Se equivocan quienes sostienen que el malestar de Chile se funda en alguna forma de fracaso del sistema.
No, este malestar se deriva de su éxito.
Éxito que ha complejizado y diversificado nuestra vida en común.
Pero tienen razón cuando sostienen que debemos hacernos cargo.
por Jorge Fábrega / La Tercera
BROTA en Chile un malestar hacia las formas en que nos relacionamos.
Un malestar frente a ciertas maneras de hacer empresa, comunidad y política que hasta hace poco no eran cuestionadas.
El repudio público en torno a casos como los de La Polar y el edificio Alto Río son símbolos de ese malestar en la esfera económica.
El caso Karadima lo es respecto al doble estándar moral y el de la Universidad del Mar en torno a nuestro sistema educativo ¿Y sobre la política? Bueno, allí abunda el hastío.
Ese malestar de Chile que apunta a relaciones y no a ideologías específicas puede resumirse en dos conceptos:
Desigualdad y abuso.
Por un lado, la desigualdad nos habla de relaciones asimétricas.
Por el otro, el abuso nos dice que quien posee más poder en esas relaciones lo usa inapropiadamente.
El malestar de Chile es, en definitiva,
un cuestionamiento a la legitimidad de esas relaciones asimétricas que permiten a unos poseer autoridad sobre otros.
No es un malestar hacia un sector político en particular, un sector económico específico, una clase social o un subconjunto de organizaciones religiosas o educativas.
Es un cuestionamiento a un aspecto fundacional de esta patria, esparcida por todos sus rincones, que ha sostenido por décadas discriminaciones, estratificaciones y privilegios:
La sumisión a la autoridad.
Aquella que en 1829 llevó a Andrés Bello a retratarnos como un pueblo dócil.
El malestar de Chile seguirá aumentado en los años venideros.
Paradójicamente, no lo hará, porque Chile sea hoy una sociedad más libre, con ciudadanos más empoderados, más exigentes y menos dóciles (que lo es)
Lo hará porque somos una sociedad más compleja.
El cuestionamiento a la sumisión a la autoridad no significa que la mentalidad autoritaria que ha estado incrustada en nuestras prácticas sociales desde la colonia se haya desvanecido de súbito.
La misma ciudadanía que reclama ante el abuso de la autoridad o las desigualdades que los perjudican, replican el maltrato en sus propios espacios de poder, aunque sean ínfimos.
Chile sigue siendo un terreno fértil para patrones de fundo.
Aunque se trate de fundos cada vez más pequeños.
El cuestionamiento es hacia el abuso de la autoridad,
pero la del otro.
No se funda -no aún, al menos- en un genuino respeto mutuo.
No nos engañemos, todavía se sigue reproduciendo a diario la sociedad de desiguales que Chile ha sido desde su origen.
Por eso, el malestar de Chile no consiste en un despertar de un nuevo ciudadano ideológicamente distinto.
A mi juicio, se equivocan quienes sostienen que el malestar de Chile se funda en alguna forma de fracaso del sistema.
No, este malestar se deriva de su éxito.
Éxito que ha complejizado y diversificado nuestra vida en común.
Pero tienen razón cuando sostienen que debemos hacernos cargo.
No hacerlo es lo que está minando la confianza en todas nuestras instituciones.
Son necesarias modificaciones sustantivas en las reglas más básicas de nuestra convivencia. Especialmente aquellas que definen cómo elegimos las autoridades y que establecen nuestras responsabilidades como ciudadanos.
Refundar la legitimidad de la autoridad sobre la base del mutuo respeto es el antídoto al malestar de Chile...
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