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Caricatura de Alfredo Sabat

martes, 13 de septiembre de 2011

¿Por qué un gobierno impopular gana elecciones?

Por Enrique Arenz
Fuente: Fundación ATLAS 1853

Los escritores tenemos la compulsión de acercarnos a personas desconocidas con la intención impertinente de desnudar sentimientos ocultos, escudriñar psicologías extravagantes y develar creencias, miedos y fobias que jamás encontraríamos en los libros de sicolo­gía.
También buscamos la cantera de conversaciones ajenas escuchadas en un café, en un velatorio, en un colectivo y hasta con el oído apoyado en una pared indiscreta.
Lo hacemos para crear nuestros personajes y dar verosimilitud a las historias que estamos inventando.
Pues bien, después del inesperado resultado de las elecciones primarias del 14 de agosto, y apenas me repuse del mazazo recibido, quise utilizar mi gimnasia “entomológica” para tratar de averiguar por qué ese día inolvidable se produjo lo que se produjo.
Mis conclusiones son naturalmente discutibles y nada científicas.

Empezaré por decir que hasta las elecciones primarias Cristina Kirchner era tan impopular que los canales de televisión registraban una súbita caída de la audiencia cada vez que ella aparecía en la pantalla. Cualquier canillita nos decía que los diarios y revistas oficialistas casi no se vendían y sabíamos por IBOPE que el Canal 7, con excepción de las transmisiones del fútbol, mide siempre por debajo de los dos o tres puntos.
Sin embargo Cristina, para sorpresa de ella misma, ganó con la mitad más uno.
¿Qué pasó?


El problema de la inseguridad

Aunque con la muerte de Kirchner la imagen de la presidente pegó un salto impresionante (bien explicado por los sociólogos), ella nunca fue popular ni lo es ahora.
Al contrario: Cristina y su cohorte de aplaudidores, energúmenos que dan siempre la grotesca imagen de llevarse a todo el mundo por delante, siguen siendo el grupo político más antipático y detestado que ha tenido la Argentina en el poder desde el retorno de la democracia.
Apenas apoyado incondicionalmente por una minoría que en ningún caso supera el treinta por ciento de la población.

Sabemos que todas las encuestas han registrado siempre a la inseguridad como la preocupación prioritaria de la gente.
Y esa inseguridad es la cara del fracaso de un gobierno que nunca se interesó por resolverla y que llegó a decir que era una sensación instalada por los medios de comunicación.
La conmoción generalizada que ha provocado en todo el territorio nacional el secuestro y asesinato de la pequeña Candela, demuestra que los argentinos en su totalidad, votantes y no votantes de Cristina, seguimos profundamente preocupados y encolerizados por esta evidencia de mala praxis del gobierno ante la inseguridad creciente, palpable y dolorosamente comprobable día tras día con episodios cada vez más atroces e impunes, episodios en los que hasta se sospecha de complicidades policiales, judiciales y políticas.
Somos todos los habitantes de la Argentina, de todas las edades y de todas las clases sociales, los que nos sentimos vulnerables, totalmente desprotegidos e indefensos, ante una delincuencia cada vez más profesional, fría y salvaje.
Es decir, la consternación ciudadana ante la inseguridad no ha declinado en estos últimos años sino todo lo contrario: se ha incrementado.
Todos en la Argentina tenemos miedo.
Que nos secuestren, que nos sorprenda un tiroteo cruzado en la calle, que motochorros nos arrebaten la cartera y nos arrojen bajo las ruedas de un vehículo, que se nos metan en nuestra casa cuando entramos o sacamos el auto, o, lo peor de todo, que alguien nos llame a las cuatro de la mañana para anunciarnos la violación de una hija o la desaparición o muerte de un hijo, sobrino o nieto.

¿Y quiénes son los responsables de que vivamos en este estado de miedo permanente?
Sin ninguna duda la señora presidente, sus ministros, los legisladores y los gobernadores de las provincias. Ellos son los grandes culpables de, por lo menos, no haber podido o no haber sabido hacer nada ante este implacable tsunami delictivo.
No hay probablemente un solo argentino que no haya sufrido él mismo o algún familiar o amigo, un arrebato, un robo, una salidera, un asalto a mano armada, o cualquier otro acto violento donde la indefensa persona experimentó (y jamás lo olvidará) el vértigo de descubrir que, en un eterno minuto, su vida valió menos que la de una cucaracha.


“El nuestro es un pueblo indefenso, un pueblo triste” dijo en una homilía reciente el cardenal Bergoglio.

Y sin embargo Cristina ganó con el voto masivo de esas víctimas tristes e indefensas

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