían propiciado un clima de diálogo.
La
batalla en la Corte Suprema por las clases sigue siendo una herida abierta,
pero el miedo ordena.
Larreta
estuvo el martes en el despacho del ministro del Interior, Wado de Pedro.
Era
una reunión sobre la coparticipación, pero el tema dominante fue la crisis del
Covid.
En la Casa Rosada tomaron nota de un ánimo acuerdista de la Ciudad.
El jueves Fernández llamó a Larreta.
Hablaron
un rato largo, repasaron números, hablaron sobre futuros envíos de vacunas y el
Presidente sondeó al jefe porteño sobre qué haría ante un nuevo confinamiento.
Fue
una charla cordial, la menos tensa entre ellos en meses.
Al
cortar le quedó bastante claro que no habría rebeldías en el terreno político.
Una vez definido el “qué” -volver a Fase 1 con otro nombre- quedaba el “por cuánto tiempo”.
Y
el “cómo venderlo”.
¿Era
viable el cierre de tres semanas que recomiendan los infectólogos?
El
mayor riesgo al que se somete el Gobierno es la desobediencia.
Ya
le pasó en 2020 cuando decidió extender hasta límites extenuantes el
aislamiento social preventivo obligatorio (ASPO).
Por
eso se entablaron negociaciones urgentes entre los jefes de la seguridad en el
Área Metropolitana, Sergio Berni, Sabina Frederic y Diego Santilli, para
diseñar un despliegue policial disuasorio de una magnitud nunca vista.
No
son días para la candidez voluntarista del “quedate en casa”
Con la garantía de los costos compartidos, Fernández resolvió presentar las malas noticias con un formato distinto. Nueve días de confinamiento total y doce más de restricciones como las que regían hasta la semana que pasó.
Escalada
y desescalada en el mismo decreto.
Una
lamparita al final del túnel. ¿Podrá ajustarse a ese esquema? Aplica la
respuesta emblemática del gobierno del Frente de Todos: “vemos”. La ministra de
Salud, Carla Vizzotti, ya abrió el paraguas al hablar de “cierres
intermitentes” en el futuro.
El
anuncio fue en sí mismo una autocrítica presidencial, por mucho que lo haya
trufado de chicanas a Larreta por haberse negado a acatar la suspensión de las
clases presenciales desde abril.
El
Gobierno tiene las manos atadas para enfrentar lo peor de la segunda ola por
efecto de la cuarentena de 2020, que agotó la paciencia ciudadana y provocó una
destrucción económica de casi 10 puntos del PBI.
El
fiasco del plan de vacunación, entre promesas incumplidas, negociaciones
oscuras y un festival de privilegios, jibariza el margen de tolerancia a otro
encierro.
Aun así, resulta muy improbable que de acá al próximo fin de semana puedan notarse los efectos de esta nueva cuarentena en el número de infectados, la ocupación de camas y las muertes.
Las
cifras de los próximos días reflejarán los contagios ocurridos en la semana que
pasó.
“Nos
toca todavía pasar un infierno”, llegó a decir uno de los especialistas que
consultó el Presidente.
En
casi todas las provincias del Norte, en Santa Fe y en una docena de municipios
del conurbano los hospitales siguen al límite. Sus autoridades tiemblan de solo
pensar que pueda sumarse un nuevo vendaval de enfermos graves en los próximos
días.
La altísima tasa de positividad de las pruebas de PCR revela dos fenómenos igual de preocupantes: un déficit en el proceso de testeo y la existencia de miles de infectados que el sistema falla en detectar.
Es una carencia en la información oficial que el Gobierno no pudo suplir en los 14 meses.
Se
dan variaciones abruptas en las cifras de contagios, condicionadas por la
cantidad de muy disímil de testeos que se hacen cada día.
Y saltan a la
vista fallas de registro clamorosas, como el reciente blanqueo de 9000
contagios viejos de Formosa, acaso de la época en que Insfrán
encerraba a sus habitantes en centros de aislamiento y decía que así estaba
doblegando al virus.
