La Argentina necesita al FMI porque gasta mucho y mal, recauda poco y produce menos, castiga a inversores y exprime a ahorristas, destroza la moneda y oculta el déficit con inflación, fábrica de miseria
Loris Zanatta
PARA
LA NACION
El Fondo Monetario impone el ajuste, el ajuste achica el Estado, la debilidad del Estado causa un vacío, el vacío es llenado por los narcos, los narcos reciclan dinero en los bancos, el Fondo Monetario gana y el círculo se cierra. Resumiendo: el Fondo Monetario es algo así como el padrino de los narcos.
Lógico,
¿no?
Así
piensa Cristina Kirchner, así lo explicó en Tegucigalpa.
¿Qué decir?
No
seré yo quien defienda al Fondo Monetario.
Como
el Washington Post, creo que es el proveedor de un adicto, la Argentina, que
además lo trata como si fuera el malo de la película: ¿será masoquista?
Si
dependiera de mí, hace tiempo que habría dejado que se arregle sola.
No
es el Fondo el que necesita a la Argentina, sino la Argentina la que necesita
al Fondo.
Por
razones bien conocidas: gasta mucho y gasta mal, recauda poco y produce menos,
castiga a inversores y exprime a ahorristas, destroza la moneda y oculta el
déficit con inflación, fábrica de miseria.
Que la
vicepresidenta señale a Noruega como modelo suena a broma de mal gusto.
Noruega
navega alto en el índice mundial de libertad económica, para los estándares
kirchneristas es un bastión “neoliberal”, mucho más libre que mi Italia,
infinitamente más que la Argentina, entre las últimas en el ranking. ¿Cuántos
ñoquis camporistas habrá en las oficinas públicas de Oslo, cuántos Moyano en
los sindicatos noruegos?
Si
cada uno hablara de lo que sabe disfrutaríamos de un sano silencio.
Ni
qué hablar del vínculo entre narcotráfico y “neoliberalismo”, el cuco de todos
los cuentos.
¿Alguien
recuerda las toneladas de cocaína traficadas vía Cuba en los ochenta?
El
régimen zafó del escándalo fusilando a unos “héroes” de la revolución, únicos
culpables.
En
un país donde el Líder Máximo decidía hasta el gusto de los caramelos en las escuelas,
¡nadie le había advertido que sus puertos eran una terminal del narcotráfico!
Los
juicios fueron lo que son en ese paraíso de la legalidad: farsas.
Nada
de lawfare en Cuba, directo al paredón.
¿Y
Venezuela?
Se ha perdido la
cuenta de los funcionarios chavistas atrapados con las manos en la masa, con
lucrativas cuentas en bancos extranjeros.
Ahí
el Estado no dejó ningún vacío, se adueñó de todo, maneja el narcotráfico, se
convirtió en Estado gansteril.
¿Serán
neoliberales Cuba y Venezuela?
¿Y
los muchos casos parecidos?
Una
vez más: hablar por no callar.
Por otra parte, lo mismo pasa en la Argentina, donde hasta las paredes saben de la complicidad de que gozan las mafias de la droga en el aparato estatal.
¿Cuántas
veces ha sido denunciada, por ejemplo, por la Iglesia Católica?
El
kirchnerismo ha tenido muchos años e inmensos recursos para combatir el
narcotráfico a través de la educación y el trabajo, la receta indicada por
Cristina Kirchner.
No
veo que lograra mucho, a juzgar por el crecimiento exponencial del fenómeno.
¿Por
qué, entonces, subir al púlpito a dar lecciones?
Hacer demagogia
barata sobre temas tan dramáticos y complejos es cínico e irresponsable.
Pero lo más deprimente del “memorable” discurso en la capital hondureña, celebrado por la prensa oficialista como “cátedra ejemplar”, es la visión conspirativa de la historia.
Allá
arriba, nos quiere decir, en los pisos superiores del Gran Banco, en los
lujosos salones de la Gran Potencia, en los cuartos secretos de las crueles
Multinacionales, los titiriteros mueven los hilos de todo.
¿El
propósito?
Dominar
el mundo, oprimir a “los pueblos”, pisotear su autodeterminación.
Hasta
el día en que ella y sus apóstoles los liberen, los emancipen, los conduzcan a
la tierra prometida.
En fin, el
pueblo puro y la elite corrupta, la habitual cháchara maniquea, el usual
lloriqueo victimista, la consabida mala fe populista.
¿Hay
injusticia? Toda culpa del “globalismo”, de los “intereses financieros”, de las
“grandes multinacionales” que acumulan “beneficios ilícitos”: así decía
Jean-Marie Le Pen hace treinta años, así
repite Cristina Kirchner, las mismas palabras, un disco rayado.
Desde los antiguos profetas, arremeter contra “el sistema”, señalar a “los poderosos”, maldecir al banquero de turno funciona y consuela.
Si
fuera de alguna utilidad, si no ocultara un pérfido engaño, yo también me
uniría al coro.
Pero
¿cómo creer que la complejidad e imprevisibilidad de la historia sea manipulada
por algún Gran Hermano?,
¿Qué
cortando las cabezas coronadas reinará la justicia y “los últimos serán los
primeros”?
¿Cuándo
sucedió? ¿Dónde?
Los
movimientos mesiánicos son siempre complotistas, decididos a monopolizar el
poder y pisotear la libertad para “salvarnos” del enemigo al acecho, para
redimir al “pueblo elegido” de la “oligarquía esclavista”.
No, gracias, su medicina siempre ha sido mucho peor que las enfermedades que pretendían curar.
La historia está llena de ejemplos, desde el “protocolo de los Sabios de Sión” del que se nutrió el antisemitismo hasta la supuesta omnipotencia del Grupo Bilderberg que obsesionó a Fidel Castro.
¿Las
Torres Gemelas? Una manipulación.
¿El
alunizaje? Un invento.
¿El
5G? Un plan de espionaje.
¿El
Covid? Una pandemia pilotada.
¿La
inmigración? Una estrategia globalista.
¿La
planificación familiar? Imperialismo demográfico.
Siempre
hay una conspiración para explicar lo que no está como nos gustaría que fuera,
un complot para justificar los fracasos, una conjura que ofrece un chivo
expiatorio en bandeja.
Mesiánico
por vocación, ¿cómo no iba a ser complotista el peronismo?
Lo
tiene en el código genético, Cristina Kirchner no inventa nada:
La
“sinarquía internacional”, decía Perón, ese engendro de la fantasía
nacional-popular, es la “coincidencia básica de las grandes potencias que se
unen en la explotación de los pueblos colonizados”.
De
ahí que “todo argentino” que “asimile las pautas culturales” de las potencias
trabaja para ellas: pensamiento nacional o cipayo, del mesianismo al
autoritarismo.
Hace
mucho tiempo, cuando era apenas un padre jesuita, Jorge M. Bergoglio explicó
que el gran daño causado por Juan Calvino había sido separar la mente del
corazón, la razón de la fe.
No
estoy seguro de que fuera tan así ni de que de haberlo sido fuera del todo
negativo, pero viene al caso para observar que mientras seducen el corazón y
apelan a la fe, los complots escapan a la mente y no son falseables por la
razón.
Ahora, si entre
tanta inútil melaza sentimentalista se afirmara en el debate político un poco
de racionalidad, ganaría el bien común.
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