Mario Vargas Llosa
MARBELLA.-
El segundo hombre fuerte de Venezuela, Diosdado Cabello, enfurecido porque,
debido a la vertiginosa inflación que azota a su patria, el bolívar ha
desaparecido de la circulación y los venezolanos solo compran y venden en
dólares, ha pedido a sus compatriotas que recurran al "trueque" para
desterrar del país de una vez por todas la moneda imperialista.
Es
seguro que los desdichados venezolanos no le van a hacer el menor caso, porque la dolarización del comercio no es
un acto gratuito ni una libre elección, como cree el dirigente chavista,
sino la única manera como los venezolanos pueden saber el valor real de las
cosas en un país donde la moneda nacional se devalúa a cada instante por la
pavorosa inflación -la más alta del mundo- a la que han llevado a Venezuela sus irresponsables dirigentes multiplicando el
gasto público e imprimiendo moneda sin respaldo.
La
alusión al trueque de Cabello es una diáfana indicación de ese retorno a la
barbarie que vive Venezuela desde que, en un acto de ceguera colectiva, el
pueblo venezolano llevó al poder al comandante Chávez.
El trueque es la
forma más primitiva del comercio, aquellos intercambios que realizaban
nuestros remotos ancestros y que algunos pensadores, como Hayek, consideran el
primer paso que dieron los hombres de las cavernas hacia la civilización.
Desde
luego, comerciar es mucho más civilizado que entre matarse a garrotazos como
hacían hasta entonces las tribus, pero yo tengo la sospecha de que el acto decisivo para la des animalización
del ser humano ocurrió antes del comercio, cuando nuestros antecesores se
reunían en la caverna primitiva, alrededor de una fogata, para contarse
cuentos.
Esas
fantasías los desagraviaban del espanto en que vivían, temerosos de la fiera,
del relámpago y de los peores depredadores, las otras tribus.
Las
ficciones les daban la ilusión y el apetito de una vida mejor que aquella que
vivían y de allí nació tal vez el impulso primero hacia el progreso que, siglos
más tarde, nos llevaría a las estrellas.
En este largo
tránsito, el comercio desempeñó un papel principal y buena parte del progreso
humano se debe a él.
Pero
es un gran error creer que salir de la barbarie y llegar a la civilización es
un proceso fatídico e inevitable.
La mejor
demostración de que los pueblos pueden, también, retroceder de la civilización
a la barbarie es lo que ocurre precisamente en Venezuela.
Es,
en potencia, uno de los países más ricos del mundo, y cuando yo era niño
millones de personas iban allá a buscar trabajo, a hacer negocios y en busca de
oportunidades.
Era,
también, un país que parecía haber dejado atrás las dictaduras militares, la gran peste de la América Latina de entonces.
Es
verdad que la democracia venezolana era imperfecta (todas lo son), pero, pese a ello, el país prosperaba a un ritmo
sostenido.
La demagogia, el
populismo y el socialismo, parientes muy próximos, la han retrocedido a una forma
de barbarie que no tiene antecedentes en la historia de América Latina y acaso
del mundo.
Lo
que ha hecho con Venezuela el "socialismo del siglo XXI" es uno de
los peores cataclismos de la historia.
Y
no solo me refiero a los más de cuatro millones de venezolanos que han huido
del país para no morirse de hambre…
También
a los robos cuantiosos con los que la supuesta revolución ha enriquecido a un
puñado de militares y dirigentes chavistas, cuyas gigantescas fortunas han
fugado y se refugian ahora en aquellos países capitalistas contra los que
claman a diario Maduro, Cabello y compañía.
Las últimas
noticias que se han publicado en Europa sobre Venezuela muestran que la
barbarización del país adopta un ritmo frenético.
Las
organizaciones de derechos humanos dicen que hay 501 presos políticos
reconocidos por el régimen y, pese a ello, se hallan aislados y sometidos a
torturas sistemáticas.
La
represión crece con la impopularidad del régimen.
Los
cuerpos de represión se multiplican y el último en aparecer ahora opera en los
barrios marginales, antiguas ciudadelas del chavismo y, debido a la falta de
trabajo y la caída brutal de los niveles de vida, convertidos en sus peores
enemigos.
Las
golpizas y los asesinatos a mansalva son incontables y quieren, sobre todo,
mediante el terror, apuntalar al régimen.
En
verdad, consiguen aumentar el descontento y el odio hacia el gobierno.
Pero
no importa.
El modelo de
Venezuela es Cuba:
Un
país sonámbulo y petrificado, resignado a su suerte, que ofrece playas y sol a
los turistas, y que se ha quedado fuera de la historia.
Por
desgracia, no solo Venezuela retorna a la barbarie.
La
Argentina podría imitarla si los argentinos repiten la locura furiosa de esas
elecciones primarias en las que repudiaron a Macri y dieron quince puntos de
ventaja a la pareja Fernández-Kirchner.
¿La explicación
de este desvarío?
La
crisis económica que el gobierno de Macri no alcanzó a resolver y que ha
duplicado la inflación que asolaba a la Argentina durante el mandato anterior.
¿Qué
falló?
Yo
pienso que el llamado "gradualismo", el empeño del equipo de Macri en
no exigir más sacrificios a un pueblo extenuado por los desmanes de los
Kirchner. Pero no resultó; más bien, ahora los sufridos argentinos
responsabilizan al actual gobierno -probablemente
el más competente y honrado que ha tenido el país en mucho tiempo- de las
consecuencias del populismo frenético que arruinó al único país latinoamericano
que había conseguido dejar atrás el subdesarrollo y que, gracias a Perón y al
peronismo, regresó a él con empeñoso entusiasmo
La
barbarie se enseñorea también en Nicaragua, donde el comandante Ortega y su
esposa, después de haber masacrado a una valerosa oposición popular, ha
retornado para reprimir y asesinar opositores gracias a unas fuerzas armadas
"sandinistas" que se parecen ya, como dos gotas de agua, a las que
permitieron a Somoza robar y diezmar aquel infortunado país.
Evo
Morales, en Bolivia, se dispone a ser reelegido por cuarta vez presidente de la
república.
Hizo
una consulta para ver si el pueblo boliviano quería que él fuera de nuevo
candidato…
La respuesta fue
un no rotundo.
Pero
a él no le importa.
Ha
declarado que el derecho a ser candidato es democrático y se dispone a
eternizarse en el poder gracias a unas elecciones manufacturadas a la manera
venezolana.
¿Y
qué decir de México?
Eligió
abrumadoramente a López Obrador, en unas elecciones legítimas, y en el país
prosiguen los asesinatos de periodistas y mujeres a un ritmo aterrador.
El populismo
comienza a carcomer una economía que, pese a la corrupción del gobierno
anterior, parecía bien orientada.
Es
verdad que hay países como Chile, que, a diferencia de los ya mencionados,
progresa a pasos de gigante, y otros, como Colombia, donde la democracia
funciona y parece hacer avances pese a todas las deficiencias del llamado
"proceso de paz".
Brasil
es un caso aparte.
La
elección de Bolsonaro fue recibida en el mundo entero con espanto, por sus
salidas de tono demagógicas y sus alegatos militaristas.
La
explicación de ese triunfo fue la gran corrupción de los gobiernos de Lula y
Dilma Rousseff, que indignó al pueblo brasileño y lo llevó a votar por una
tendencia contraria, no una claudicación democrática.
Desde luego,
sería terrible para América Latina que también el gigante brasileño comenzara
el retorno a la barbarie.
Pero
no ha ocurrido todavía y mucho dependerá de lo que haga el mundo entero, y,
sobre todo, la América Latina democrática para impedirlo.
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