¿Será verdad que los argentinos nada podemos hacer para cambiar nuestro destino como nación?
Por Roberto C. Neira
Cuando hay críticas, quejas y disidencias con la gestión de un gobierno por cuestiones que atañen a los problemas de la vida cotidiana, siempre surge una voz inflamada que alega la necesidad de defender "nuestros valores democráticos", argumentando que la mejor opción frente al estado de cosas en que vivimos, es la participación, la militancia dentro de un partido político, para formar cuadros representativos que conformen una asociación de ideas pluralista detrás de un liderazgo, como único modo de ganar las elecciones futuras.
Esta es una parte de la realidad que podría funcionar a la perfección en un país democrático, pero en la Argentina de nuestros días, suena a un absurdo.
Parece el mejor modo de suicidarse que tienen los argentinos, porque el problema que sufrimos es hoy, no dentro de dos años cuando se renueven cargos legislativos o de cuatro años cuando volvamos a tener la posibilidad de participar de elecciones presidenciales.
Los que creen que con elecciones democráticas es suficiente para destituir la corrupción y el saqueo de los bienes del Estado argentino, no aprendieron de la experiencia que nos ha dejado la historia de los últimos 66 años.
Es como volver a tropezar una y otra vez con la misma piedra.
Es seguir los pasos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México que gobernó entre 1929 y 1989, maneteniendo una suerte de derrotero ingenioso para estrangular a la oposición en aras del poder y fomentar la corrupción en vez de la estabilidad.
Y es, poco menos, que olvidar nuestra rica historia, aboliendo los heroicos valores que defendían nuestros patriotas, aquéllos revolucionarios con los que nuestra tierra pudo contar a lo largo de 202 años.
Es difícil creer en esta "democracia", porque en las democracias verdaderas, el gobierno de turno respeta la independencia de los poderes, tanto del legislativo como del judicial y también a las minorías y a la prensa independiente.
En la Argentina actual, ninguna de estas opciones forman parte de la realidad, porque el gobierno de los Kirchner arrasó con todas las instituciones y organismos del Estado, transgrediendo las leyes a su antojo y sin rendir cuentas a nadie de sus actos administrativos.
Lo que ayer resultó útil para ganar una elección, hoy se descarta como resultado de un fracaso no asumido.
Es el gobierno que hereda los problemas provocados por ellos mismos, pero sin autocrítica alguna, porque según la doctrina de los Kirchner,
la culpa siempre la tiene el otro, aunque sean del mismo palo.
Se cambian las reglas de juego de la política, de las empresas y de la sociedad displicentemente, como si fuera un acto natural de reparación histórica, considerando para ello con una eventual adhesión popular que surge de las encuestas oficiales y un apoyo del Congreso donde cuentan con mayoría propia.
Mientras tanto, la oposición, ninguneada por el descontento de una buena parte del pueblo, no sabe dónde está parada y corre detrás de las iniciativas que plantea el gobierno para no perder el tren de la historia, cometiendo el error más grave que puede cometer un político:
Que es resignar a ser opositor para encauzarse dentro de la corriente popular pensando en recibir alguna sobra del festín oficial.
Nos retroalimentamos de malas noticias, porque no hay buenas noticias o son éstas obra de la casualidad y no de la acción de una sociedad que pone todo de sí misma para superar los momentos difíciles.
Ni siquiera voy a mencionar en este comentario las cosas que más preocupan a los argentinos, como:
inseguridad, pobreza, inflación y demás avatares de la vida cotidiana.
¿Qué hay de la solidaridad?
Tampoco existe, salvo para cuestiones muy puntuales: donar sangre o promover cadenas solidarias para obtener fondos que puedan salvar la vida de un argentino aquejado por grave situación de salud... y que tampoco se sabe si funcionan acorde a la celeridad que se necesita para salvar una vida.
¿Por qué seguimos comprando espejitos de colores?
¿Cuánto falta, de continuar por esta senda, para que nos demos cuenta que hemos resignado nuestra vida social y cultural y que la familia, como integración social producto de lazos sanguíneos puros, puede ser suplantada por la ideología de Partido, tal como sucede en la novela "1984" de George Orwell, con la que muchos analistas detectan paralelismos con la sociedad actual que reproducen actitudes totalitarias y represoras como las que aparecen plasmadas en la vida real y en la ficción de esta novela.
¿Debemos tocar el fondo del pozo para intentar una reacción?
¿Cómo demostrar el descontento con un pueblo adormecido, paralizado... ante lo irremediable?
Es útil recordar y mantener siempre presente, a qué nos llevó el enfrentamiento entre argentinos producto de dos posiciones irreconciliables:
el terrorismo de estado y la acción de organizaciones clandestinas que promovieron la violencia política.
Para evitar cualquier tipo de confusión en este aspecto, y en pos de mantener las ideas democráticas, es el pueblo con su descontento el que debe movilizarse y enseñar el camino a las autoridades para corregir errores y poner las cosas en su lugar en la Justicia y en el Congreso, con la certeza que difícilmente pueda crecer un país y proyectarse al futuro, con una sociedad dividida y sin un proyecto común para todos los argentinos.
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