El cantinero se disculpó y le sugirió pasarse a una mesa más alejada de los inadaptados a los cuales nada se les podía objetar por ser el orgullo de Francia.
El
viejito Vicente le respondió: "No no no mi buen amigo, no importa, si me
lo permite desearía quedarme aquí, es que en esta mesa conocí por primera vez a
mi amor, la madre de mis hijos.
No
me queda mucho tiempo, y sentarme aquí me permite recordarla.
Si
no se enoja, me quedo.
Los
muchachos son jóvenes, y tienen mucho por volar todavía. Yo estoy bien, déjelos
aletear..."
Siguió
bebiendo su añorado licor de manzanas.
Y
ante cada burla, cruel y más cruel que la anterior, el viejito asentía, y por
respuesta solo sonreía. Eso enfurecía más a esos jóvenes oficiales del aire
franceses.
Ya
querían que se fuera.
Se
lo exigieron ostentosamente al cantinero, el cuál (sabiendo ahora el motivo de
la estancia del anciano) se negó.
Y
prosiguieron las burlas y los sarcasmos hirientes, ahora relacionados con la
edad del pobre viejo.
El
anciano Vicente se sonreía.
Pero
no era para nada un gesto nervioso, no era un rictus de miedo o intranquilidad.
Le causaba real gracia esa situación.
Tal
vez esos jóvenes no sabían.
Pobres,
en realidad no tenían por qué saberlo.
No
sabían (seguramente) que cuando sus abuelos ni siquiera habían pensado en
engendrar a sus padres, a los 18 años él ya había armado su primer cajón
volante: el "aeromóvil", un peligroso y pesado mamotreto de madera
con alas al que le había adosado un pequeño motor....y que levantaba vuelo!
Tal
vez nunca supieran que por la época que llegó a Francia se presentó en la
escuela de pilotos para conseguir el deseado brevet y que aunque no hablaba una
gota de francés, su porte importante hizo que sus instructores creyeran que era
un avezado piloto profesional, al que (pese a las impotentes gesticulaciones de
Vicente) igual sentaron frente al tablero de mandos de un avión super tecnológico,
pero que él no sabía ni como encender.
Es
casi seguro que jamás se enteraron que una vez en el aire hizo arriesgados
loops, admirables tirabuzones, temibles vuelos rasantes, pasadas invertidas,
oblícuos, giros , contragiros, picadas y demás, al cabo de las cuales sus
instructores desde tierra emitían gritos de admiración y aplausos
descontrolados pensando que los estaba maravillando con sus innatas habilidades
de acrobacia aérea, cuando de verdad Vicente en realidad estaba aterrorizado y
a las puteadas, y solo atinaba a pegarle golpes y patadas al timón con el fin
único de no matarse.
Ni
sabía lo que hacía.
Nunca
les dijeron, claro, que cuando bajó del avión, los legendarios instructores de
la Francia Libre lo vivaron, lo llevaron en andas y le otorgaron el brevet
"con distinción de honores". Firmado y sellado por todos.
Solo dos aviadores tuvieron ese brevet en la historia: Vicente.....y Roland Garrós (si si, el mismito del estadio de tenis)
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