Opinión / La Vanguardia.com
ALFREDO ABIÁN
Vicedirector
SI un día se despierta de buena mañana, enciende la radio y en el informativo de las 7 horas recibe una coz económica del calibre de que Grecia abandona el euro, ¿usted qué haría, además de tragar saliva?
Lo más probable es que iría al cajero o directamente a la ventanilla a sacar unos eurillos por si acaso.
No hace falta imaginarse qué harían nuestros vecinos portugueses, por no hablar de los italianos.
Los griegos ya se nos han adelantado, porque se calcula que han retirado casi un 30% de sus depósitos.
Mal presagio que se cayera Grecia del acrónimo
PIGS con que nos bautizó el Financial Times a los cuatro países europeos con un tejido económico más gorrino.
Además, pueden imaginarse lo fatal que seguiría sonando que, una vez caída la G, en lugar de cerdos nos renombraran como PIS.
Llevan más de tres años martirizándonos con el desastre heleno, con las calles de Atenas tomadas por amantes del cóctel molotov de izquierdas extremas varias, incluida la anarquista, y encapuchados de derechas descarriadas.
No basta que cada país señalado como candidato a paria padezca sus respectivas dosis de ajuste, sino que hay que cebarse en Grecia.
Dicen que apenas un 3% del PIB de la Unión Europea.
Para que se sitúen, lo que vendría a suponer Aragón respecto a España.
Pero ahí los tenemos.
Como escarmiento del que tomar ejemplo, como seguros pobres a tiempo completo durante varias décadas.
No basta con que te reformen hasta la respiración; hay que amenazar con convertirte las monedas de euro en miserables dracmas o pesetillas.
Aunque Europa, en su inmensa magnanimidad, seguirá legislando para todos y prohibiendo, tanto a pudientes como a las ruinas humanas que duerman en las aceras, que se endeuden y que mendiguen por las grandes avenidas.
Ya vale...
¡Por favor!
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