Por Claudia Rafael
(APe).- Hubo un tiempo en que la infancia era fiesta desmedida.
Fiesta de mesa tendida y de arrorós a la hora de los sueños. Una infancia feliz, de tiempos que a veces uno trata desmedidamente de reencontrar en las memorias perdidas.
Pero hay otras infancias.
Infancias atravesadas por esclavitudes proliferantes en estos tiempos.
Niños vorazmente devorados por monstruos conniventes con estados que avalan.
“Dos niñas de 12 años y otras cinco de 10, 13, 15, 16 y 17, además de un joven de 18, todos oriundos de Orán, fueron rescatados por la División Trata de Personas de la Policía, desde un local de comidas conocido como Buen Apetito, donde eran obligados a prostituirse en baños destinados a la atención de `clientes especiales`”, publicó el diario El Tribuno, de Salta tras la detención de una mujer llamada Teresa Pavia.
“Las víctimas eran captadas por esa mujer, quien, aprovechándose del hambre, inmadurez, vulnerabilidad y estado de ánimo de estas personas, les ofrecía trabajo y luego las iniciaba en la prostitución”. Tenían –sigue la nota- la orden de “hacerles tomar bebidas a los clientes, besarlos, susurrales al oído, abrazarlos y dejarse tocar sus zonas íntimas hasta que los sujetos pidieran un "pase', para mantener relaciones sexuales con su acompañante, ya fuera niña o niño”.
En apenas un instante los monstruos rompen de un piedrazo feroz todo vestigio de niñez. La fusilan ante los ojos impávidos de una sociedad que mira hacia otro lado y que consiente. La destrozan con los brazos-tentáculos de connivencia que avienen desde cada uno de los poderes institucionales.
La estructura que se desnuda desde la búsqueda atroz y pertinaz de Susana Trimarco espeja las ramificaciones de la crueldad. Y ni siquiera hay que hurgar demasiado hondo para ver lo que no se quiere ver. “Si mi hija no está en mi casa es culpa del poder político, de toda una banda de delincuentes, secretarías, legisladores, policías, jueces, que también pusieron en riesgo mi vida y metieron la mafia dentro de la casa de gobierno”, denunció la mujer coraje. Jueces que avisaron a proxenetas y tratantes que allanarían cada prostíbulo. Policías que puntualmente cobraron y cobran coimas en dinero y en especias para no intervenir.
En noviembre de 2010 la UFASE (fiscalía que investiga casos de “trata” de personas) denunció ante la Justicia Federal a 90 policías de 12 comisarías porteñas “en la falsificación de actas con el objetivo de encubrir y proteger prostíbulos a cambio de coimas”, publicó Clarín en marzo de 2011. Apenas vueltos tenues de toda una telaraña perfectamente aceitada y expandida a cada geografía.
Con un trazado perfecto que ubica zonas de captación, zonas de tránsito, zonas de destino. Decenas de millones de dólares al año emergen puntualmente de un negociado que liba el nectar de la vida para exprimirla hasta resecarla y luego asesinarla o abandonarla sin destino. Sabe muy bien dónde y cómo mancarle la suerte. Conoce a la perfección los entramados de país. De pobrezas crueles que ven morir a sus niños de pura desnutrición o de entrega y captación para el comercio de la explotación.
Esos ocho niños y niñas rescatados en estos días eran de la misma tierra que generó estupor y asombro cuando en febrero de 2011 se leyó en los diarios, se escuchó en las radios o se vio en los informes televisivos que “9 niños indígenas murieron por desnutrición en los últimos trece días”. La misma tierra incendiada y no es azarozo. No es un accidente de destinos feroces que se ensañaron con los hijos de la pachamama, allí donde las divisiones políticas cuentan que se va terminando la Argentina para nacer Bolivia.
Ocho chicos fueron rescatados ahora de las redes del horror. Apenas ocho en medio de multitudes arrebatados a la niñez desde los confines de la crueldad. Cómo se ponen en pie si es que pueden. En qué país vivirán ahora que les fue confiscado el de la infancia para siempre. Cómo harán las instituciones que los desmadraron desde que asomaron de las raíces de la historia para mirarlos a los ojos. Cómo hará la sociedad que se espanta y a la vez vira el rostro ante su paso.
“Dos de las menores obligadas a prostituirse, ambas hermanas, son hijas de la detenida. Otras dos chicas estaban en compañía de su padre y un tío, adictos a la bebida. Otra de las menores fue llevada al lugar por su abuela y una tía, quienes ejercen la prostitución y son alcohólicas”, decía la nota periodística de El Tribuno.
Dónde estuvo cada una de las parcelas férreas del Estado hasta el momento preciso del rescate. Qué hizo mientras Pavia decía a los trabajadores rurales de la zona, ahí en Orán, “unas cervecitas más y vemos qué pasa” antes de entregárselas. Cuánto tiempo consintió, avaló, connivió, cobró hasta el momento del rescate. Cuántos días, meses, años esperó mientras la infancia estuvo pacientemente haciéndose trizas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario