"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 25 de abril de 2010

Sexo, hipocresía y cierta necesidad urgente de moral...

DISPARADOR

Por: Marcelo A. Moreno

La llamada moral victoriana no sólo siempre ha aludido a un puritanismo ridículo sino, sobre todo, a la práctica -consecuente, irredenta y pestilente- de la hipocresía.

Londres, la capital del imperio que dominaba el planeta, bajo sus estrictas reglas de decencia pública, ocultaba un sombrío ejército de míseras prostitutas que sólo sacó a la luz un criminal dedicado a ellas: Jack El Destripador.
Y el vergonzoso proceso que derrotó con dolor, humillación y cárcel al genio de Oscar Wilde, demostró que la prostitución masculina también era una realidad de sudor y carne.

La reina misma -que imperaba por "derecho divino" y autoridad moral y mandaba, por ejemplo, a alargar los manteles en su palacio para que cubrieran las mesas hasta las patas, no fuera a ocurrir que algún comensal atisbara, ebrio de deseo, el tobillo de una dama- incurrió no sólo en un amante, sino, se supo por estos días, en dos.

A ambos la reina viuda los eligió entre sus sirvientes, con lo cual violó, con contundentes y transpirados hechos, la ley que proclamaba la superioridad de la aristocracia sobre el resto de los mortales.

El primero se llamó John Brown, era escocés y Victoria lo ¿sedujo? a poco de enviudar en 1861. Algunos historiadores sostienen que la relación fue tan profunda que terminaron vinculados por un matrimonio secreto.
De hecho, a Su Majestad, entre susurros, la apodaban "Señora Brown"

Pero el escocés murió en 1883 y acaso para celebrar el Jubileo de Oro de su largo reinado, en 1887, - solemne acontecimiento al cual concurrieron cincuenta reyes y príncipes -
La reina se agenció un nuevo compañero de cama, el también sirviente, pero indio,
Munshi Abdul Karim.
Con lo cual denostó en este caso los prejuicios que sostenía con vehemencia, como emperatriz de la India, respecto de la supremacía de la raza blanca sobre los asiáticos.

Tampoco la edad supuso una barrera para esta majestad sin barreras: cuando comenzó la cosa, ella tenía 68 años y él, 24.
Más que satisfecha con sus servicios -el sirviente introdujo el curry, por ejemplo, en la gastronomía real-, un año después Victoria nombró a Karim, "Paje indio de la Reina Emperatriz", función por la cual la acompañó en sus giras por el continente, ocasiones en las que trató con monarcas y miembros de la más rancia nobleza.
Los fervores de Victoria llegaron hasta la extravagancia, como que Karim terminara poseyendo sus propios sirvientes y utilizara a su antojo un carruaje imperial.

Todo terminó más o menos abruptamente con la muerte de la reina en 1901, a los 81 años, después de haber gobernado por casi 64 años el Imperio. Su heredero, el próximo rey Eduardo VII, echó al sirviente indio poco menos que a las patadas, obligándolo a quemar las volcánicas cartas de su señora, con lo cual la hipocresía real se coronó en silencio.

El martes, como se sabe, se conoció el fallo de la Corte de La Haya sobre el increíble litigio que la Argentina mantuvo -¿y mantiene?- con Uruguay respecto de la pastera Botnia. "El fallo demuestra que teníamos razón", se cansó de repetir la Presidenta.

Pero la sentencia no ordenó el desmantelamiento de Botnia ni su relocalización. No le indicó a Uruguay ni siquiera una disculpa diplomática por no haber cumplido con el tratado bilateral sobre el río. Lo único que recomienda es que los países respeten, en el futuro, el pacto que Uruguay violó.

Es decir, se trata de una derrota en toda la línea. Hay que sazonar a la lógica con un exceso de imaginación para entender que eso supone darle la razón a los argumentos argentinos.
¿O esto implica, más bien, un derroche de candor?
¿Será la misma clase de ingenuidad por la que Kirchner denominó al corte del paso internacional como "causa nacional" en el 2006?

Rodolfo Terragno -que supo ser jefe de Gabinete y no por ello esgrimir su dialéctica en polémicas con modelos y vedettes- explicó que el fallo fue "absolutamente previsible". Y que la gente de Gualeguaychú no tiene "por qué saber de derecho internacional ni de química." Concluye en que la responsabilidad es de "algunos demagogos que le habían hecho creer a los gualeguaychenses que el Uruguay los estaba envenenando y ahora ellos oyen con desazón y perplejidad que no era así y que la justicia internacional le da la razón a Uruguay".

Le es difícil a una sociedad digerir las cosas cuando desde su cúspide se trata de venderle, y con tanta hipocresía, gato por liebre.
Y no es ideológico: les pasa a los italianos, cuando Berlusconi jura que la mafia es un invento de los medios o a los bolivianos, cuando Evo les informa que comer pollo los transformará en abominables homosexuales.

Todo más fácil cuando se tiene un trato más o menos frecuente con la verdad. Estos indigestos matetes no suelen desencadenarse si se apela a alguna clase -no victoriana- de moral.

Fuente: Clarín

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