Le général
Hasta
hace poco podía ir erguido, con su bastón y su chalina, por la calle de la
iglesia hasta la plaza del municipio. Todavía podía comprarse algún cigarro
bueno si había llegado desde Perú su demorado giro de su devaluada pensión. El
librero, el almacenero, el notario, lo saludaban con respeto.
El
intendente alguna vez les había hecho saber que era un gran general, que había
vencido a regimientos de España que no había podido derrotar el mismo Napoleón.
Le
decían le général.
Antes. cuando todavía podía hacerlo, él mismo iba a encargar carne de vaca que hacía cortar de una forma extraña. Una vez, el señor Brunet, dueño de la Bucherie Chevallne. contó que el general había señalado con el bastón la cabeza de caballo dorada, insignia del negocio, y le había dicho: “No se deben comer los caballos, señor Brunet».
Sería porque en algunas noches sus entre sueños se llenan de caballos.
A
veces son las mulas firmes y astutas. en el terrible frío y en los roquedales
andinos, otras son los caballos cargando por el llano, con los ojos
enrojecidos. la crin al viento, echando espuma.
Le
parece oler el noble sudor cuando su asistente retiraba la silla y el mandil y
los acariciaba.
A veces tiene la suerte de ser visitado por lo que es para él la más noble de las músicas:
El
retumbar increcente de los cascos cuando su regimiento azul iba tomando carrera
y ya se ordenaba desenvainar sables y bajar lanzas.
Si
fuera poeta, si no fuera tan reservado, trataría de escribir para retener eso
que se siente.
Trataría
de decir que es algo grande, una exaltación suprema de la vida, como la
culminación del amor.
Centauros.
Los
caballos criollos y los granaderos con sus chaquetas que él quiso que fueran
las más elegantes, pese a la poca plata que pudo mandarle el abnegado
Pueyrredón.
Son amigos inolvidables.
Los
caballos del combate, los de las infinitas marchas por los despeñaderos, los
del triunfo (cuando entró en Lima v encontró la sonrisa de Rosa) o los callados
compañeros de la derrota que lo trajeron desde Guayaquil enfermo hasta su
chacra en Mendoza.
«Fue
más o menos cuando murió Remedios. Y seguramente cuando yo empecé a morir.»
¿Cómo puede haber gente que coma caballos?
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