Ilustración: Pablo Temes
Heroína cristina.
La expropiación de YPF fue aplaudida en las encuestas argentinas.
En el exterior le bajaron el pulgar.
Por James Neilson
Revista: NOTICIAS
Aislarse, dar la espalda al resto del mundo que, como todos saben, solo sirve para crear problemas molestos, siempre ha sido una opción muy tentadora.
En distintas épocas, la encontraron irresistible los chinos, los japoneses y, a su modo, los británicos que a fines del siglo XIX, como ciudadanos de la superpotencia reinante, se enorgullecían del “aislamiento espléndido” de su extenso imperio.
En la actualidad, muchos norteamericanos quieren abandonar a su suerte a sus aliados en el Oriente Medio, Afganistán y otros lugares que les son radicalmente ajenos; de imponerse su punto de vista, las repercusiones geopolíticas serían explosivas.
Pero no solo se trata de la actitud de pueblos coyunturalmente fuertes.
Comparten el mismo sentimiento otros que, según las pautas habituales, no lo son en absoluto, entre ellos el argentino.
Para muchos aquí, “vivir con lo nuestro” sigue siendo una alternativa viable, una que, tal y como están las cosas, están por probar.
He aquí una razón por la que pocos se han sentido asustados por las advertencias solemnes de españoles indignados por la expropiación de su parte de YPF sobre el triste destino que le espera a la Argentina a menos que sus gobernantes aprendan a respetar, o por lo menos a fingir respetar, los códigos internacionales.
Al fin y al cabo, el país se encuentra “aislado” del mundo de las finanzas desde que un fugaz gobierno peronista recuperó la soberanía negándose a pagar la deuda pública, una gesta patriótica que le mereció el aplauso fervoroso de muchos sindicalistas y militantes políticos, pero así y todo logró crecer a un ritmo chinesco.
Si bien algunos entienden que hasta nuevo aviso no habrá muchas inversiones productivas, lo que es una pésima noticia para los millones de pobres que, en el caso de que vinieran, se verían beneficiados por el impulso que darían a una economía que está perdiendo aliento con rapidez deprimente, parecería que a la mayoría le encanta el espectáculo que está brindando una presidenta corajuda que lucha por mantener a raya a empresarios extranjeros que toman por saqueadores codiciosos.
Ya antes de apropiarse los muchachos de La Cámpora del grueso del paquete accionario que tenía la Repsol española en YPF –empresa que fue rebautizada CFK por ciertos propagandistas de la causa presidencial–, Cristina se las había arreglado para enojar a una cantidad impresionante de gobernantes extranjeros.
Norteamericanos, europeos, chinos y otros asiáticos, además de algunos latinoamericanos, no ocultaban el asombro que les producía su forma excéntrica de comportarse.
¿Cómo es posible, se preguntaban, que Cristina haya permitido manejar la economía a un personaje como Guillermo Moreno, el de los guantes de boxeo, las pistolas cargadas sobre la mesa y los libros venenosos portadores de saturnismo?
Igualmente impactante ha sido la irrupción reciente de otro favorito, el viceministro de Economía y subinterventor de YPF Axel Kicillof, que ya ha cobrado fama internacional por haberse animado a desenterrar doctrinas supuestamente sepultadas para siempre en el basural de la historia. Kicillof es el equivalente nacional de la linda marxista chilena, Camila Vallejo, la heroína de la revuelta estudiantil que está agitando a nuestro vecino; de emular a su par argentino, la joven podría encontrarse pronto a cargo de la Corporación Nacional de Cobre de Chile, Codelco.
Por motivos comprensibles, los españoles y, de manera más sutil, los británicos y sus primos norteamericanos, están buscando la forma de castigar a Cristina por sus extravagancias y sus pecados de leso capitalismo. No quieren que su ejemplo haga escuela.
Algunos hablan de lo bueno que sería echarla de su foro preferido, el G-20, pero por ser cuestión de una agrupación heterogénea los trámites necesarios para llegar a una decisión unánime en tal sentido serían con toda seguridad muy complicados.
Por lo demás, las manifestaciones de disgusto y, en algunos casos, de desprecio, por el populismo kirchnerista, que están emanando de los centros de poder, no perjudican a Cristina en el frente interno. Antes bien, la fortalecen, al menos por un rato, ya que su popularidad depende más de lo que sucede fronteras adentro que de la opinión, abrumadoramente negativa, de quienes dominan la llamada comunidad internacional y los medios periodísticos supuestamente más influyentes.
¿Es Cristina una aislacionista por principio?
La verdad es que no hay demasiados motivos para creerlo.
