La Fe no se negocia
Así como criticamos ásperamente a los políticos que reciben coimas y a los que se las facilitan, para obrar de una manera determinada a expensas del bien común, debemos ser mucho más duros con los que trafican con la Fe, dejándola de lado en ciertas circunstancias, ya sea por comodidad, por falso respeto humano, por una desordenada convivencia o por una mal llamada tolerancia. Es decir: no se juegan por la verdad.
La fe no se negocia. Precisamente hace cinco siglos Santo Tomás Moro entra en conflicto con el Rey (el Estado) y todo su “aparato” que le era dócil. Se le exigía el sometimiento a decisiones que contrariaban la Fe Católica que profesaba. La no aceptación quedaba automáticamente equiparada a la rebeldía.
Le aconsejaron sus amigos y aún familiares, para salvar su vida, el negociar y aceptar aunque sea exteriormente lo que se le quería imponer: la supremacía del poder Real (el Estado) sobre la Iglesia, total él era dueño de su interior y podía pensar como quisiera (la doble moral), pero Tomás no aceptó esconder la Verdad y por ello subió al patíbulo afirmando que “el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral”.
Tomás Moro nos deja un testimonio de primacía de la verdad sobre el poder, coherencia moral y fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana. Hoy esos poderes se ven mas camuflados, se mimetizan, pero en el fondo se plantea la misma disyuntiva: hacer brillar la luz de la Verdad o guardar silencio por un falso respeto humano para no herir susceptibilidades y el miedo a no enfrentarse a los poderosos de turno.
Fue así como, en el año 1999, un grupo de fieles laicos comprometidos con nuestra identidad de bautizados y que colaborábamos en acciones pastorales en la Iglesia Católica que peregrina en Santa Fe de la Vera Cruz, convocados por el Cngo Ricardo B. Mazza, constituimos el Centro de Estudios Políticos y Sociales “Santo Tomás Moro” con la finalidad de dar testimonio de la verdad, especialmente, en el ámbito de la política.
El documento que inspiró nuestro Centro, al comienzo, fue la Exhortación Apostólica “Ecclesia in América” del Papa Juan Pablo II, teniendo como eje inspirador de nuestro obrar el referido a “Los fieles laicos y la renovación de la Iglesia”(nº44). Coherentes con nuestra primera finalidad constitutiva como Centro de Estudios, elaboramos el primer documento donde planteábamos observaciones a los proyectos de ley sobre un programa provincial de salud reproductiva.
Logramos atenuar al mínimo los daños físicos y morales que el mismo causa a nuestras mujeres, denigrando su identidad como personas y reduciéndolas a un mero objeto de placer sexual. Del mismo modo opinamos sobre el proyecto de las “uniones civiles de homosexuales y lesbianas”. Y el recientemente ingresado proyecto iconoclasta de eliminar imágenes y símbolos sagrados de las oficinas públicas presentado por minorías que pretenden imponer a la mayoría de nuestro pueblo un modus vivendi contrario a la cultura que nos legaron nuestros mayores y que reconoce la Constitución Nacional.
Somos defensores del matrimonio, la familia y de la vida, desde su concepción hasta su muerte natural, como lo reconocen las Constituciones Nacional y Provincial, que rechazan expresamente la cultura de la muerte.
Por eso es inentendible la paradoja de nombrar –hace ya algún tiempo-como miembro de la Corte de Justicia de la Nación a una mujer que se declara provocativamente partidaria de la despenalización del aborto y se reconoce como atea militante.
¿Cómo va a aplicar en sus fallos los principios Constitucionales que reconocen a Dios como fuente de toda razón y justicia y el derecho a la vida desde la concepción en el seno materno?
Estas incongruencias que agravian el sentir y el pensar de la mayoría de los argentinos deben incitar al cumplimiento del mandato del Concilio Vaticano II que expresa que “ningún católico debe abdicar de la participación en política”. Con esta participación, seguramente, se evitará que los mercaderes de la muerte nos impongan autoritariamente una sociedad sin Dios y sin Moral.
Durante el Jubileo del año 2000, la iglesia proclama a Santo Tomás Moro Patrono de los Gobernantes y Políticos. El Santo Padre decía que el testimonio de este santo es más actual que nunca, en un momento histórico que plantea retos cruciales para la conciencia de quienes tienen la responsabilidad directa de la gestión pública. Por otra parte, debemos tener presente que el aborto, la seguridad, la educación, las leyes laborales, el precio del kilo de harina, la indigencia, están directamente relacionados con decisiones políticas.
