Por Justo J. Watson (*)
Es sabido desde hace siglos que los problemas
causados por el intervencionismo condujeron siempre a una escalada sin fin de
parches correctivos a cual más violentador y distorsivo, en la vana búsqueda de
un equilibrio que en verdad siempre estuvo (y sigue estando) al alcance del más
común de los sentidos.
Por ello ajustes y crisis financieras son, para
dirigistas argentinos de todo pelaje, las enemas y laxantes que cada tanto
deben ser aplicados al cuerpo social para que purgue, con dolor, algunas de sus
muy numerosas estupideces.
El
Estado es un verdadero socio bobo, muy activo en fabricarlas.
De manera muy especial es un socio de plomo para los
trabajadores asalariados que (junto a los extorsionados de subsidio/plan
mensual) constituyen su mayor sustento político.
El torniquete impositivo aplicado sobre este grupo
representa entre el 46 y el 51 % de sus sueldos brutos teóricos, si sumamos
IVA, tributos provinciales y municipales e impuestos al trabajo.
Por otra parte, los llamados “aportes y contribuciones”
sobre el trabajo representan nada menos que el 31 % del total de la recaudación
impositiva nacional.
En lugar de ir donde naturalmente debería (al
bolsillo familiar de cada empleado), ese dinero es desviado a usos -en opinión
de nuestros líderes- más apropiados para maximizar la riqueza social.
Haciendo las veces de regalos navideños -de nuestros
líderes, claro- hacia otras personas que, según parece, lo necesitan más.
Obsequios tales como un enorme déficit de aerolínea
pagado por
. quienes nunca viajaron en avión,
. un presupuesto universitario cargado sobre quienes
nunca pisaron una facultad,
. una (evitable) mega-cuenta por importación de
energía soportada por quienes casi no se calefaccionaron ni refrigeraron,
. una inflación del 25 % endosada a quienes
dependieron todo el año de un sueldo o un bonito lote de dinero efectivo en
sobreprecios del gasto estatal (“Madres” incluidas), merced a “arreglos” y
“yapas” conseguidos por nuestros sonrientes (cómo no) y prósperos funcionarios
públicos.
Alquimia redistributiva mediante, gran parte de
estos “regalos” acaban saliendo de los haberes de los asalariados.
Todos ciudadanos votantes que deberían asumir que
horrores como estos son sólo la punta del iceberg de lo que diaria e
individualmente deben costear, en el sombrío silencio de su incertidumbre.
¿No sería mejor que este socio igualitario oculto
tras los esbirros de la Afip, este vivillo invisible que ríe y respira en la
nuca de cada trabajador se llamara un poco a sosiego… y que dejara de obsequiar
dinero ajeno?
Y que cada uno ahorrara o gastara los dividendos
ganados con su esfuerzo como mejor le pareciera.
¿No sería acaso este un modelo menos retorcido para
incluir a más gente, aumentar el consumo popular, la demanda y finalmente la
producción generadora de más empleo y más exportaciones?
Adicionemos a esto otra idiotez mayúscula: la de
frenar mediante palos fiscales en la
rueda a una actividad como la producción agropecuaria, sin duda el rubro más
eficiente y con mayores ventajas comparativas de nuestra economía.
Y mal que le pese a nuestra Constitución, también el
más discriminado.
Una breve pincelada de historia aclarará lo anti
argentino del concepto “nacional y popular” sobre qué quitar a quién:
Se calcula en 110.000.000.000 (ciento diez mil
millones) de dólares la cantidad de dinero reinvertible extraído a este sector,
solamente desde el retorno de la democracia en 1983 y sólo por vía cambiaria (retenciones
y desdoblamientos)
Vale decir sin contar todos los demás impuestos,
comunes al resto de las actividades.
Es así como, inspirado en su ideología clientelar de
fortísimo sello anti productivo, el socio bobo decide aquí que, de cada 4
camiones de soja que salen de un potrero (por poner un ejemplo gráfico de
presión tributaria global), 3 se los lleve el gobierno “permitiendo” al dueño
del terreno, del capital, de la soja y del riesgo quedarse con el restante.
Es harto conocida la tendencia de los productores
agropecuarios a reinvertir sus ganancias mejorando sus propios emprendimientos
(zonales por fuerza)
Fácil es imaginar entonces el tremendo efecto
multiplicador que el derrame regional de esos 110 mil millones de dólares
hubiese causado en la actividad comercial y productiva de las ciudades y
pueblos del interior, sin excepción.
Súmesele a esto el efecto multiplicador de la
hipotética “devolución” de al menos parte del dinero quitado a aquellos sueldos
y retribuciones que mencionábamos al principio, propiedad de quienes no poseen
empresa alguna.
Imagínese entonces la explosión de consumo y
prosperidad en la que hubiera resultado esta doble sinergia positiva:
vislumbraremos así al otro país posible.
A la contracara de la moneda socialista con su
“amedrento, quito, me reparto y regalo”
Un país que, quitándose la venda de los ojos, vería
al Estado y sus jerarcas como lo que realmente son: “Una exitosa Corporación de Negocios Políticos”
Manejando un sistema filo-mafioso a medida (la
democracia populista no republicana) que los enriquece pisando, eso sí, sobre
la sangre de millones de infelices, dopados en el relato de ser “ciudadanos
libres de un país que progresa con equidad”.
No hay tal dentro del corrupto Mundo-Indec
peronista, donde el 90 % de lo que se ve… es tan mendaz como falso.
Caminamos a los empellones en un sistema de
clientelismo extorsivo bien aceitado.
Muy bien psicopateado con publicidad-basura,
leyes-basura y educación-basura.
Que consigue (hay que reconocerlo) que los mismos
desangrados voten pidiendo más y más látigo sobre… ¡sus propios desollados
lomos!
Las carcajadas del “socio” con sus amigotes
intelectuales del gulag, pseudo-empresarios cortesanos, oportunistas y vagos
conexos deben de oírse hasta el otro lado del Río de la Plata.
Es de lamentar que nuestra sociedad siga pensando en forma tradicional; conservadora en el peor de los sentidos, ya que no existe revolución ni cambio progre alguno dentro de la tríada:
Estado, Violencia y Dependencia que hoy nos identifica a fuego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario