"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 2 de marzo de 2012

Desactivando malvados

Por Justo J. Watson (*)

El libertarianismo es, en materia de teoría política y social contemporánea, la corriente que despierta un interés más profundo en politólogos y círculos humanistas avanzados, la iniciativa más revolucionaria y la de mayor futuro a largo plazo.

Analizando el origen de la moderna teoría libertaria, ya el economista y filósofo francés Guy Sorman en su libro de 1989 Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo, identificaba a su inspirador, el también economista y catedrático norteamericano Murray Rothbard (1926 – 1995) como “hombre bisagra”.
Una de esas mentes excepcionales cuyas ideas están destinadas a dividir al mundo en un antes y un después de su irrupción.

Si bien las ideas-base libertarias no han sido puestas en práctica en épocas recientes (sí en el pasado y con resultados notables), no hay duda de que están hoy en el radar social.

Tanto el publicitado discurso de su actual representante en la carrera por la nominación republicana a la presidencia de los Estados Unidos, el senador Ron Paul, como la poderosa (desordenada y a veces contradictoria pero espontánea) corriente de opinión anti-estatista y pro-libertad del movimiento Tea Party, configuran en este sentido un  verdadero faro de alerta temprana; señales luminosas de un punto de inflexión histórico en el signo ideológico de nuestro tiempo.

Sus propuestas fuertes, innovadoras y cargadas de sentido común, sus rebeliones indignadas frente a la extorsión gubernamental y sus exigencias de respeto a la libertad de elección personal calan, de una u otra forma, en todo el arco político estadounidense.

Y sabemos que lo que sucede en el gigante del norte influye tarde o temprano, por partes o en shock, sobre el resto del planeta.

Este auge intelectual podría verse potenciado “por reacción” en la fracción educada de sociedades como la nuestra, donde impera la democracia populista no republicana (o dictadura socialista de primera minoría). Sociedades estacionadas en esa clase de despotismo de ignorantes, cínico, represivo y estructuralmente corrupto que tan bien conocemos. Y que en realidad son la utopía de ese “Estado Benefactor” que a diario vemos hundirse -aún entre los ultra civilizados nórdicos- con todos intentando salvarse pisando sobre la cabeza del vecino.

Aunque el concepto de abolición de impuestos y Estado sea sólo una tendencia, una brújula entre ventajismos políticos y un camino gradual de liberación, es una idea que asusta a mucha gente, que se plantea cosas tales como “los utópicos son los libertarios, que creen innecesario, caro y peligroso al Estado y que quieren pasar su poder regulador y protector a la pura cooperación voluntaria (al mercado), suponiendo equivocadamente que todos los seres humanos son buenos”.

Pero el libertarianismo nunca supuso eso, porque sabe que en la naturaleza humana conviven siempre la maldad y la bondad.

Los libertarios sostienen, si, que las instituciones sociales que sirven son aquellas que mitigan lo primero y fomentan lo segundo. Así como afirman -fundados en la experiencia- que el estatismo alentó los aspectos criminales del ser humano, su maldad innata, desde el momento en que proveyó un canal socialmente legitimado para robar y forzar a personas pacíficas que a nadie habían dañado ni agredido. Y que lo hizo a través de la coacción discrecional aplicada en forma vertical desde el sistema tributario y desde la regulación “legal” sobre vidas y propiedades. Brutalidades que han sido causa matriz de atrasos y pobrezas, frenando en todas partes el avance de la civilización.

El libre mercado, por su parte, desmotiva esa amenaza agresiva del monopolio fomentando el mutuo acuerdo y las ventajas del intercambio voluntario en redes horizontales de crecimiento abierto. Fomentando así las elecciones personales de vida, dentro de la riqueza popular de una sociedad de propietarios.

Una sociedad libre padecerá de hecho menos estrés, atropellos y violencia criminal de las que hoy sufrimos, aunque estas lacras nunca desaparezcan por completo. Una implicación de sentido común, a derivarse del giro moral de 180° en las actuales estructuras social-populistas de premio y castigo: hacia la zanahoria (con riqueza) al trabajador, al honesto y al estudioso y hacia el palo (con pobreza) al vago, al ladrón y al indolente.

Por otra parte, la percepción atemorizada de tanta gente acerca del peligro de una anarquía libertaria dominada por la maldad humana sin control estatal, choca contra el sentido común. Porque si es cierto, como ellos piensan, que en los hombres prevalecen las tendencias criminales ¿acaso están mágicamente exentos de ellas quienes componen el gobierno, monopolizan la fuerza armada y coaccionan a todos los demás? Y si en los hombres prevalece en cambio la benevolencia o al menos no prevalece claramente la maldad ¿para qué habría necesidad de un Estado con las pérdidas de tiempo, los inmensos costos e insufribles vejaciones que su imposición forzada implica?

Lo que sí está comprobado, si aceptamos la premisa de que los humanos sucumbimos a una mezcla de pulsiones buenas y malas, es aquello que sentenció Thomas Paine (1737 – 1809, intelectual estadounidense y uno de los Padres Fundadores de su nación): “Ningún hombre, desde el principio de los tiempos ha merecido que se le confiase el poder sobre todos los demás”.

Lo bueno de la cooperación voluntaria con poco o eventualmente ningún Estado obstaculizando la creación de riqueza es que allí el éxito no depende de que acertemos en la elección de seres utópicos, siempre sabios, para que nos dirijan. O de que todos los demás debamos convertirnos en seres altruistas, obedientes y desprendidos si queremos evitar la instauración de una policía política que nos discipline en la estúpida fila del relato oficial.

El mercado acepta las cosas (las tendencias humanas) tal como son y saca partido de ello con beneficio para el conjunto, obligando al malvado a cooperar si quiere ganar dinero. Siendo este el “sistema” en el que puede hacer menos daño. A más libre competencia, más malvados-ricos-corruptos desactivados.

¿Y qué es lo liberal-libertario sino el mercado abierto de la cooperación creativa, percibido como evolución política?

(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Justo J. Watson por gentileza de su autor.

No hay comentarios: