"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

lunes, 21 de septiembre de 2009

Frío Mortal... Capítulo 7

SEPTIMA PARTE DE UNA ESPECTACULAR HISTORIA DE ¿FICCIÓN?

CAPÍTULO 7

Por ser una causa cerrada y sin pruebas de una posible vinculación con esta investigación me fue denegada. –Explicó Miguel.

Para ese momento ya llevábamos más de tres horas de conversación y si bien enriquecimos nuestros conocimientos no logramos definir una acción a desarrollar, de modo que acordamos mantenernos en contacto hasta recabar más información.

Más tarde y luego de despedirnos de la abuela de Alba emprendimos el regreso, la vuelta fue diferente, ya que en lugar de admirar el paisaje continuamente consultaba mi anotador.

Ella también parecía ensimismada, pero ante mí prolongado silenció observó:

-Parece que algo estás elucubrando y quizá quieras compartirlo.

-Es que… estuve evaluando la situación y creo que es muy difícil que desde nuestra posición podamos modificar los acontecimientos aún con la ayuda de Orellana, porque Campos está respaldado políticamente y además, solo disponemos de datos de ciertas intervenciones de él que seguramente puede justificar o desmentir.

-No lo creo Enrique, porque recuerdo cuando le dijiste al procurador que todo criminal tiene su talón de Aquiles y que solo es cuestión hallarlo, de modo que lo que estamos haciendo es buscarlo, y espero que me ayudes porque no pienso desistir. Nuestra justicia es el hazmerreir de todo el País y es hora que alguien comience a blanquear ese horizonte negro.

Su enérgico énfasis me agrado, porque compartía con ella el desánimo que invadía a muchos hombres que ingresaron a la justicia esperando lograr un mundo que merezca ser vivido, y por eso respondí sin titubeos:

-Por supuesto que estoy a tu lado, eso ni lo dudes. Pero deberemos ser precavidos a quien le damos la información recabada, porque detrás de ese hombre debe haber personas muy poderosas y sin escrúpulos.

-¿Y… entonces? –Interrogó Alba algo asustada porque no había previsto semejante riesgo.

-Nos tendremos que manejar en las sombras y una vez que logremos pruebas contundentes tomaremos una decisión.

Como jóvenes y no contaminados nos acompañaba el lirismo, aunque en ella se había opacado al preverle las consecuencias posibles de nuestra conducta justiciera. Pero solo el tiempo daría la respuesta sin embargo, éste apresuraba su paso.

Al día siguiente de nuestra partida, Orellana entusiasmado por lograr aliados en una fiscalía federal llamó a un celular:

-¡Javier! ¿Cómo está?

-¿Quién habla? –Preguntó éste sorprendido, porque creía conocer a su interlocutor.

-Miguel Orellana, pensé que me recordaría.

-Por eso pregunté, porque después de lo que pasó me cuesta creer que sea usted.

-Javier, reconozco parte de culpa en lo que le pasó, y en relación a eso es urgente que tengamos una conversación personal en tanto no esté ocupado.

-Vea, desde mi retiro obligado lo único que hago es dejar pasar el tiempo, y no veo porqué no hacerlo con Usted. –Respondió cáustico.

Pese a que la respuesta no era alentadora emprendió camino hacia la casa, y mientras lo hacía recordaba los sucesos…

Contrariando el dictamen fiscal, Javier Klein continuaba investigando e interrogando a todo aquel que tuviese algún conocimiento o relación con la familia Carrión, a tal punto que nuevamente Campos presionó para que cese toda intervención que pueda afectar esa supuesta causa federal que invocaba.
Recordó también la áspera discusión que tuvo con Javier cuando le exigió que no siga entrometiéndose, pero a todo esto se sumó un ingrediente más… la familia de Elena Carrión presentó una denuncia contra él por extorsión, aduciendo que les pidió dinero para no incriminarlos y como corolario asuntos internos lo puso en disponibilidad, terminando en un pase a retiro obligado.
Por supuesto que intentó el reclamo por la vía judicial, pero cuando lo amenazaron con quitarle su pensión desestimó toda acción.

