En medio de mi
soledad y mis cavilaciones sobre mi futuro personal, hoy me sorprendió,
mientras tenía la radio de fondo como compañía, una nueva Cadena Nacional, con
la cual el personaje que manifiesta públicamente ser el Presidente de la
Nación, tuvo el descaro y el desparpajo de celebrar un acto en homenaje a los
más de 92 mil argentinos fallecidos por COVID, y de paso, hacer un poco de
campaña para las próximas elecciones difundiendo los “éxitos” logrados a través
de su maravillosa gestión de la pandemia… y de la economía
Y tiene la enorme desfachatez de auto elogiar su desastrosa administración, apenas seis días después de que el ranking de resiliencia de las naciones con un PBI superior a los 200.000 millones de dólares, llevado a cabo por la agencia Bloomberg sobre la base de índices sanitarios y económicos oficiales, ubicó a la República Argentina en el último puesto entre los 53 países evaluados.
Ranking con el que coincidieron unánimemente, un informe del Centro de Estudios para el Cambio Estructural y un reporte del Banco Mundial, quienes también ubicaron a la Argentina entre los peores países en la gestión de la pandemia de Coronavirus y en las causas de la debacle económica.
Con
todo el respeto que su investidura hace mucho que dejó de merecer, quiero
decirle a ese individuo que habló hoy, que mi esposa, fallecida por Covid hace
una semana, no es un número más.
Era mi esposa,
mi amiga y mi compañera; gozaba de un excelente estado de salud y falleció por
su negligencia e ineficiencia y la de los mentirosos y corruptos que integran
su gobierno.
Si en diciembre,
enero, febrero y marzo hubiéramos tenido la cantidad de vacunas que este
personaje y sus ministros tantas veces nos habían prometido, mi esposa hubiera
llegado a tiempo para vacunarse.
Si no hubiéramos hecho prevalecer en un tema tan serio, la ideología berreta, los negocios con amigos y las promesas de dos incumplidores seriales como Vladimir Putin y Hugo Sigman, por sobre la posibilidad tangible de contar con una de las mejores vacunas conocidas hasta ahora en el mundo, como es el caso de la Pfizer, mi mujer posiblemente estaría viva.
Y
sí, Ignacio Copani, ¡burda caricatura de musiquero circense de cuarta!, ¡Yo
hubiese querido la Pfizer!
Así
que, en nombre de mi esposa, cuya memoria vivirá por siempre en mí, y en el mío
propio, le quiero decir que su homenaje y la ceremonia de recogimiento y de
reflexión por las víctimas del Covid, no me interesa, no me llega, no me sirve,
y mucho menos nos devuelve, a mí ni a nadie, la vida de nuestros seres amados.
Y ni siquiera me permito perdonarle, ¡presidente! (sin señor), que me haya interrumpido abruptamente un momento de buena música radial, para hacerme escuchar por Cadena Nacional, a través de su voz pastosa, chillona y monocorde, esa vergonzosa fantochada que fue el acto, cuyo único propósito es tratar de amortiguar el impacto que en unos pocos días más, producirá alcanzar la trágica cifra de 100.000 muertos.
Cien
mil muertos que usted lleva sobre su espalda, y que espero pesen sobre nuestros
espíritus en el momento de emitir nuestro voto.
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