Y los políticos, legisladores y dirigentes son hombres que, en su mayoría, se dicen católicos. Si debiéramos medir la tarea de los dirigentes católicos con la degradación moral y social de Argentina en los últimos decenios concluiríamos que “o los dirigentes no son católicos” o los buenos católicos se han escondido o no participan porque consideran, equivocadamente, que la política es intrínsecamente perversa a la cual acceden únicamente los aventureros e inescrupulosos. Temen contaminarse, lo que indica la tibieza de las convicciones y de la Fe que dicen profesar.
La grave crisis que se abate sobre la Argentina, donde la mitad de la población vive por debajo de la línea de la pobreza, es en gran medida el resultado de la acción de dirigentes políticos, económicos, sindicales y culturales que han priorizado la lucha por privilegios y espacios de poder por sobre el bien común de la sociedad. También le cabe a la labor educativa de la Iglesia que, según la Conferencia Episcopal Argentina “no pudo hacer surgir una patria más justa, porque no ha logrado que los valores evangélicos se tradujeran en compromisos cotidianos”.
Nos encontramos ante un debate donde, con distintos nombres, se quiere legislar contradiciendo el primero de los derechos humanos, inalienable e irrenunciable, que es el derecho a la vida desde la concepción. Las leyes, sean cuales fueren los campos en que interviene el legislador, tienen que respetar y promover siempre a la persona humana en sus diversas exigencias espirituales y materiales, individuales y sociales.
No obstante, la Ley no es suficiente, es necesario el compromiso de todos y cada uno de nosotros en el cumplimiento del mandamiento nuevo hacia el prójimo. De lo contrario las Leyes, por buenas que sean, irán por un carril y la realidad por el otro. Basta con conocer la Convención de los Derechos del niño (hay 54 artículos especiales sobre su protección) por un lado y ver la realidad de grandes sectores condenados a la ignorancia, explotación y miseria.
Esperanzados en una toma de conciencia de la sociedad toda, especialmente de sus dirigentes (¿católicos?) por el efecto Blumberg, debemos proponernos dejar de usar los látigos que prolongan permanentemente la pasión de Cristo.
Jueves 15 de Abril de 2004. Centro de Estudios Políticos y Sociales “Santo Tomás Moro”
Así como criticamos ásperamente a los políticos que reciben coimas y a los que se las facilitan, para obrar de una manera determinada a expensas del bien común, debemos ser mucho más duros con los que trafican con la Fe, dejándola de lado en ciertas circunstancias, ya sea por comodidad, por falso respeto humano, por una desordenada convivencia o por una mal llamada tolerancia. Es decir: no se juegan por la verdad.
La fe no se negocia. Precisamente hace cinco siglos Santo Tomás Moro entra en conflicto con el Rey (el Estado) y todo su “aparato” que le era dócil. Se le exigía el sometimiento a decisiones que contrariaban la Fe Católica que profesaba. La no aceptación quedaba automáticamente equiparada a la rebeldía.
Le aconsejaron sus amigos y aún familiares, para salvar su vida, el negociar y aceptar aunque sea exteriormente lo que se le quería imponer: la supremacía del poder Real (el Estado) sobre la Iglesia, total él era dueño de su interior y podía pensar como quisiera (la doble moral), pero Tomás no aceptó esconder la Verdad y por ello subió al patíbulo afirmando que “el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral”.
Tomás Moro nos deja un testimonio de primacía de la verdad sobre el poder, coherencia moral y fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana. Hoy esos poderes se ven mas camuflados, se mimetizan, pero en el fondo se plantea la misma disyuntiva: hacer brillar la luz de la Verdad o guardar silencio por un falso respeto humano para no herir susceptibilidades y el miedo a no enfrentarse a los poderosos de turno.
Fue así como, en el año 1999, un grupo de fieles laicos comprometidos con nuestra identidad de bautizados y que colaborábamos en acciones pastorales en la Iglesia Católica que peregrina en Santa Fe de la Vera Cruz, convocados por el Cngo Ricardo B. Mazza, constituimos el Centro de Estudios Políticos y Sociales “Santo Tomás Moro” con la finalidad de dar testimonio de la verdad, especialmente, en el ámbito de la política.
El documento que inspiró nuestro Centro, al comienzo, fue la Exhortación Apostólica “Ecclesia in América” del Papa Juan Pablo II, teniendo como eje inspirador de nuestro obrar el referido a “Los fieles laicos y la renovación de la Iglesia”(nº44). Coherentes con nuestra primera finalidad constitutiva como Centro de Estudios, elaboramos el primer documento donde planteábamos observaciones a los proyectos de ley sobre un programa provincial de salud reproductiva.