El rezo por las vacunas
La
esperanza pasa otra vez por la llegada de vacunas.
Fernández
les prometió a los gobernadores que ahora sí entrarán 4 millones de dosis de
AstraZeneca, producidas en Garín por Hugo Sigman y envasadas en México.
Las
que debían inyectarse en enero.
También
saldrán aviones a Rusia y llegará otro lote de las acordadas por el sistema
Covax.
Un shock de dosis le daría al Gobierno herramientas discursivas para extender el confinamiento de cara al invierno
Larreta prepara un operativo para vacunar a 35.000 personas por día apenas las reciba.
Cruza los dedos para tener suministro entre lunes y martes. La Ciudad venía de aplicar menos de 5000 algunas jornadas recientes. Kicillof también avisó a los intendentes que piensa vacunar “a toda máq
Un
shock de dosis le daría al Gobierno herramientas discursivas para extender el
confinamiento de cara al invierno. “Los nueve días son un puente a la espera de
vacunas y después aplicarlas va a llevar semanas. Difícil abrir tan rápido”,
explica un gobernador del norte del país.
Un cierre prolongado golpea aún más los planes de Martín Guzmán.
El
ministro de Economía hizo un ajuste silencioso del déficit hasta abril, con la
ayuda de los dólares de la super soja. Pero su derrota con el kirchnerismo duro
en la batalla por bajar los subsidios energéticos y la demanda de asistencia
masiva para rescatar a los afectados por la pandemia terminan de abollar las
hojas del presupuesto que hizo votar el año pasado.
La inflación del 29% anual ya es una mala broma.
No
hay consultor relevante que la ubique debajo del 45% -Ricardo Arriazu, por
caso, la calcula en 51% en el mejor de los escenarios-.
El
cierre de las exportaciones de carne podría pegar en los ingresos y ahondar la
necesidad de emisión.
El
país más afectado por el nuevo cepo es China, principal comprador de soja.
¡Esa
maldición argentina de exportar alimentos!
Las órdenes de Cristina Kirchner que Guzmán ve aplicar sin consentirlas apuntan a operar sobre los márgenes empresariales.
Los
salarios han subido más que en 2020, las tarifas se mueven muy por debajo de la
inflación general y habrá reparto de ayudas extraordinarias.
Al
ministro le quedó la módica misión de patear los vencimientos de deuda.
Cree
que está cerca de lograr un guiño del Fondo Monetario Internacional (FMI) para
que el Club de París acepte no declarar el default de los US$2400 millones que
el país debe pagar el lunes 31.
La reciente gira del Presidente sirvió para tejer apoyos, pero limitados.
En
la Unión Europea suelen dividir a los países en dos categorías a la hora de
discutir de finanzas: los tomadores de cerveza (ortodoxos, estrictos con el
gasto) y los tomadores de vino (más expansivos y afectos al déficit).
Fernández
hizo completa la ruta del vino, por Portugal, España, Francia e Italia.
La
mayor parte de la deuda con el Club de París es con los cerveceros Alemania y
Holanda.
El Gobierno persigue un gesto de Angela Merkel, con quien Fernández preveía conversar por videoconferencia esta semana y finalmente se postergó.
Se
tienen fe: el drama de la pandemia invita a la piedad con los carecientes.
Cristina no quiere saber nada del FMI en plena campaña.
Es
una palabra pianta votos.
Las encuestas
siguen encendiendo alarmas por culpa de la inflación y la peste, que minan el
ánimo de la población.
El
Índice de Confianza del Consumidor, que elabora la Universidad Torcuato Di
Tella y que suele ser un buen predictivo de resultados electorales, está en
cifras similares a los de abril de 2018, mes negro de Mauricio Macri.
“En junio no podemos fallar”, dice un dirigente allegado a la vicepresidenta.
Es
una carrera contra el tiempo, algo aliviada por la postergación a septiembre de
las PASO.
El
Gobierno necesita aplicar al fin la receta mágica que supo desde un principio: vacunas en el brazo y pesos en el bolsillo.
Aunque
eso implique un encierro más prolongado del que Fernández se animó a anunciar.
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