"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 30 de julio de 2011

ARGENTINISMOS - Martín Caparrós

Setentismo

sus. mas. sing., argentinismo: actitud política o cultural basada en la nostalgia de los movimientos políticos predominantes en la izquierda argentina entre 1969 y 1976.
2.: denuesto dirigido a descalificar esa actitud.

Me gustaría saber cómo fue que un hombre que, a lo largo de décadas de vida pública -e incluso su día culminante- no les había prestado ninguna atención particular, decidió de pronto que convertiría a los años setentas en uno de los apoyos simbólicos decisivos de su gobierno. Es cierto que, para eso, primero tuvo que reescribir -también- aquella historia: para poder ser “setentista” debía empezar por reinventar los setentas. Está claro en una entrevista rara que el presidente concedió a un Héctor Timerman, de la revista Debate, en abril de 2004, poco después del famoso descuelgue: “Yo estoy definido ideológicamente desde el primer día de mi militancia política, allá por los años setenta, cuando desde una participación política activa, creí que la Argentina se podía cambiar, creí en un proyecto popular, con consenso, en una democracia con equidad, con justicia, con dignidad. Creí que era posible construir un país distinto” -decía el doctor Kirchner, y convertía “la patria socialista” de los jóvenes montoneros en “un país distinto” y “la toma armada del poder” para la construcción de ese socialismo en “una democracia con equidad, con justicia, con dignidad”.

Lo cierto es que, poco a poco, grandes sectores de la población se convencieron de que el gobierno del doctor Kirchner implicaba una continuidad con las organizaciones revolucionarias de los setentas. No era difícil convencerse, en la medida en que él solía insistir en eso -y allí empezó el gran cambio en la lectura de los setentas: en la Memoria. Unos meses más tarde, por ejemplo, el doctor fue a un pueblo de la provincia de Buenos Aires que se llama Vedia a entregar unas becas, pensiones y financiamiento de obras, y dijo que conocía a varios militantes montoneros -dijo, usando la terminología Nunca más, “a varios desaparecidos”- oriundos de allí:

-No me vean a mí cuando me miren, véanlos a ellos, yo soy un simple instrumento.

Dijo, tratando de transmutarse una vez más o definiendo, con precisión innecesaria, su jugada: esconderse detrás de esos muchachos, usar esa memoria para producir una imagen falseada: no me vean a mí cuando me miren, véanlos a ellos. ¿Por qué no habrían de verlo a él? Porque él estaba haciendo lo que ellos querían, dijo:

- Hablábamos entre nosotros sobre cómo íbamos a hacer un país más justo, un país mejor.

Les dijo el doctor Kirchner a los familiares de aquellos muchachos.

- Pero cuando soñábamos, no imaginábamos que yo iba a venir como presidente a cumplir con lo que ellos hubieran querido para Vedia.

Dijo, refiriéndose a esas becas, pensiones y dineros que fue a llevar al pueblo. Era insultante, con perdón: sus amigos habían muerto peleando por el socialismo, porque no hubiera ricos y pobres, y él decía que lo que ellos “habrían querido para Vedia” eran unas monedas. Era indignante y me indignó: “Kirchner, no les tome el pelo, por favor, pobres muchachos: gracias a los militares ellos no pueden defenderse, pero usted no se aproveche”, escribí entonces. Y lo cito porque me sigue pareciendo un buen ejemplo -uno entre tantos, una muestra perfecta- del uso kirchnerista de los setentas: la distorsión de sus ideas y voluntades políticas para tratar de legitimar los actos de un gobierno que, como bien lo definió el doctor en su campaña presidencial, sólo quería construir “un país normal”. Lo cual no es un proyecto bueno o malo en sí, sólo materia de debate; lo insultante es querer presentarlo como un proceso de cambio cuasi revolucionario.

Es cierto que el mero discurso era un poco pobre: cualquiera que se tomara el trabajo de confrontar las políticas de este gobierno con los “sueños” de aquellos militantes vería la enorme diferencia -que iba mucho más allá de las diferencias de etapa y de contexto: suponía ideologías completamente diferentes. Por eso, el discurso setentista no habría funcionado si el gobierno no hubiese podido alistar, para legitimarlo, a ciertos sectores de prestigio indiscutido: básicamente, una parte importante de las Madres de Plaza de Mayo. El argumento era fácil: “Si las Madres lo apoyan, ¿quién soy yo -sobreentendido: quién sos vos- para negarlo?”. Fácil, en el sentido de falaz -que no siempre es lo mismo.

Es difícil discutir a las Madres de Plaza de Mayo: con su valentía se ganaron un lugar que parece indiscutible. Pero una cosa es respetar esa valentía, esa pelea que dieron cuando nadie se atrevía, y otra muy distinta adjudicarles la voz de sus hijos muertos: suponer que, cuando hablan, dicen lo que esos militantes habrían dicho. Nadie sabe lo que “habrían dicho”. Pasaron muchas cosas, muchos años, muchos cambios, y es casi imposible suponerlo. Pero, así como yo no lo puedo suponer, tampoco pueden suponerlo la señora Bonafini ni la doctora Fernández, supongo. Y lo que sí está claro es que lo que realmente decían -no lo que habrían dicho sino lo que decían entonces- no tiene nada que ver con lo que hace este gobierno: absolutamente nada que ver.

El mero discurso setentista era un poco pobre, y seguramente tampoco habría prendido si no le hubiera servido a los enemigos del gobierno para atacarlo, para negarle legitimidad. Más allá de exabruptos como los del general Luciano Benjamín Menéndez, que dijo en cada uno de sus juicios que “los guerrilleros del setenta están hoy en el poder”, la prensa más conservadora, tipo La Nación, retomó el sonsonete y lo elevó a la categoría de certeza. Allí aparece -con perdón de los juicios de intenciones- otra de mis dudas: es obvio que, para el gobierno, usar el discurso setentista no es pura ganancia: también lo enfrenta a ciertos sectores de la población. A muchos menos, por supuesto, que los que se molestarían si no hubiera existido esa reescritura previa del proyecto setentista -el “país mejor” en lugar de la “patria socialista”- pero, aun así, a muchas personas. Lo cual me hace pensar que debió haber, en el principio, algo más que cálculo, pura astucia taimada. Pero esa comprobación no acerca sus realidades a los “sueños setentistas”.

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