Logramos atenuar al mínimo los daños físicos y morales que el mismo causa a nuestras mujeres, denigrando su identidad como personas y reduciéndolas a un mero objeto de placer sexual. Del mismo modo opinamos sobre el proyecto de las “uniones civiles de homosexuales y lesbianas”. Y el recientemente ingresado proyecto iconoclasta de eliminar imágenes y símbolos sagrados de las oficinas públicas presentado por minorías que pretenden imponer a la mayoría de nuestro pueblo un modus vivendi contrario a la cultura que nos legaron nuestros mayores y que reconoce la Constitución Nacional.
Somos defensores del matrimonio, la familia y de la vida, desde su concepción hasta su muerte natural, como lo reconocen las Constituciones Nacional y Provincial, que rechazan expresamente la cultura de la muerte.
Por eso es inentendible la paradoja de nombrar –hace ya algún tiempo-como miembro de la Corte de Justicia de la Nación a una mujer que se declara provocativamente partidaria de la despenalización del aborto y se reconoce como atea militante.
¿Cómo va a aplicar en sus fallos los principios Constitucionales que reconocen a Dios como fuente de toda razón y justicia y el derecho a la vida desde la concepción en el seno materno?
Estas incongruencias que agravian el sentir y el pensar de la mayoría de los argentinos deben incitar al cumplimiento del mandato del Concilio Vaticano II que expresa que “ningún católico debe abdicar de la participación en política”. Con esta participación, seguramente, se evitará que los mercaderes de la muerte nos impongan autoritariamente una sociedad sin Dios y sin Moral.
Durante el Jubileo del año 2000, la iglesia proclama a Santo Tomás Moro Patrono de los Gobernantes y Políticos. El Santo Padre decía que el testimonio de este santo es más actual que nunca, en un momento histórico que plantea retos cruciales para la conciencia de quienes tienen la responsabilidad directa de la gestión pública. Por otra parte, debemos tener presente que el aborto, la seguridad, la educación, las leyes laborales, el precio del kilo de harina, la indigencia, están directamente relacionados con decisiones políticas.
Y los políticos, legisladores y dirigentes son hombres que, en su mayoría, se dicen católicos. Si debiéramos medir la tarea de los dirigentes católicos con la degradación moral y social de Argentina en los últimos decenios concluiríamos que “o los dirigentes no son católicos” o los buenos católicos se han escondido o no participan porque consideran, equivocadamente, que la política es intrínsecamente perversa a la cual acceden únicamente los aventureros e inescrupulosos. Temen contaminarse, lo que indica la tibieza de las convicciones y de la Fe que dicen profesar.
La grave crisis que se abate sobre la Argentina, donde la mitad de la población vive por debajo de la línea de la pobreza, es en gran medida el resultado de la acción de dirigentes políticos, económicos, sindicales y culturales que han priorizado la lucha por privilegios y espacios de poder por sobre el bien común de la sociedad. También le cabe a la labor educativa de la Iglesia que, según la Conferencia Episcopal Argentina “no pudo hacer surgir una patria más justa, porque no ha logrado que los valores evangélicos se tradujeran en compromisos cotidianos”.
Nos encontramos ante un debate donde, con distintos nombres, se quiere legislar contradiciendo el primero de los derechos humanos, inalienable e irrenunciable, que es el derecho a la vida desde la concepción. Las leyes, sean cuales fueren los campos en que interviene el legislador, tienen que respetar y promover siempre a la persona humana en sus diversas exigencias espirituales y materiales, individuales y sociales.
No obstante, la Ley no es suficiente, es necesario el compromiso de todos y cada uno de nosotros en el cumplimiento del mandamiento nuevo hacia el prójimo. De lo contrario las Leyes, por buenas que sean, irán por un carril y la realidad por el otro. Basta con conocer la Convención de los Derechos del niño (hay 54 artículos especiales sobre su protección) por un lado y ver la realidad de grandes sectores condenados a la ignorancia, explotación y miseria.
Esperanzados en una toma de conciencia de la sociedad toda, especialmente de sus dirigentes (¿católicos?) por el efecto Blumberg, debemos proponernos dejar de usar los látigos que prolongan permanentemente la pasión de Cristo.
Jueves 15 de Abril de 2004. Centro de Estudios Políticos y Sociales “Santo Tomás Moro”
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