"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 3 de abril de 2011

El triunfalismo de Cristina

Euforia. El Gobierno quiere instalar la sensación de que "ya ganó" las elecciones.

Por James Neilson  / Revista NOTICIAS


Ilustración: Pablo Temes.

Dijo el norteamericano Thomas Jefferson que el precio de la libertad es la vigilancia eterna.
También lo es de la convivencia democrática.
A menos que el gobierno de turno esté dispuesto a reaccionar con firmeza frente a las amenazas a los valores propios del orden democrático, conflictos brotarán por doquier y en un lapso muy breve la paz social hará lugar a la anarquía.

Es que en todas las sociedades, incluyendo a las más tolerantes, abundan personajes que en ciertas circunstancias no vacilarían en transformarse en militantes implacables de alguna que otra ortodoxia autoritaria.
De difundirse la idea de que pueda justificarse la violencia politizada, miles de ciudadanos de apariencia tranquila se transformarán casi instantáneamente en vengadores furibundos resueltos a castigar a los enemigos de la única fe verdadera.
En la Argentina, personas de este tipo están esperando una señal de que, por fin, ha llegado a su fin la etapa aburrida y prolongada en que, con muy escasas excepciones, los dirigentes políticos daban a entender que se sentían comprometidos con la pusilánime legalidad burguesa.

He aquí la razón principal por la que ha motivado tanta alarma la actitud ambigua que fue asumida por la presidenta Cristina Fernández, la ministra de Seguridad Nilda Garré y otros funcionarios del Gobierno frente al bloqueo de los matutinos Clarín y La Nación.
No avalaron el accionar de una cincuentena de sindicalistas, entre ellos camioneros leales a más no poder a su caudillo, Hugo Moyano, pero tampoco lo condenaron.

Antes bien, procuraron hacer pensar que solo se trataba de una protesta laboral rutinaria que no debería preocupar a nadie.
De este modo, enviaron un mensaje a quienes simpatizan con los kirchneristas en su guerra santa contra la prensa crítica y quieren participar activamente de ella, diciéndoles que pueden censurar, escrachar y perseguir con la más absoluta impunidad a periodistas sindicados como enemigos mortales del “proyecto” supuestamente en marcha.
Lo comprenda o no Cristina, un gobierno que es reacio a hacer cumplir la ley es cómplice de quienes la violan.

A partir de la muerte de Néstor Kirchner, se ha hablado mucho de su metamorfosis póstuma en héroe de un incipiente movimiento de jóvenes que, como sus abuelos que se las habían ingeniado para convencerse de que Juan Domingo Perón, amigo de tiranos como el paraguayo Alfredo Stroessner, el venezolano Marcos Pérez Jiménez, el dominicano Rafael Trujillo y el caudillo de España por Gracia de Dios, Francisco Franco, era en verdad un revolucionario cuasi marxista, ven en él un líder mítico, un “eternauta” que desde el más allá seguirá guiando al pueblo argentino a través del océano del tiempo.
Sin duda exageran los entusiasmados por el fenómeno que dicen haber detectado, pero parecería que en el entorno familiar de Cristina hay quienes lo toman muy en serio.

Asimismo, hay una multitud de agrupaciones extremistas que no pueden sino sentirse estimuladas por la noción de que el país esté por transformarse en un campo de batalla en que los buenos, ellos, combatirán contra los malos, es decir, contra los integrantes de un aglomerado infame de militaristas, neoliberales, periodistas venales, agricultores oligarcas, traidores al servicio del imperialismo de Barack Obama y otras alimañas además, claro está, de los gorilas de siempre.
Para contestatarios habitualmente marginados, el que gente vinculada con el Gobierno haya adoptado una postura belicosa contra tales representantes del mal, equivaldrá a una invitación irresistible a sumarse a la lucha.

Pues bien: ya han transcurrido casi ocho años desde que los Kirchner sentaron sus reales en la Casa Rosada y Olivos.
De acuerdo común, pronto lograron erigirse en los gobernantes más poderosos del período democrático que se inició en diciembre de 1983, pero tal detalle no ha sido óbice para que tanto Néstor Kirchner como Cristina hayan seguido hablando como opositores al poder presuntamente auténtico, a una especie de gobierno secreto conformado por una banda de reaccionarios miserables que, por razones inconfesables, están decididos a mantener pobres a los argentinos.
Se trata de una forma muy eficaz de culpar a otros por la persistencia de lacras sociales que un gobierno genuinamente progresista ya hubiera eliminado o, por lo menos, atenuado.

