Buscan a la desesperada en el baúl de los recuerdos a una Karina apolillada con acento sevillano
Como si fueran tambores lejanos que, si no amenazan guerra, sí que comportan dolor de cabeza. Puro ruido, ruido antiguo, ruido de viejo ruido anquilosado en los recovecos de la memoria, allí donde guardamos recuerdos antipáticos. Generalmente son ruidos que vuelven a casa por elecciones, émulos de los retornos navideños, pero sin turrón bajo el brazo. Arrían velas las campañas electorales y, zas, retornan los viejos acentos, incorporados a las viejas lenguas de los líderes de antaño.
Esta extraña necesidad de arroparse por los padroni de sus partidos, los mitos oxidados de las cuitas de otras glorias. El PSC tiene especial debilidad por esa táctica electoral, quizás porque nunca fue capaz de madurar freudianamente matando al padre PSOE. Y así, por arte de vacío de ideas, aparece por los entarimados catalanes el lejano caballero del final del socialismo más glorioso, Felipe González, que llega, mitinea con el palo y la zanahoria –un guiño por aquí, un riño por allá– y retorna por sus anchas a sus anchas Castillas. Escuchando las amonestaciones que le da en el cogote a Montilla por lo del "exceso de ruido" del tripartito, una tiene la impresión de que el mejor arte de todo ex presidente es no tener memoria. ¡Exceso de ruido! Cierto, el tripartito ha sido ruidoso, pesado, demasiado ineficaz e innecesariamente aparatoso. Pero que venga Felipe, el hombre que protagonizó el final más patético de una legislatura socialista, y cuyos desmanes y escándalos salpicaron la credibilidad, destruyeron la autoestima y devoraron los votos del socialismo español, que venga y hable de ruido es un gran sarcasmo. ¡Pero si este hombre acaba de confesar que, cuando era presidente, se planteó convertirse en Dios, defecar en la ley y matar a toda la cúpula de ETA! ¿Nunca supo que esa duda no la puede tener el presidente de un país democrático? Y fue el presidente de los escándalos de corrupción más aparatosos que se han vivido desde una presidencia, arrastrando a los suyos a la trágica escena de ver como ganaba un líder sin carisma y con bigote llamado José María Aznar.
Es cierto que hay dos Felipes, y el primero fue glorioso. Pero la cara oscura de la luna de Felipe es más reciente que su cara luminosa, y ambas dos configuran un personaje político que está fantásticamente bien haciendo libros y disfrutando de una jubilación dorada. Recuperarlo para la campaña catalana es tanto como reconocer que lo tienen todo perdido y que, perdidas las esperanzas, rebuscan por el baúl de los recuerdos a la desesperada de encontrar alguna Karina apolillada con acento sevillano. ¿Lo necesita Montilla? ¿Realmente necesita que un amortizado Felipe le salve de su naufragio? "Una situación se convierte en desesperada cuando empiezas a pensar que es desesperada", dijo Willy Brandt, y cuando eso ocurre se cometen los errores. Es entonces cuando vuelven los Felipes
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