Nota
de Yoani Sanchez periodista cubana y autora del blog
“Generación Y “.
El dilema de elegir entre el portazo o
la aceptación sigue dividiendo a los gobiernos latinoamericanos en relación con
Cuba.
Legitimar o no legitimar al inquilino de la plaza de la Revolución se
erige como una disyuntiva que enciende los debates y azuza las desavenencias.
Brasil, Argentina y Uruguay- entre
otros- han optado por otorgarle legitimidad a Raúl Castro, en parte porque de
esa manera creen que el acercamiento puede provocar más avances en materia de
derechos humanos dentro de la isla.
Mientras, Estados Unidos y en los últimos días Canadá, consideran inadmisible la convivencia entre mandatarios que han
pasado por las urnas y un general que heredó el poder por vía sanguínea.
Ninguna de las dos estrategias, el
acercamiento para convencer y la ofensiva
para hacer claudicar han dado muchos resultados hasta el momento.
El gobierno
cubano tiende a sacar partido tanto del abrazo como de la hostilidad.
A uno
lo muestra como gesto de validación de su sistema político, a la otra como
razón para mantener la falta de libertades hacia el interior del país.
No en
balde en varios muros de la capital habanera ha quedado delineada la frase de
Ignacio de Loyola: “En una plaza sitiada, disentir es traicionar...”
Ante los llamados a democratizar el
país, la administración de La Habana se comporta como el acosado que debe
protegerse de exigencias exteriores.
El
discurso político se refuerza y se vuelve más intransigente a medida que crece
el enfrentamiento con el de afuera.
La improductividad de la tierra pasa a un
segundo plano, la inconformidad ciudadana queda relegada; hasta los cortes
eléctricos dejan de ser un tema en las calles, cuando las arengas nacionalistas
copan todo el espacio televisivo.
Los
días de Cartagena fueron una muestra
casi modélica de esta táctica.
Una vez pasada la resaca informativa por la
visita de Benedicto XVI nuestros noticiarios encontraron un suculento bocado de
los tropiezos de la magna cita americana.
El desplante de Rafael Correa, la ausencia de Hugo Chávez y de Daniel Ortega,
la partida intempestiva de Cristina Fernández, alimentaron las páginas del
periódico cubano Granma en detrimento de otras informaciones.
Apenas si
quedó espacio informativo para la importantísima discusión sobre la
despenalización de la droga, o para narrar los detalles del tratado libre
comercio entre Estados Unidos y Colombia.
“El reclamo generalizado de integrar a
Cuba en estos foros hemisféricos” – en palabras de Evo Morales- sepultó otros debates urgente en el plano
social y económico que tanto urgen al continente.
Y por esta vez las islas volvieron a
marcarle la pauta a todo un continente:
Las Malvinas por un lado y Cuba por el
otro.
Unas en medio de un conflicto de pertenencia y la otra en el centro de un
debate sobre pertinencia.
No debería extrañarnos esa desproporción entre los
kilómetros cuadrados de un territorio y la cantidad de controversias que genera
en una cumbre presidencial.
No tendría
que sorprendernos tal desmesura porque,
durante 53 años, esa ha sido la diplomacia cultivada por Fidel Castro y ahora
continuada por su hermano.
Estar sin estar, boicotear sin asistir, tirar abajo
la puerta sin hacer el intento de tocar a ella.
En el palacio del gobierno
habanero de seguro se esbozaron varias sonrisas al ver la falta de
consenso y de declaración final en
Cartagena de Indias.
Numerosos mandatarios reunidos en
Colombia aseguraron que nuestra nación estará presente en la próxima cita
continental.
¿Pero de cual Cuba están
hablando en ese caso?
Sin dudas de un país que la tendrá más difícil para
opacar los temas generados por las potencias emergentes del área y por los retos políticos de ese momento.
José
Mujica reclamó que “la bandera de la estrella solitaria” debe acompañar a sus
pares regionales, y esta aseveración puede leerse como un pronóstico de que los
cubanos viviremos cambios trascendentales en los próximos años.
Incluso entre
los gobiernos mas afines al de La Habana, pocos creen que Raúl Castro será
incluido en la lista de invitados a la VII Cumbre de las Américas.
Todo apunta
a que en su lugar irá otra persona – con otro apellido - que en el mejor de los escenarios posible
será un presidente elegido por su pueblo.
La isla insertada finalmente – con su
justo tamaño y trascendencia – en el continente.
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