Bernardo Schweizer
4 de Febrero de 1952.
Frio
y congelante invierno parisino.
El
abuelo Vicente había llegado hasta allí gracias a un pasaje comprado en su
mutual, en 48 cuotas fijas, crédito
brindado a todo antiguo personal que hubiera trabajado en la Fuerza Aérea
Argentina, durante 10 años.
Él
cumplía esos requisitos.
Había
trabajado algún tiempo para Francia y, en virtud de poder incrementar su
jubilación argentina en unos pocos (pero necesarios) pesos, unos fríos
empleados administrativos le habían exigido un certificado firmado y sellado
por el Departamento de Seguridad Social francés.
Solicitó el turno vía carta aérea, y se lo confirmaron de la misma manera, para el 4 de febrero de 1952.
Enviar
su carta y recibir respuesta del gobierno francés fue un trámite que duró 9
meses.
Un
parto.
El
abuelo Vicente le comentó a su esposa, muy contento:
"Mirá
Fanny, que rápido que fue todo, no? Los franceses son una maravilla. Qué
envidia!..."
Llegó
a Paris el 3 de Febrero, un día antes de la fecha acordada.
Y
eran las 5 de la tarde...¿qué hacía?
Todavía
incluso le faltaban varias horas para la cena de las nueve....
Solo
para recordar viejos tiempos, se dirigió hacia el lugar donde había prestado
servicios, la Base Aérea de Vélizy–Villacoublay, a solo 8 kilómetros de París.
Un
micro de alquiler lo llevó, junto a otros doce pasajeros que iban para ese
lado....
Se
bajó.
Y
caminó.
Aunque
trabajosamente, ya que una molesta cojera en su pierna derecha lo acompañaba
desde hacía unos tres años. "Descalcificación ósea", le había
asegurado su médico.
Tomaba
todos los días unas pastillas, cuya efectividad ya estaba comprobado que había
sido nula, pero igual las tomaba.
Más
para no escuchar los reproches de Fanny, que con reales esperanzas de
recuperarse.
Sabía
que lo segundo era improbable, pero que lo primero lo hastiaba.
Por
eso, no dejaba de tomarlas.
Llegó a la base.
Los
dos alférez de guardia sonrieron cuando el abuelo Vicente, en perfecto francés,
les solicitó ingresar y les aclaró que su intención era solo tomar algo
"fuerte" en el Casino de Oficiales, sin molestar.
Los
mismos dos alférez que habían sonreído socarronamente, no disimularon su cara
de sorpresa cuando del otro lado del Handy (luego de unos quince minutos) le
permitieron el ingreso al anciano.
Caminó
el piso de macadán y subió lentamente por la empinada escalera de cemento del Casino de Oficiales del Aire. Una vez
bajo el dintel de la puerta, el anciano sonrió.
La
antigua puerta de madera había sido reemplazada por una giratoria.
Más
de un minuto le costó solo ingresar, ante las sonrisitas malvadas de los
jóvenes oficiales que se encontraban adentro, disfrutando sus tiempos de
descanso.
Se
le escuchó a uno decir, incluso entre risas, a sus compañeros: "Je préfère
mourir en l'air que d'être comme ça..". Algo así como que prefería morir
en vuelo antes que llegar de esa manera a viejo.
Disculparán
mi escaso francés.
Igual
el abuelo Vicente, se dirigió al bar de oficiales, una antigua institución aún
más antigua que el mismo Casino. Llena de Icarios de madera, oxidados sextantes
de metal, pretéritas máscaras de oxígeno, habitaba allí todo lo que un aviador
admira.
Colmado
de pedantes pilotos de caza, admirados por ser la "élite" de Francia,
jóvenes, musculosos y desagradables, creídos que el cielo les pertenecía por
derecho divino, simplemente se rieron de la bizarra situación...y se dedicaron a
escarniar al anciano, apenas este se sentó a una mesa y pidió un "liqueur
de pomme".
Ese
viejito cojo, jorobado, muy pequeño casi esmirriado, con una mirada dulce y
bonachona, con ajadas manos de delicado maniquí, encorvado hacia adelante y
bajo un enorme y muy grueso tapado de lana pesada que lo hacía visualmente
todavía más pequeño, se limitaba a sonreír cuando las pullas se dirigieron a él
desde esa mesa de aguerridos pilotos.
Aguerridos
pilotos que, hay que decirlo, pese a ser el "orgullo de los cielos de
Francia", pertenecían a una generación cuyos galones habían sido obtenidos
bajo horas de entrenamiento y de estudio, más no ganados en combate real.
Ustedes
y yo conocemos de sobra a este tipo de personajes.
Abundan,
en todos los ámbitos.
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