La retórica opositora de Cristina no es incompatible con el triunfalismo.
Aunque a la Presidenta le encanta desempeñar el papel de víctima de una vil conspiración planetaria –en una ocasión, acusó al “mundo” de ser responsable de un revés pasajero–, con la ayuda de sus colaboradores más estrechos está procurando hacer pensar que las elecciones previstas para octubre serán solo un trámite engorroso puesto que “ya ganó”.

Puede que sea un tanto prematuro dar por descontado que, si Cristina finalmente formalice su candidatura, arrasará en el cuarto oscuro, pero los oficialistas, conscientes de que muchos votantes querrán apostar al ganador o a la ganadora, están esforzándose por crear la sensación de que todo está dicho.

Como estratagema, la maniobra así supuesta tiene sus méritos, pero podría resultar contraproducente.
Por cierto, la militancia cada vez más agresiva de los deseosos de participar de una lucha como las de antes no la ayudará a conservar el apoyo de los independientes titubeantes de la clase media urbana que, a juzgar por las encuestas, se han reconciliado con Cristina, perdonándole los excesos a veces grotescos que cometió en su campaña contra el campo.

De contagiarse los muchachos de La Cámpora, los piqueteros oficialistas y otros de conducta parecida del triunfalismo que están procurando generar los ultras, la eventual proliferación de episodios como los del Parque Indoamericano y del bloqueo a Clarín y La Nación podría costarle muy caro.

Mal que les pese a los persuadidos de que Cristina está encabezando una versión local de la desopilante revolución bolivariana del amigo Hugo Chávez, lo último que quiere la clase media es prestarse a un remake de la truculenta aventura protagonizada por los montoneros, aun cuando en esta ocasión no supusiera el asesinato sistemático de los supuestos enemigos de la Patria.

Sea como fuere, es de suponer que en los meses próximos las distintas facciones del rejunte opositor seguirán depurando sus listas de presuntos presidenciables hasta que queden dos o tres con posibilidades reales y que uno logrará destacarse, lo que posibilitaría la polarización del electorado.
Siempre y cuando “la alternativa” a Cristina resultara convincente, en tal caso el panorama se modificaría por completo, sobre todo si para entonces los militantes oficialistas se las han arreglado para sembrar el miedo.

Por lo demás, el triunfalismo desmedido que se ha apoderado del kirchnerismo podría tener consecuencias económicas muy negativas.
En un clima caracterizado por la agitación social agravada por la sospecha de que el país está en vísperas de cambios importantes, muchos sindicatos se sentirán tentados a sacar provecho de una oportunidad para reclamar aumentos salariales llamativamente mayores al 30 o 40 por ciento que ya está de moda.

Asimismo, aunque Moyano necesita contar con el apoyo de Cristina para defenderlo contra fiscales suizos y sus émulos en potencia autóctonos, no puede correr el riesgo de separarse demasiado de sindicalistas impresionados por “la inflación del supermercado” que están pidiendo aumentos suficientes como para conservar el poder de compra de los salarios de los afiliados.

Para complicar todavía más la situación, la Presidenta quiere que el boom de consumo que se ha desatado dure al menos hasta octubre.
No presta atención a quienes la advierten que tarde o temprano la economía sobrecalentada estallará.

Parecería que Cristina ha hecho suya la consigna atribuida a Madame de Pompadour, “después de nosotros, el diluvio”, lo que es un tanto extraño por parte de alguien que, es de suponer, espera permanecer en el poder hasta fines del 2015.

Ni siquiera los más optimistas pueden creer que, una vez terminada la campaña electoral, se esfumará la amenaza inflacionaria que pende sobre el país.

Casi cuarenta años atrás, la Argentina fue desgarrada por el conflicto entre las dos alas del peronismo,
. la sindical representada hoy en día por hombres como Moyano cuya ideología personal, por calificarlo de algún modo, no ha cambiado,
. y la “progresista” armada de quienes rodeaban a Héctor Cámpora con la esperanza de que el ya anciano Perón comprendiera que en el fondo eran aún más peronistas que los compañeros de la vieja guardia.

Los dos extremos, uno netamente derechista y otro comprometido con un izquierdismo sui generis de rasgos igualmente fascistas, han convergido en el kirchnerismo.

¿Mantendrán hasta las elecciones la alianza que han sellado?
No es demasiado probable.

Los cristinistas más fervientes, animados por las encuestas de opinión y por lo que sucedió en Catamarca y Chubut, creen poder prescindir de la presencia antipática de Moyano y sus pesados, mientras que estos desconfían de funcionarios próximos a la Presidenta que suponen plenamente capaces de entregarlos a la Justicia.

Se trata, pues, de una alianza precaria que podría quebrarse en cualquier momento tal y como ocurrió en la primera mitad de la década de los setenta.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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