"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 5 de octubre de 2008

Ha muerto un hombre... cómo todos los días, por Ingrid Storgen

La muerte se presenta de pronto, inexorable, sin distinguir color de piel, clase social, sexo ni nombre.
Se presenta y arrasa con lo que hasta un segundo antes de llegar fuera una vida. Pero hay vidas y hay hombres y hay mujeres.

Unas pasan así, como si nada, otras dejan su nombre estampado en las hojas amarillas de la historia.
Sin importar si esa historia habrá de mencionarlos bien o habrá de mencionarlos mal.
La muerte pasa y deja un sabor amargo en la boca y los ojos húmedos y mil por qué que nadie podría responder si no, con: “es la vida”.
Aunque sea el final, así es la vida.

Nada hay tan seguro y que nos acompañe siempre, como la presencia muda, sigilosa, de la muerte que no se aparta ni un segundo de nosotros, sea lo que fuere que hagamos, que pensemos, que sintamos.
Y cuando la muerte arranca el último suspiro no es el último suspiro de uno solo, es el último de muchos y de muchas, que diariamente se alejan de este mundo para siempre.

Buenos y malos, blancos y negros, pobres y ricos, grandes y niños.
Pero algunos trascienden, otros quedan en el círculo íntimo que los llora hasta que la fuerza de la vida vuelva a dibujar una sonrisa en los rostros desfigurados por el dolor, tras la partida.

Así es la vida, si la nombramos, sabemos que hay un punto final y es para siempre.
Aunque la prensa no mencione a esos seres anónimos que parten, pero sí se detenga en unos pocos.
Esos pocos que marcaron hitos, bien o mal pero lo hicieron.
No me sorprende la muerte, de tanto sentirla pasar se volvió una presencia casi cercana, aunque no haya logrado ser su amiga ni haya podido nunca ver su rostro frío y su mano helada arrebatando suspiros…

Hay seres que mueren un poco cada día y no de muerte real, hay otros que mueren pero quedan vivos en las conciencias de quienes tuvieron cerca. Y lo que es más, queda la idea flotando sobre sueños de aires libertarios.

Se confirmó una muerte allí donde la muerte parece estar enquistada para siempre, donde el poder de turno la erigió como una presencia constante capaz de arrancar hasta las esperanzas, pero esta vez no pudo.

No lo mataron balas ni traiciones, no lo mató el odio, sobrevivió al rencor, dejó derrotados a los arquitectos de una obra macabra.

Y fue su hora, cerró sus ojos y partió no para siempre.
Partió para la historia.
Partió para instalarse en la memoria.

...
Allí donde la muerte no puede matar nada…

Ingrid Storgen

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