El recibimiento en la casa de Javier fue frío y distante, el pase y siéntese sonaron a un váyase.

De todas maneras Miguel comenzó a explicarle los pormenores de la intervención del fiscal federal en el caso y que terminó con la carrera del inspector, a todo esto Javier con rostro inexpresivo comentó:

-En realidad no tenía que tomarse la molestia en venir acá para explicar su intervención, la politiquería judicial y policial no me interesa, di los mejores años de mi vida para servir a mis semejantes y es el pagó que recibí, de modo que está en libertad de irse. –Finalizó con amargura.

-Es que… no vine a eso Javier, estoy aquí porque necesito su ayuda.

La aclaración de Miguel lo dejó perplejo, pero de a poco en su cara se dibujó una sonrisa que terminó en sonoras carcajadas. El fiscal abochornado y decepcionado se levantó dirigiéndose a la salida, pero en ese momento entre risas escuchó:

-¡Espere! No se vaya aún, es que me causó gracia que quien participó en mí ruina esté pidiendo que lo ayude, pero desembuche, ¿qué lo trae aquí? Porque de seguro que es grave y quizá algo ilegal para que recurra a mí y no a la fuerza policial.

-En parte tiene razón, porque oficialmente no puedo actuar, pero antes de ponerlo en autos (expresión jurídica que significa informarlo), creo que continuará su risa cuando sepa que si acepta colaborar será gratuitamente.

-¡Pucha! Si no me hubiese reído tanto seguiría haciéndolo, pero por la parte económica no se preocupe, ya que aún tengo el soborno de los Carrión.

-¡Entonces fue cierto! –Lanzó Miguel con amarga decepción.

-¡No hombre, no! Solo estoy bromeando con mi desgracia, aunque algunos ahorros tengo además de mi pensión, pero veamos de qué se trata y recién decidiré.

Durante casi dos horas el fiscal estuvo relatando nuestra conversación, conclusiones y la determinación tomada, como también la necesidad de investigar a los personajes implicados incluyendo a Campos, lo que significaría trasladarse algunas veces a la Capital Federal.

Durante algunos pasajes de la charla y especialmente el relacionado con Julián y el persa, hubo algún atisbo de interés en el rostro del inspector retirado pero el resto del tiempo se mantuvo inexpresivo. Y finalmente lacónicamente dijo que lo pensaría.

Miguel Orellana sintió que el castillo de ideas que proyectó se le desmoronaba, la famosa ayuda que me había prometido no llegaría, ya que Javier Klein no mostró el interés que pensó que despertaría en él y no se equivocaba, pero a veces existen circunstancias caprichosas y no deseadas que modifican nuestro rumbo.

Sólo pasaron tres días y el inspector como era su costumbre oía las noticias radiales mientras preparaba su café matutino, pero una noticia lo impactó de tal manera que volcó el contenido de la taza que acababa de llenar y solo logró exclamar ¡Hijos de p…! Mientras que repetían la noticia:

-¡Urgente, reiteramos! El fiscal de nuestra ciudad Miguel Orellana acaba de ser embestido por un vehículo, su estado es grave y fue internado en el hospital zonal, mientras que el conductor aún no identificado se dio a la fuga.

Javier no dudó por un instante y luego de mudarse de ropa se dirigió al nosocomio local, allí el movimiento era constante, los médicos y las enfermeras pasaban apresurados atendiendo urgencias y enfermos, por eso le llevó bastante tiempo poder hablar con el doctor que atendía la sala de terapia intensiva dónde se hallaba el fiscal.

El informe de éste no fue alentador y describió el cuadro de la siguiente manera:

-El paciente ingresó inconsciente, se constató un derrame craneal y lo intervino el neurocirujano, en este momento está en coma inducido con pronóstico reservado, y es todo lo que puedo decir hasta ahora.

Ya hacía varios días que junto a Alba nos reintegramos a nuestro trabajo, y ella tenazmente continuaba analizando expedientes de nuestro jefe, mientras que yo estaba ordenando algunas citaciones pendientes y que correspondían a dos procesos en curso, cuando algo circunspecto ingresó Román diciendo:

-¡Enrique! El jefe lo quiere ver en su despacho, pero le advierto que está de muy mal humor.

Como respuesta me sonreí encogiéndome de hombros y me dirigí a su oficina, una vez allí sin ningún tipo de cortesía y algo imperativo reclamó:

-Antes del receso le di un par de citaciones, ¿fueron entregadas? –Y antes que pudiese contestar rugió; -y si fue así… ¿por qué no me notificó?

Estuve a punto de estallar y mandarlo a pasear por no decir alguna grosería, pero me contuve y conté hasta diez antes de contestarle:

-¡Doctor Campos! Creo que olvidó que mi cargo en este juzgado es el de fiscal adjunto y no su empleado, sin embargo trasladé al oficial de justicia los oficios que mencionó y la constancia de la entrega debería tenerla su secretario.

Él sorprendido y enrojecido por la firme respuesta solo atinó a decir:

-Puede retirarse.

Esa actitud tan agresiva del que oficiaba como mí jefe terminó con mi paciencia, entendí que mi permanencia en el ámbito no tenía sentido alguno y que era tiempo que hiciese algo más positivo con mí vida.

Con esos pensamientos retorné a mí escritorio y comencé a guardar toda mi documentación personal en un maletín, ya que pensaba presentar la renuncia al puesto e irme, pero las circunstancias continuaban gobernando nuestros actos porque en ese instante me detuvo una llamada a mi teléfono, y en cuanto atendí una voz ciertamente imperativa se oyó:

-¡Me comunica con el doctor Enrique Veroglia!

-¡Con él esta hablando! –Contesté en el mismo tono aun irritado por el reciente entredicho con mi jefe.

Entonces quién llamaba moderando el tono con un dejo de amabilidad continuó:

-Soy el inspector retirado Javier Klein, días atrás el Fiscal Miguel Orellana me pidió que me pusiese en contacto con usted para realizar una investigación.

La sorpresa me dejó mudo por instantes y titubeando por una falta de decisión pregunté:

-¿Dónde se encuentra Javier? Si me permite llamarlo por su nombre, –agregué.

-Aún en mi provincia Enrique, pero puedo viajar para allá y estar con usted mañana por la tarde. –Contestó del mismo modo obviando el protocolo.

Como la hora de arribo de él sería tardía le di la dirección de mi domicilio y quedamos en encontrarnos allí. Lógicamente dejé en suspenso mi renuncia y le pedí a Román que le diga a Alba que deseaba verla. Minutos más tarde e irritada por interrumpirla en la lectura de un expediente preguntó:

-¿Cuál es el apuro Enrique?

-Necesito que estés en mi casa mañana a las siete y media de la tarde, –le lancé la idea sin aclaraciones.

-¡Enrique! –Exclamó sorprendida y quizá confundiendo intenciones.

-No sé porqué te asombras, fuiste la que más insistió en la investigación sobre la actuación de Campos y ahí está el resultado, Miguel nos envía a un inspector retirado al que cité mañana en mi casa.

-¿Te llamó Orellana? –preguntó en un tono que parecía decepcionado, o quizá era yo quién comenzaba a fantasear.

-No, el que llamó fue un tal Javier Klein.

-¡Cómo… no puede ser! –Eso sería demasiada coincidencia, comentó agregando:

-Tenemos que comunicarnos con el fiscal urgentemente, –reflexionó intentando la llamada mientras la observaba intrigado.

Pero unos minutos más tarde y algo confusa protestó diciendo:

-No lo entiendo, no atiende el móvil como tampoco los otros teléfonos fijos.

-No entiendo tu reacción y premura, ya nos llamará o lo haremos nosotros después de la entrevista, pero por otra parte mencionaste algo sobre mucha coincidencia, ¿qué quisiste decir?

-¿Recuerdas que te hablé sobre un pedido de informes improcedente que le hicieron a Campos y que jamás contestó?

-Sí… ¿y?

-Está firmado por el inspector Javier Klein…


Continuará... André Materón

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