Por Carlos Manuel Acuña para el Informador Público
El humor de los porteños, y de los argentinos en general, suele aparecer especialmente en los momentos más críticos y difíciles y, en cierta medida, se lo puede explicar como un mecanismo de defensa, un escapismo ante la inexorable circunstancia por la que se transita.
En épocas radicales -éstos siempre tan circunspectos- cuando era presidente Don Hipólito Yrigoyen, ellos debieron soportar la filosa e incisiva pluma de quienes escribían en La Fronda, el periódico que dirigía don Pancho Uriburu, que se hizo célebre en una época de divergencias pero de respeto a la creatividad intelectual.
En ese entonces, esa creatividad existía con amplitud y una gracia perdurable.
Así, hoy, como una señal alentadora en medio de tanta degradación, resurgió parte de ese humor siempre rápido en encontrar apodos para quienes desempeñan roles públicos y, sobre todo, políticos.
Cómo la época en que vivimos es decadente, ese humor resulta poco abundante y explica el ánimo depresivo que se ha impuesto en la vida cotidiana.
Sin embargo, algunas expresiones reproducibles -pues también hay de las otras, proporcionales a la percepción que se tiene de la tragedia que vive la República- vamos a detenernos en una de ellas, que resume el sentir de la sociedad.
Así, se dice que la Presidente se ha transformado en una verdadera Reina poco dispuesta a discutir sus decisiones y mucho menos a trabajar en equipo, un tema que se las trae, por el disgusto que se extiende entre las filas del peronismo, poco dispuesto a ser desplazado de las boletas electorales por jóvenes desconocidos que, además, nada conocen de las complejas alternativas no siempre limpias de toda vida partidaria y de los entretelones del poder.
Hace poco -más exactamente el domingo que siguió a la curiosa e inédita ceremonia de la imposición de los elegidos por la mano directriz de Cristina Fernández de Kirchner- destacamos las consecuencias de ese acto y mencionamos las derivaciones que tendría para el futuro de la Reina, transformada de un día para otro de doliente viuda en una viuda alegre y divertida.
La contraparte de ese novedoso estado de ánimo en quien siempre se mostró hosca y altiva tuvo de inmediato su explicación: a partir de su exclusiva voluntad, eligió a su Amado Boudou como flamante candidato a la vicepresidencia de la República. Amado ya es su compañero de fórmula y, como ministro de Economía, también se desempeña como promotor electoral.
Rápido, desde el indignado ámbito partidario del Justicialismo, alguien, con buena cultura musical y memoria cinematográfica, recordó la exitosa trayectoria internacional que en esta disciplina alcanzó el actor argentino Fernando Lamas, un apuesto galán que dejó su huella en Hollywood y, por qué no decirlo, en los sensibles corazones de muchas jovencitas de la época.
Lamas, con su rubio pelo ligeramente desordenado y su sonrisa siempre lista, su mirada alegre y estilo mezcla de suficiencia y vocación de triunfo, despertó suspiros y alentó imaginarias situaciones.
Una de las obras en que se destacó fue, precisamente, La viuda alegre, una película que proyectó la opereta de ese nombre junto con Lana Turner, hoy rescatada del olvido por viejas fotografías que recuerdan el romanticismo de la época.
El personaje que encarnaba el apuesto Fernando Lamas era el del Príncipe Danilo, el héroe destinado a rescatar a Turner, la célebre actriz perdida en la memoria de los tiempos.
Estos comentarios son para consignar una obviedad: ahora el rockero guitarrista Boudou fue rescatado para la posteridad gracias a la picaresca popular, como el Príncipe Danilo, el cantor de la opereta cuyo autor nunca imaginó que sería recordado en la vida política de una ex república sudamericana.
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Boletín Info-RIES nº 1102
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Hace 1 mes
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