Laura Campmany /ABC.es
Aunque soy una persona pacífica, y acaso buena, tengo en mis venas «gotas de sangre jacobina», como el poeta.
Así es que bienvenidas sean algunas revoluciones, como la de los jazmines, o la de los papiros, o las de otros jardines, pongamos que Jordania o Irán, si han reventado, como flores de invierno, para traer la justicia y engordar los salarios, tan flacos por aquellos desiertos y verduras como un perro pulgoso.
Bienvenidas sean, ya digo, aunque se cobren su precio de ira y dolor, si al final logran, como el parto de los montes, dar a luz a ese ratón minúsculo e imprescindible llamado democracia.
Como basta tener dos equis en la quiniela del cromosoma, sin más apuestas, para darse cuenta de que una de las deficiencias del mundo islámico es el respeto de los derechos de la mujer, yo a medida que avanzan o culminan estas revoluciones en cascada a las que estamos asistiendo en directo me pregunto si la libertad que reclaman se materializará también en un principio de igualdad.
Esperemos que este viento que está limpiando el aire de Oriente no lo arrimen a su vela ciertos hermanos musulmanes, sino ellas, nuestras hermanas musulmanas, a su ominoso velo.
Porque las mujeres, caballeros, somos distintas a ustedes —salta a la vista—, pero no inferiores.
Hombre, a veces estamos mal representadas, como nos ocurre con la ministra Pajín, que creo que ha sido el hazmerreír de la ceremonia de los Goya, pero a cualquier sexo se le escapa una Leire.
Por lo demás, créanme que estamos hartas de llevarnos siempre el premio a la mejor actriz secundaria por nuestro papel de esposa sumisa.
En Occidente, «globally speaking», ya no solemos estar nominadas, pero en el resto del planeta seguimos acumulando estatuillas.
Ha llegado el momento de quemarlas.
Ahora o nunca...
Boletín Info-RIES nº 1102
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*Ya pueden disponer del último boletín de la **Red Iberoamericana de
Estudio de las Sectas (RIES), Info-RIES**. En este caso les ofrecemos un
monográfico ...
Hace 3 meses
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