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Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 19 de octubre de 2011

El canje del soldado Shalit

Editorial | La Vanguardia.es

ISRAEL recibió ayer, con un suspiro de alivio pero también con la preocupación por un posible recrudecimiento del terrorismo, al soldado Gilad Shalit, preso hace cinco años por las milicias de Hamas y que ha permanecido todo este tiempo en un subterráneo de Gaza. 
"El Estado de Israel no abandona nunca a sus soldados", justificó el primer ministro Netanyahu la víspera de la liberación, iniciativa con la que está de acuerdo una amplia mayoría de los israelíes (casi el 80%, según los sondeos), pero que también hace aumentar el temor a que algunos de los más de mil presos palestinos del canje acordado entre Tel Aviv y Hamas –ayer fueron liberados 477– se reintegren de nuevo en las milicias islamistas combatientes.
Israel, es cierto, no abandona nunca a sus soldados, hasta el punto de que incluso ha llegado a canjear presos palestinos por cadáveres israelíes. 
El caso Shalit, como el del piloto Ron Arad, abatido en 1986 sobre Líbano y del que aún no se sabe nada después de veinticinco años, tenía conmocionada a la sociedad israelí. 
Su rescate, y aún más sabiendo que estaba vivo, se había convertido en cuestión de Estado. 
Su presencia constante, con carteles en las calles y noticias en la prensa, ha obligado al Gobierno Netanyahu, con la posición en contra del ultraderechista ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, a negociar, pactar y entregar un triunfo a Hamas, el enemigo cuyo objetivo estatutario es destruir Israel. Además, el grupo islamista apoyado por Hizbulah e Irán tiene el favor de los árabes israelíes, o sea, los palestinos que viven en Israel, lo que aviva aún más el temor de la sociedad israelí. 
Pero para esta es más importante el rescate que la humillación que ha comportado negociar con el enemigo.
Para Hamas, cuyo crédito entre los palestinos se hallaba en fase de evidente declive no sólo en Cisjordania sino también en Gaza, es una bocanada de aire fresco: le permite rebajar las consecuencias políticas de la iniciativa del líder de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y de Al Fatah, Mahmud Abas, su otro gran adversario, de presentarse hace unas semanas ante la ONU para reivindicar el Estado palestino. 
Los dirigentes de Hamas recuerdan ahora, eufóricos, que Abas, "en cien años de negociaciones, no ha conseguido un acuerdo como este". 
Ciertamente, en Ramala, capital de Cisjordania que gobierna la ANP, hay preocupación por este canje, que obviamente no puede rechazar pero que se interpone de hecho como un nuevo obstáculo al proceso de paz que no acaba de arrancar. 
Una situación que no hace más que desmoralizar a las propias fuerzas de Al Fatah y a los palestinos que ahora ven como quienes tienen una posición más combativa contra Israel sacan partido, mientras que se siguen construyendo colonias judías en su territorio.
Con este acuerdo, ¿pretende el Gobierno de Netanyahu distraer la atención sobre el proceso de paz que le exige la comunidad internacional? 
¿La liberación de presos palestinos, muchos de ellos con graves delitos de sangre en sus manos, puede resquebrajar la complicada coalición del Gobierno israelí? 
No parece que esto segundo vaya a ocurrir porque Israel tiene una tradición de 30 años de canjes de prisioneros, aunque en esta ocasión la reacción emocional de los familiares de las víctimas ha sido muy potente. 
En cambio, Netanyahu sí puede argumentar, ahora más que nunca, que sentarse a negociar sólo con la ANP, y sin Hamas, resulta inoperante para la paz.

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