Edurne Uriarte
Fuente: ABC.es
Estado de alarma o estado de chantaje es la disyuntiva que debería supeditar las dudas de la oposición sobre la prorrogación.
Estado de alarma o estado de chantaje. Es la disyuntiva, me temo, a día de hoy y a ella deberían quedar supeditadas las dudas políticas de la oposición sobre la decisión de la prorrogación del estado de alarma.
Y es que si hay algo que Blanco dejó bien clarificado ayer es la naturaleza del estado de chantaje permanente en que ha vivido el Estado desde hace muchos años. Y la falta de cambios en la actitud de los controladores que permitan asegurar su fin.
Porque éste es un problema de leyes pero es, sobre todo, un problema de actitudes. Cultivadas por unos y por otros. Por los controladores, «embriagados», como muy bien definió Blanco, por tantos años de concesiones y la convicción de que podían poner de rodillas al Estado con los pasajeros como rehenes. Y por los sucesivos gobiernos y ministros del ramo que han hecho esas concesiones y han permitido la aberración de ese estatus increíblemente abusivo de los controladores.
Lo más extraordinario de este asunto es que hayamos tenido que esperar a 2010 para que un ministro, Blanco, en este caso, se haya decidido a coger el toro por los cuernos. En buena medida, por una perversión política cultivada con pasión por todos los partidos consistente en pedir soluciones como sea y al coste que sea. En este caso, al coste del chantaje que sea, con tal de que se acabe el problema. Y al que han cedido uno tras otro todos los gobiernos y ministros correspondientes.
Es el dilema de nuevo, si se acaba con el problema como sea, es decir, con las concesiones exigidas por los controladores y con la paz de los privilegios y de los abusos o si se acaba con el problema de una forma éticamente presentable para el Estado.
Para eso hace falta tiempo, incluido el estado de alarma, hacen falta alternativas, no quedaron claras ayer, y, sobre todo, hace falta voluntad política. Del Gobierno y de la oposición.
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