Aunque, lo mismo que tantos integrantes contestatarios de la generación a la que pertenece, no pensó en darse el trabajo de aprender lenguas imperialistas por suponer que saber inglés o francés era propio de una oligarquía vendepatria –y también para ahorrarse el esfuerzo–, omisión que la pone en desventaja en reuniones en que casi todos hablan inglés, a diferencia de su marido fallecido parece interesarse por los acontecimientos de otras latitudes y, claro está, nunca ha sido del todo reacia a hacer gala de sus dotes pedagógicas ante quienes asisten a las “cumbres” de entidades como la ONU, la OEA y el G-20.
Cuando Cristina se preparaba para suceder a Néstor en la presidencia de la República, era razonable suponer que intentaría “reinsertar” a la Argentina en “el mundo” con la esperanza de desempeñar ella misma un papel estelar, lo que, en vista del escaso atractivo de tantos participantes, habría sido una aspiración realista.
Pero, por desgracia, la corrupción que es tan típica de gobiernos como el suyo no lo permitiría; no bien inició su gestión, estalló en sus narices el escándalo esperpéntico de la valija atiborrada de dólares chavistas “para la campaña” que traía al país un venezolano en un avión fletado por la fantasmal empresa petrolera Enarsa.
Sin habérselo propuesto, por obra de las circunstancias
Cristina se ha visto constreñida a conformarse con un papel muy distinto del previsto años atrás:
El de la mala del culebrón hispanoamericano.
De todos modos, la vertiente peronista con la que Cristina está comprometida y que la tiene atrapada es aislacionista por vocación.
Lo es porque la aglutina la idea, en el fondo autocompasiva, de que el mundo exterior se haya prestado a una conspiración permanente en su contra y que por lo tanto le corresponde dedicarse a desbaratar las maniobras siniestras de sus muchos enemigos: el imperialismo anglosajón, el colonialismo español y, a juicio de los más agresivos, todo lo vinculado con el capitalismo “neoliberal” cuyos cultores procuran limitar el poder del Estado, es decir, de Cristina, hablándole de las bondades de cosas “horribles” –para citar a Kicillof– como la seguridad jurídica y el imperio de la ley.
¿Chavismo?
Para nada: el peronismo nacionalista “de izquierda” en que militan Cristina y sus ad láteres lo tiene patentado desde hace varias décadas.
Con todo, aunque el kirchnerismo o, si se prefiere, el cristinismo que es su etapa superior, es un fenómeno netamente argentino, producto natural de una sociedad que, a pesar de contar con una proporción envidiable de los recursos materiales del planeta, no ha sabido aprovecharlos en beneficio de más de una minoría que se ve conformada principalmente por empresarios, rentistas y políticos, movimientos parecidos están surgiendo en muchas partes del mundo.
Para alarma de las elites internacionales, está cobrando fuerza una rebelión contra “la globalización” que, al eliminar no sólo las barreras formales sino también las supuestas por la distancia que mantenía separados a los distintos países y por el tiempo, ya que las comunicaciones se han hecho instantáneas de modo que hoy en día es fácil para una gran empresa reemplazar al contador, digamos, de al lado por uno que vive en la India o cualquier otro país en que los salarios son magros, ha desatado una competencia darwiniana no solo entre los países sino también entre los individuos, una competencia en la que los asiáticos industriosos, fanáticos de la educación, llevan las de ganar.
Y como si esto ya no fuera suficiente, el avance inexorable de la tecnología está eliminando una cantidad cada vez mayor de empleos antes bien remunerados, marginando a millones de personas que hasta hace muy poco se creían inmunes a las vicisitudes de los mercados.
Puede entenderse, pues, que tantos quisieran alejarse del presente e impedir que llegue el futuro que, a juzgar por las tendencias actuales, se verá caracterizado por la depauperación de todos salvo los integrantes de una pequeña elite de superricos y aquellas personas que logren destacarse en sus actividades respectivas. Puesto que a estos les será forzoso mantener tranquilos a los excluidos del reino de la felicidad, lo más probable es que, luego del fracaso de los programas de austeridad que están ensayándose en Europa y en algunas jurisdicciones de los Estados Unidos, terminen optando por una solución latinoamericana, para no decir peronista, que consistiría en la organización de redes clientelares, la erección de barreras proteccionistas y la asunción de posturas nacionalistas.
Sería una forma de convivir con el fracaso, desafío este que los populistas argentinos y sus homólogos de otros países de América latina han superado en base a métodos –“pan y circo”– que funcionaban de manera adecuada en los días del Imperio Romano.
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